pulpos, elefantes y papanatismo

Dice el salmo 113B: 'Nuestro Dios está en el Cielo, lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas: Tienen boca (los ídolos de los gentiles) y no hablan; tienen ojos y no ven... no tienen voz en su garganta: que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos'.
Hace un tiempo, uno de ocho tentáculos, con ojos, boca, etcétera, era profeta; predecía cuál equipo de fútbol iba ganar. Ahora parece ser que es un elefante el que tomó el relevo del cefalópodo -que no es un insulto, pero sí para los crédulos-. ¿Será por esta palabreja que era profeta el bicho aquel? Porque es que hay otra palabra (que tampoco es un insulto): paquidermo, que no desmerece en nada de la otra y que por lo mismo, quizá mismamente predisponga a la profecía. Yo no lo sé en realidad, pero me lo creo; y si no es así, me lo trago; que por creer hasta creo que hay mucho crédulo humano que se lo cree sin más. Entonces ¿por qué no lo iba a creer yo? ¿Acaso soy menos que esos numerosos humanos? Yo, al igual que ellos, tengo oídos y 'hoyo' (ojalá no caigamos en él, por burros, perdón); boca y hablo, y si me meten un dedo en ella, muerdo.

Sea como quiera, sé que no hay duda de que ni el cefaloelefante ni el paquiderpulpo tienen ni la más remota idea de lo tontos que somos los humanos; y pueden ver en qué nos ocupamos, pero no saben quiénes somos nosotros ni qué cosas son ellos. Es lo que dice Chersterton: 'cuando el hombre deja de creer en Dios, inmediatamente comienza a creer en cualquier otra cosa.

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