mandela, el apartheid y la hipocresía

Nelson Mandela entró en la cárcel en 1962.
Disfrutó de ella 27 años. No pudo salir ni para acompañar el cadáver de su hijo en el día de su entierro ni para acudir a la boda de su hija. El resto de la plebe de raza negra también permaneció confinada, en territorios parecidos a una prisión al aire libre, reprimidos, aplastados, torturados, asesinados, y desprovistos de los derechos más básicos para vivir dignamente, bajo la bandera de una segregación racial sin la menor concesión. El apartheid fue un asunto interno de la política sudafricana, que se presentó a sí mismo como un bastión contra la penetración comunista en el áfrica subsaharina, tierra especialmente rica en minerales. Su gobierno, un nido más de ratas de dictadores y oligarquías desperdigadas por el mundo que los Estados Unidos apoyaron durante la guerra fría por razones estratégicas. Una administración estadounidense tras otra dio continuidad a esta terrible historia. No fue una coincidencia pues que F.W. Klerk legalizara el Congreso Nacional Africano el mismo año que se disolvió la Unión Soviética y cayó el Muro de Berlín.

Hasta que por primera vez, en 1980, el Consejo y la Asamblea General de la ONU aprobaron sendas resoluciones exigiendo la liberación de Mandela el mundo entero se quedó de brazos cruzados. Por supuesto, para el brutal régimen sudafricano fueron papel mojado, mostrando indiferencia a las sanciones y los boicots internacionales. Incluso a mediados de los 80, cuando Madiba ya llevaba encerrado más de 20 años, el Congreso de los Estados Unidos hizo también una declaración tímida y simbólica al gobierno sudafricano, con el voto en contra de muchos congresistas, encabezados por el honorable Dick Cheney, principal promotor, entre otras, de las guerras de Iraq, y que no tuvo compasión alguna por los negros sudafricanos ni por todos los muertos y heridos que dejaron todos los conflictos bélicos que alimentó. A cambio, sus empresas ganaron millones de dólares al año con el petróleo, el caos, la fabricación de armas y la reconstrucción de lo que previamente destruyeron.

Por eso el entierro de Mandela nos deja de recuerdo unas fotos con tanta impostura, con esa diabólica y asqueante mezcla de sarcasmo e hipocresía en el ambiente; un funeral político vergonzoso, donde estuvieron presentes los mismos carceleros, aunque con otras caras, que se opusieron y se oponen a los compromisos de libertad que defendía Mandela. Obama es el sucesor de los que lo que lo vigilaron durante su presidio y tengo muchas dudas sobre si él (que aún mantiene abierta esa vergüenza de Guantánamo) o Rajoy, o Merkel, o muchos otros que mantienen una actitud pasiva y silenciosa ante la indecencia de los drones, el espionaje o los vuelos secretos de la CIA, hubieran permitido que Mandela triunfara hoy.

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