Los males de la guerra

La guerra provocada por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, al invadir Ucrania lleva tres semanas desde que los militares rusos entraron en el país y ya se han visto todas las consecuencias de los conflictos bélicos, de tal forma que de ahora en adelante todo puede ir a peor si las negociaciones entre los gobiernos de ambos países no fructifican, una posibilidad que aún se encuentra lejana.  

Lo que Putin previó como una “blitzkrieg”, con una toma rápida de Kiev, y la anexión del Donbás, se ha convertido en una guerra tradicional en la que la resistencia de las fuerzas armadas ucranianas y de los incorporados a las milicias han frenado el avance de las columnas de blindados rusos, de tal forma que su mando militar se ha dedicado a bombardear por tierra y por aire edificios de viviendas en los barrios de las ciudades que han cercado, y que van camino de convertirse en inhabitables. Las escenas que se repiten cada día son pruebas de los delitos contra la humanidad que se cometen en Ucrania.  

El Kremlin había concentrado en su frontera con Ucrania y con Bielorrusia a unos 190.000 hombres, casi la mitad de sus fuerzas disponibles, en los meses precedentes a la invasión y ahora ha ordenado trasladarse a más militares desde otras zonas del país y recurre a mercenarios o unidades de élites de otras naciones bajo su control en otros países para desatascar su ofensiva que atraviesa por problemas de movilidad y logísticos para el abastecimiento de sus unidades. Una muestra de que la invasión no transcurre como habían previsto los generales rusos pese a que Putin siga insistiendo en que la “operación militar especial” en palabras de Putin, cumple su calendario.   

En el plano político las conversaciones entre los representantes rusos y ucranianos han entrado en un periodo de estancamiento entre el cruce mutuo de reproches sobre la rapidez de las negociaciones. Entretanto, el mundo se mueve a su alrededor. Turquía pretende ser el anfitrión de una reunión entre ambos presidentes, mientras que Joe Biden trata de convencer, por las buenas o por las regulares, al presidente chino Xi Jinping que no aproveche la coyuntura para salvar a Rusia del aislamiento al que le han sometido los países occidentales hasta el punto de provocar casi su default, y por supuesto que no contribuya con un suministro de armas que incremente la capacidad destructiva de los ejércitos rusos. La Unión Europea se plantea dar un paso decisivo, cortar la compra de gas, petróleo y carbón ruso para asfixiar aún más al régimen de Putin.  Se trata de una decisión difícil, sobre todo para Alemania, que aún no está en el horizonte más cercano.    

A pesar de que los informes de los servicios secretos occidentales aseguran que la invasión de Ucrania está estancada, prosiguen las campañas de desinformación lanzadas por el Kremlin, desde acusar a los propios ucranianos de haber volado el teatro de Mariupol que servía de refugio a centenares de personas, a proponer una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU para investigar la fabricación de armas químicas por parte de EE UU en Ucrania.

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