NO A CUALQUIER PRECIO

Vivimos en un mundo virtual y ello nos exige estar muy despiertos. Hoy en día la vigilancia se ha convertido en un arte por la vía de la amenaza más que por la fuerza de los argumentos, como se demuestra tantas veces.
El gran hermano orweliano nos vigila al mínimo detalle cuando utilizamos el móvil, el correo, o cuando nos manifestamos en la calle. Todos somos potenciales sospechosos. Y entre unos y otros se apoderan de nuestra alma para poner de manifiesto la erosión de la libertad, sacrificada en su conciliación con la seguridad.

La araña que teje la red nos vigila y el país deviene un campo de vigilancia donde los criminales permanecen en la impunidad, mientras los movimientos sociales son perseguidos. Esto es lo que estamos viendo con el caso de desahucio de Aurelia Rey con algunos ciudadanos que han sido llamados a los tribunales o están bajo expediente gubernativo. Se nos vigila. La policía dispone de troyanos para entrar en nuestros ordenadores, y con ello se sustrae una parte de nuestra dignidad ¿Simple coincidencia? No, se diría que todo es fruto de una estrategia política arraigada en una ideología de triste recuerdo y donde cualquier manifestación sigue siendo repelida, ordenada a veces por quienes han sido cómplices de esa corrupción.

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