POLÍTICOS Y ELEGANCIA

La elegancia en los comportamientos debería ser un sello de identidad en las maneras de relacionarse con todas las personas. El rigor, la contundencia de los argumentos han de erigirse como una manifestación de respeto y de elegancia que hemos de tener con nuestros opositores. La elegancia va más allá de lo simplemente compostura de la apariencia adornada.
Si hablamos de elegancia es porque hay algo que nos hace rechazar el comportamiento de aquellos que por oficio tendrían que comportarse de forma elegante. El sueño del político elegante es el rigor con los datos ofrecidos para discutirlos y contrastarlos con la realidad.

La elegancia hace más fácil la comprensión. No existe ningún estado de incomprensión total del contrario. Sólo existe el hecho de debatirse contra el estado de enmascaramiento con los comportamientos sociales alimentados por el deseo de no entrar en el fondo de los problemas.

El político zafio es un obstáculo que obliga al arroyo de la vida a formar remolinos. Cuando el político se aleja del requerido respeto para con los conciudadanos, hace del resultado del debate, algo incierto, impredecible, lleno de peligros para la comprensión del discurso. Nos impide así ver, a través del desorden, a dónde debemos dirigirnos. Nuestro proceso del discurso político amenaza con detenerse enredado en lo superfluo, en lo advenedizo y coyuntural, cuando está falto de armonía requerida por los ciudadanos.

La elegancia en el discurso requiere trabajo hasta consumarse en un estilo y en una personalidad. La elegancia del político es una forma de estar en el debate político que requiere un esfuerzo para hacer cierto lo incierto, predicable lo impredecible, transparente lo opaco.

El alboroto incontrolado, la verdad trufada de penumbras, destruye los recursos a la elegancia que debe brillar en el parlamentarismo. El parlamento tiene sus reglas que no se pueden conculcar sin grave riesgo de perder su sentido de entendimiento y comprensión de los problemas de las personas. La función del político como persona que se debe a lo público ha de estar en consonancia con la capacidad de comprensión de los ciudadanos.

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