EL SOBRECOSTE ARTIFICIAL DE LA DEUDA

Podríamos creer que la historia sirve, entre otras cosas, para no caer en los errores cometidos. El mundo ha aprendido poco de la gran depresión de los años treinta del siglo XX. Nos alejamos de una de las enseñanzas fundamentales, la de incorporar cada vez más gente a los sistemas de protección social que se denomina Estado de bienestar. Rechazamos la necesidad de construir políticas de protección social y de articular un sistema frente a los axiomas del sálvese quien pueda del individualismo del capitalismo salvaje.
Si las diversas instituciones europeas puede evitar fácilmente el sobrecoste artificial que los mercados imponen a nuestra deuda, tendríamos que preguntarnos sobre la razón del retraso en la acción salvadora, las causas de una omisión tan flagrante del deber de protección y auxilio económico a las economías y a los pueblos que las han creado.

Los pueblos no pueden continuar en silencio ante este tipo de hechos. Debemos pedir cuentas a las instituciones financieras mundiales. A los dirigentes políticos que se mecen en la abundancia ajenos al sufrimiento de muchos ciudadanos. Actúan como auténticos pirómanos al servicio de la banca privada que, sin disimulo, se ha encargado de poner a su cabeza a sus representantes más conocidos, precisamente porque lo que está ocurriendo no es un accidente, sino una estrategia bien urdida para consolidar el poder de los grandes grupos financieros y ocultar a la ciudadanía su responsabilidad criminal en el estallido de la crisis y en las consecuencias que trae consigo.

Los cambios promovidos por el actual Gobierno van más allá de los recortes, por dolorosos que sean. Tratan de reducir la capacidad intelectual y moral del país. No se promueven incentivos para la autoestima individual y colectiva. Después de una política muy calculada de criminalización de lo público, nuestros dirigentes tratan de crear el desengaño y nos colocan en la conciencia de la autoinculpación. Lejos de mostrarnos a los reales culpables de la crisis, tratan de presentarlos como víctimas de una conjura internacional. Nos obligan a vernos con los ojos de quienes nos desprecian. Lo urgente no les deja tiempo para la importante: la educación, la investigación, la autoestima.

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