Pintor

José Luis de Dios: ’Soy partidario de la aventura personal, de ser uno mismo, ahora ya no disputo territorios’

El pintor José Luis de Dios, ante uno de sus cuadros.
José Luis de Dios es un artista ourensano que, a pesar, de haber desarrollado gran parte de su trayectoria artística fuera de la ciudad, nunca la ha abandonado. Ahora vuelve con un repaso a medio siglo de su obra.
Formó parte del mítico grupo de los ’artistiñas’, junto con Xaime Quessada y Acisclo Manzano, como los bautizó Vicente Risco. José Luis de Dios aún mantiene cierto aire de bohemio, así como la virtuosidad de dominar los pinceles y buscar la palabra poética. Ha cumplido medio siglo de trabajo, y jura que le quedan como mínimo otros ’60 años o más’, aunque no asegura que los emplee para pintar.

¿Qué sensación tuvo al exponer cincuenta años de trabajo en Ourense?

No puedo decir que no tuviera ninguna, casi fue de pánico. Había mucha gente congregada y no estoy acostumbrado a las aglomeraciones, bueno salvo si voy en metro o en autobús, pero no a gente que esté esperando, concentrada, a que alguien como yo suelte un discurso. No puedo negar que me dejó una sensación alegremente agradable.

¿Fue más especial por ser en su ciudad?

No, son situaciones previstas, presumiblemente no hay más compromiso salvo el de ser necesariamente el padre de la criatura. Ser de Ourense lo que logró fue encadenar una serie de mecanismos melancólicos, vitales, que ayudan y persisten también en un Ourense soñado, real o fantástico. De pequeño tenía la idea de que había gente que se levantaba muy temprano y montaba Ourense. Tomaban un vasito en As Burgas y comenzaban a instalar la realidad. Veía trifulcas en el Paseo que creía procedían de esa creación, que luego no era más que compraventa de negocios. Después llegaban el pulpo, las fanecas y la cosa se ponía en orden.

Cincuenta años, ¿produce vértigo?

Cincuenta años no es nada, quedan otros tantos muy interesantes. Vértigo ninguno. Soy la criatura de siempre, que atravesaba la Praza Maior y veía cosas fantásticas, que percibía el olor a sacristía y oía las campanas de la Catedral, jugando a ser de Ourense.

¿Han quedado muchas cosas fuera?

Muchas, la primera de ellas yo mismo. Lo doy todo por bueno, incluso por muy bueno. Mis cuadros siempre me insultan, pero siempre se mantiene un diálogo abierto, espontáneo, que a mí me ayuda a reconocerlos. Hubo otros, pero quien sabe donde están, aunque es innegable que entre todos ellos se mantiene un hilo, sean bastardos, antagónicos o así lo aparenten, al final, son de la misma sangre.

¿Hay algo de lo que se haya arrepentido?

Sólo me arrepiento de cosas que hice, lo que no hice por cobardía o por lo que fuera, no existe. Pero soy lo que vengo siendo. Debo hacer carga con lo negativo, y de lo positivo me ayudan mis amigos a verlo.

Haber sido de la generación de ’artistiñas’, ¿cómo lo recuerda?

Ya ni lo recuerdo, es una carga, pero muy liviana, se lleva con gusto. Cuando creamos esa situación no eramos conscientes en ningún momento de lo que estaba sucediendo y de como trascendería. Artistiñas fue un apodo puesto por Risco, era un apodo cariñoso y fraternal, en ningún caso despectivo. Todo aquello nos parecía muy estimulante, ahora lo que queda de todo ello es lo que permanece en la mente de los testigos, y lo que quieran las generaciones posteriores. No nos corresponde ahondar a nosotros. Chocamos en un momento dado un grupo de amigos que nos dedicábamos a esto y otros mayores, muy reconocidos, eramos un ’totum revolutum’. Unos habían estado en la guerra, otros exiliados y otros empezábamos con cierto desparpajo.

¿Sería posible algo similar en los tiempos que corren?

Sí, lo similar es constante y la necesidad de crear constante. Ourense es ahora más grande y más compleja. Habrá razones más dogmáticas, pero las razones más fundamentales son las mismas: por lo que alguien ama, odia, quiere divertirse o quiere someterse a la misma esclavitud. Jamás hicimos un manifiesto al que adherirse. Hoy sigue pasando lo mismo: se reúne gente en grupos de teatro, aficionados de cine, de música. Lo mismo, aunque hoy en día haya otras dimensiones, otros compromisos. La palabra libertad tiene otros contenidos, pero sigue siendo una palabra necesaria, grave y es una blasfemia tener que usarla todavía en estos tiempos.

¿Está ganando el individualismo?

No lo creo, sigue habiendo cuadrillas, otra cosa es el gregarismo, hoy muy mayoritario y muy bien publicitado. Existen los grupos, los afectos, lo que queda por contemplar de la naturaleza, los ojos de un niño, de una mujer o de un hombre, son cosas eternas que subsisten. Soy crítico con cosas que ocurren hoy como el oscurantismo cerril.

¿El mercado del arte puede matar la creatividad?

La creatividad es un impulso que obedece a cosas puntuales, ocultas. Nadie nace creativo, se hace unido a un impulso juguetón que luego se transforma. El asunto del mercado siempre ha existido, la verdad es que el mercado es un elemento sustancial a las civilizaciones. Todo objeto puede ser trascendido a su propia esencia y transformarse en objeto mercantil, ese es el problema. Yo me rebelo, pero tengo que aceptar que soy de esta civilización para bien y para mal. El mercantilismo arrolla con su dinamismo y yo soy un paciente observador. Cuando llega la riada trato de situarme en la orilla, sea ésta de moda o de lo que sea. Sé de los límites, no tengo una visión crítica.

Las nuevas tecnologías, ¿pervierten el arte?

Hemos vivido una primera etapa de ’tecnolotría’ peligrosa. Apoyarse en técnicas no puede hacer que un ser humano no sepa profundizar en lo que quiere hacer, sean estas ideas estimuladas o no por la tecnología. Lo malo es si se llega a pequeños zocos, de yo me miro y tú me miras, a un narcisismo exagerado de me miro a mi mismo y obligo a los demás a que me miren, sin nada más.

¿Corremos el riesgo de una homogenización?

Siempre ha existido una tendencia a homogenizar lo que se hace, pero ahora es mucho más fácil. Un artista en Carballiño y otro en Oaxaca pueden hacer ahora exactamente lo mismo. Yo soy partidario de la aventura personal, de ser uno mismo. Ante la posibilidad de claudicar ante un río canalizado, un orden establecido, un academicismo, cada uno que haga lo que quiera. Se puede ser un académico responsable, pero cuidado, no empujen, algunos queremos pensar, tardaremos más y no haremos, tal vez, demasiadas cosas. Pero yo ya no disputo territorios.

¿Para los próximos 50 años qué planes tiene?

No, para los próximos 60 años o más. Lo primero, una vez que me vaya dando cuenta de los fallos y las manías, intentaré limpiar las bodegas y reconsiderar el mundo poético que tanto me conmueve y la música callada de las cosas que ya nadie oye, ¿quién escucha ahora los pájaros?. Persistiré en la sonrisa inútil que no cotiza en la realidad, y a partir de ahí, pintaré..., o no, quién sabe.


Te puede interesar