Director del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología

Ramón Núñez Centella: ’A la burocracia no le gustan las cosas nuevas’

Divulgador científico, pero también maestro. Aunque comenzó su carrera profesional en la industria química, llevaba la educación en los genes y en la sangre (es hijo, nieto y bisnieto de maestros). La ciencia es para Moncho Núñez Centella su filosofía de vida; entiende que cualquier actividad de la vida cotidiana tiene algo de científico. Lleva más de dos décadas al frente de los tres museos científicos coru ñeses: la Casa de las Ciencias, la Domus y el Aquarium Finisterrae. Ese proyecto consolidado es su principal aval para asumir recientemente la dirección del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología.
Tras un cuarto de siglo sin sede, el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología ha encontrado en el edificio Prisma de Cristal, de A Coruña un domicilio estable.

Aunque la actividad en la vieja sede madrileña renovada y las actividades del museo se esparcirán por la geografía española, la descentralización de las instituciones del Estado traerá a Galicia el centro de operaciones de un proyecto ilusionante y, a la vez, exigente.

La inauguración está prevista para la primavera de 2011, ¿es un plazo suficiente para sacar adelante el proyecto sin problemas? Tenemos más de dos años y parece un tiempo razonable para hacer las cosas. Hay que trabajar en muchas líneas y espero que se vayan cumpliendo las previsiones, pero ya se sabe que las cosas de palacio van despacio.

¿En qué trabajan en la actualidad? A nivel institucional tenemos que decidir los órganos encargados de la gestión del museo y definir la estructura de la fundación: patronos, estatutos, recursos y formas de financiación. Debemos avanzar también en la definición del proyecto museológico, fijar los objetivos, establecer las políticas de colecciones, estudiar programas de restauración y contactar con investigadores para conocer cuales son sus demandas. Hay que poner en marcha lo que, desde un punto de vista comercial, podemos definir como líneas de productos: exposiciones fijas e itinerantes, programas audiovisuales, catálogos de actividades para la sede central y otras actuaciones itinerantes.

¿Cuáles es la misión del museo? Intentaremos responder a las preocupaciones de los ciudadanos, que se encuentran con la ciencia en su vida cotidiana. La cultura científica está detrás de los principales cambios que está habiendo en la sociedad; cada día surgen nuevos medicamentos, tecnologías más avanzadas y problemas ambientales diferentes. La ciencia debe respon der a las preocupaciones de los ciudadanos. Lo más difícil será acotar los campos de actuación. La experiencia en los Museos Científicos Coruñeses nos va a ayudar mucho en este aspecto; llevamos muchos años trabajando en asuntos pegados a la actualidad: vacas locas, gripe aviar, marea negra, teléfonos móviles, etc. Ese tema es el que menos me preocupa, sólo tendremos que adaptarnos a un nuevo ámbito de actuación; antes nuestro territorio de referencia era Galicia y en el futuro será España.

¿Qué es lo que más le preocupa? No tengo mucha experiencia con la Administración Central y temo que los mayores obstáculos van a ser burocráticos; vamos a hacer muchas cosas nuevas y eso a la burocracia no le gusta. La Administración está acostumbrada a la rutina y cuando llegas con algo nuevo te dicen: esto no va a poder ser. Habrá que tener mano izquierda porque el reto es ilusionante, vamos a defi nir cual el papel del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología del siglo XXI y no podemos defraudar a nadie; tenemos que satisfacer a todos: la industria, la Universidad, la comunidad científica y la ciudadanía. En A Coruña hemos demostrado que los museos no pueden limitarse a exponer colecciones, deben ofrecer algo más: ferias, concursos, publicaciones, teatro, campamentos y otras actividades.

Antes de dirigir desde su fundación los Museos Científicos coruñeses, estuvo en la Universidad de Nueva York. ¿Qué le aportó esa experiencia norteamericana? Fue fundamental porque aprendí muchas cosas al trabajar en las escuelas del Bronx y Brooklyn, en auténticos guetos. Aprender a enseñar ciencia en ese entorno con los recursos que ofrece una ciudad como Nueva York y que muchos de esos niños desconocían. Una experiencia así te cambia la perspectiva. Ves que la sociedad puede hacer más cosas de las que se cree, sólo es cuestión de proponérselo. Esa ilusión me ha acompañado el resto de mi vida gracias, en buena parte, a haber tenido compañeros contagiados de vitalidad que han generado una retroalimentación positiva que nos ha permitido seguir creciendo. La responsabilidad actual es una consecuencia de los éxitos del pasado.

Usted es maestro y divulgador. ¿Los museos tienen que ser un complemento de la escuela? Lo tienen que ser en un doble sentido: mientras los alumnos están en el colegio, para que tengan otra perspectiva de la vida; y, después de la etapa escolar, porque la educación científica no puede acabar en el colegio. Los museos deben contribuir también al reciclaje de los profesores de Ciencia, para que sepan saltarse los programa oficiales y se atrevan a explicarles a sus alumnos que la ciencia les puede ser útil cuando van a recoger setas, navegan por Internet, leen el periódico o preparan una dieta equilibrada.

Hasta donde llega el papel del científico? ¿Basta con investigar o hay que saber comunicar la utilidad de los nuevos hallazgos? No sólo es responsabilidad del científico, sino del sistema educativo. Hasta hace poco éramos hijos de la Enciclopedia. En ese libro estaba recogida la síntesis del conocimiento científico al que había llegado la humanidad y con aprenderse eso era suficiente. Hay que defender los intereses de las personas y tener presente que todos necesitamos la ciencia; un abogado no puede limitarse a estudiar leyes, necesita tener un conocimiento científico.

¿Por eso usted insiste en que sin ciencia no hay cultura? Efectivamente, sin ciencia no hay cultura. Pero tampoco hay cultura sin cine, literatura, etc. La cultura es como el vino, que tiene más de 300 componentes volátiles; si le quitamos el alcohol, ya no es vino; si lo destilamos para obtener aguardiente, tampoco es vino. Con la cultura ocurre algo parecido. Si hacemos un destilado y nos quedamos sólo con la poesía, tenemos otra cosa. La cultura es un conjunto de saberes propios de un pueblo, que le permiten vivir de forma equilibrada; recurrimos a la cultura para comer, viajar, echar gasolina y para cualquier actividad cotidiana.

Y en la Ciudad de la Cultura, ¿hay poca ciencia? No tengo ni idea del espacio reservado. Lo único que me preocupa es que sea sostenible, que podamos pagar su mantenimiento. ¿Cómo se va a mantener? Esa es la gran pregunta. El complejo del Monte Gaiás puede absorber todos los recursos, económicos y culturales de Galicia. Si lo gastamos todo ahí, ¿qué ocurrirá?, ¿no habrá exposiciones punteras en Ourense?, ¿no habrá grandes conciertos en Vigo?, ¿ya no llegará el teatro de calidad a Noia?, ¿tendrán que renunciar los vecinos de Sarria a la actual oferta cultural? ¿Usted qué haría en el monte Gaiás? Ampliar sus contenidos y convertirlo en un gran complejo administrativo. Haría en el Gaiás la Brasilia de Galicia y ubicaría allí las consellerías, el Parlamento, unidades de información para explicar la política sanitaria o forestal. Habría que dotarla también de las infraestructuras necesarias para que el ciudadano tenga acceso a esos servicios.


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