ÁGORA ECONÓMICA

La ecuación europea busca la solución sin reconocer la incógnita

El horizonte de deflación persistente y estancamiento secular amenaza a Europa. Hasta hace poco el problema de deuda del sur de Europa y su prima de riesgo era el síntoma parcial e se evidencia la carcoma institucional a nivel global.

Los heterodoxos planes de inyección de liquidez aplicados por el Banco Central Europeo, están siendo un tardío remedio pero puede que una bendición a tiempo para evitar riesgos mayores en el área Euro. Esta receta ya la había ejecutado con determinación y rapidez la Reserva Federal desde los primeros compases de la crisis desatada a partir de 2008, logrando para Estados Unidos un crecimiento sostenido y una tasa de paro que actualmente se sitúa por debajo del 5%.

Europa empezó a comprar deuda a través del Banco Central Europeo cuando ya no quedaba más remedio, siete años más tarde, inmersa ahora en una aceleración de los programas de estímulo cuya aplicación ha sido aprobada recientemente, con una dotación de 1,74 billones de euros frente a los 1,14 inicialmente previstos, con nuevos planes, a su vez, de compra de deuda pública y de empresas con clasificación de grado de inversión (bajo riesgo),  y aplicando una nueva bajada de tipos de interés. Con esta nueva vuelta de tuerca de la expansión cuantitativa de la liquidez, Mario Dragui va a por todas y ha disparado prácticamente todas las balas que tenía en la recamara. Así, los tipos de interés oficiales se sitúan ahora en el 0% y los de depósito en el -0,4%, si bien ha dejado abierto un respiradero para aquellos bancos que faciliten el crédito, a los cuales, el BCE podrá prestar dinero con una remuneración positiva del 0,4%. Ya podemos decir que el dinero es gratis.

Muchos analistas dicen que es un parche temporal y con muchos riesgos que, claro está, puede conllevar una distorsión en la valoración de activos (los bajos tipos de interés y la presión para facilitar el crédito pueden encarecer de forma artificial los valores en bolsa, distorsionar la evaluación de activos y rebajar el coste de emprender proyectos empresariales poco rentables). Quizás. Hay remedios con contraindicaciones para muchas enfermedades, pero es mejor probar el riesgo de la medicación que enfrentarse a una muerte segura. En Estados unidos la cosa ha funcionado hasta ahora, que ya es mucho. 

En todo caso, no parece suficiente. Pero no por ser una medida heterodoxa y criticada por los formalistas de los postulados tradicionales como inconveniente, sino por todo lo contrario. En una situación como la actual, la política monetaria es una herramienta útil, se podría valorar incluso el llevarla hasta las últimas consecuencias, aunque por si sola, tiene difícil lograr sus objetivos si no va acompañada de otras medidas. En Europa todo parece indicar que, o bien reinventamos viejos esquemas a nivel  económico, político y geoestratégico, o podemos tener un serio problema de colapso,  sobre todo en un momento en el que las dudas también se extienden en general sobre las pautas de crecimiento a nivel mundial. 

1.300 EUROS PARA CADA EUROPEO
 Así, ahora que las dudas sobre al evolución a corto y medio plazo se extienden a los países del norte y centro de Europa, empiezan a barajarse nuevas alternativas hasta ahora impensables.  Hace apenas dos semanas salía a la luz una propuesta del Noredea Bank de Noruega, cuyo departamento de estudios plantea dar directamente 1.300 euros a cada europeo para espantar de forma definitiva el problema de la deflación. Bien pensado, para que andarnos con zarandajas y vericuetos formales a través de la expansión cuantitativa aplicada por el BCE cuando el “helicóptero del dinero” -término acuñado por el monetarista Milton Friedman en los años sesenta del siglo pasado, para señalar que la solución a los problemas momentáneos de deflación se solucionan repartiendo dinero, con el ejemplo gráfico de arrojarlo directamente desde un helicóptero a la población- podría solucionar de forma definitiva la lucha contra la deflación si eso es lo que verdaderamente se pretende, cuando además, hacerlo en gran medida a través de los bancos, abaratando el dinero para que concedan crédito podría no dar el resultado apetecido. Lo sorprendente es que no sólo el banco NORDEA empieza a plantear esta medida, sino que muchas voces se suman de manera más o menos decidida a, cuando menos, plantear su impacto y ejecución práctica. En su mayoría bancos, amenazados en su rentabilidad por unos tipos de interés que permanecerán bajos por mucho tiempo si la economía europea no sale de su letargo. 

Fácil es decirlo, pero por una parte nos encontraríamos con problemas legales e incluso morales y por otro con el rictus serio de los alemanes y su sacrosanto dogma antiinflación y el ordolibralismo inflexible que defienden sus poderes e instituciones. ¡Con lo que ya les cuesta tragar el sapo de las decididas medidas del BCE!. El problema es que en algún momento habrá que decir que el liderazgo alemán de Europa ha fracasado como tal y su visión miope basada en los intereses propios puede arrastrar al conjunto del continente a un futuro incierto.

Es cierto que países como Finlandia y Holanda avanzan ya el deterioro del puente de mando del barco de la UE, en cuyos plácidos salones se respiraba hasta hace poco un ambiente de tranquilidad mientras los camarotes de tercera de los países del sur de Europa estaban bajo el agua y sólo tras casi una década de crisis se permiten respirar entre sobresaltos recurrentes de deuda y déficit de difícil solución. El agua sigue fría y las olas amenazan ahora con dar la vuelta al barco y sumergir a los que hasta ahora miraban con el aire de superioridad que a veces invade al que se cree invulnerable.

De hecho, no es de extrañar que sean los bancos del norte de Europa los que saquen ahora a relucir esta tesis. Muchas entidades financieras, sobre todo las alemanas, han escondido durante mucho tiempo sus propias debilidades y ahora les toca sufrir, cuando ya no hay primas de riesgo elevadas en los países del sur del continente que alimenten recurrentemente sus ingresos, ni fronteras que compensen ya sus también excesos del pasado con rescates que a la postre salvaguardaban en última instancia sus apuestas en los años previos al shock de 2008.

Un ejemplo claro es el deterioro de las cuentas del Deutsche Bank, con una pérdida vertiginosa de valor en bolsa el último año, acuciado por una mala estrategia de negocio y de inversiones, y presionado ahora por el entorno de creciente regulación y tipos de interés a la baja. No es el único ejemplo de un sector que está contra las cuerdas en toda Europa y pendiente de acometer nuevos ajustes y rondas de fusiones. 

Volviendo a la fórmula de “repartir” dinero directamente entre la población, hay que decir que en este caso, el flujo de billetes a los bolsillos de los europeos, no sólo pretende alentar una inflación saludable en línea con las tesis monetaristas, también esconde la necesidad de una forma indirecta de favorecer el gasto, atenazado por altos niveles de deuda y los débiles planes de estímulo público que en otras épocas contrarrestaban un ciclo negativo. Pero si en Europa se plantease directamente un gran plan de estímulos públicos (que el propio Mario Dragui y Jean Claude Junker, presidente de la Comisión Europea, ya piden cada vez con menor disimulo),  a partir del cual sea el estado el que gastaría esa hipotética suma global de dinero en distintos plazos y en proyectos de infraestructura, por ejemplo, el rechazo alemán y de muchos centros ideológicos partidarios de la economía ortodoxa sería mucho mayor que el suscitado por las actuales medidas de expansión monetaria, máxime si se financia directamente con la máquina de hacer dinero.

En cualquier caso, ante la necesidad de actuar más allá del discurso oficial, resulta curioso comprobar cierto cinismo en determinadas políticas presupuestarias. Sin reconocer un mayor aumento del gasto o una política de estímulo como tal, Alemania y los países del norte elevarán en 2016 su gasto público con la disculpa de la llegada de miles de refugiados, al tiempo que Francia aumentará el presupuesto en defensa y seguridad tras los atentados de París, medidas que probablemente se extenderán a Bélgica y Holanda a partir de los últimos atentados de Bruselas. Por otra parte, Italia y España aprobaron recientemente rebajas de impuestos (aunque las autoridades del Euro pongan ahora el grito en el cielo por el desfase presupuestario de nuestro país, más que previsible tras esta rebaja). Todo ello unido al también mayor gasto en defensa de los países del este ante al “amenaza” rusa. En resumen, un atisbo mal disimulado de estimulo a fin de cuentas, aunque falto completamente de estrategia y visión global en contraposición a un plan global a escala europea que se centrase en medidas de potenciación de la I+D, infraestructuras y apoyo a sectores claves para competir con USA y China.

Si hay estos reparos a plantear medidas de estímulo que en cualquier caso son fórmulas conocidas, cabe pensar que ocurriría si se plantease algún otro tipo de actuación más audaz como una compra de deuda pública (o privada) por parte del banco central europeo con fórmulas de reestructuración y condonación de saldos, permitiendo un respiro a las arcas públicas de los estados miembros de la UE o de sus endeudados habitantes. Cierto es que, en paralelo, cualquier medida de borrón y cuanta nueva tendría que venir acompañada de un nuevo enfoque del gasto público con una visión eficiente y alejada del ciclo político y de la conveniencia electoral de cada estado miembro. Conllevaría cesiones de soberanía a la UE y una nueva arquitectura y mentalidad en la toma de decisiones. Una segunda oportunidad no podría “malgastarse” con una mala praxis en la gestión.  
Es cierto que la simple observación de nuevas alternativas ya supondría un cambio excepcional, pero la parálisis actual nos puede condenar también a una decadencia sin precedentes.

MÁS Y MEJOR INTEGRACIÓN 
Pero, en Europa no sólo se evidencia descoordinación y dudas en las palancas de activar el crecimiento. También en temas estructurales, como se comprueba en la dificultad de aplicar medidas básicas de integración que cuando menos prevengan o minoren el impacto de shocks negativos. Es el caso de una mayor armonización fiscal y la unificación de la deuda pública a escala europea. Esta medida ayudaría al conjunto aunque los germanos teman perder a corto plazo parte de los beneficios de una deuda pública que actúa como valor refugio y por la que actualmente no sólo no pagan sino que cobran a través de un diferencial negativo en los bonos públicos alemanes. También habría que avanzar en la libre circulación de personas y capitales, y ya no digamos en la aceleración de la unión de criterios y normas bancarias. En fin, en la progresiva formación de un soporte adecuado a una moneda común y a la denominación de lo que serían unos verdaderos Estados Unidos de Europa. Pero ni siquiera hace falta entrar en temas económicos. La surrealista actuación con respecto al tema de los refugiados o la inconcebible respuesta a los atentados terroristas en Bruselas, precedida de un reconocido descontrol y falta de cooperación entre policías de distintos países, resultan esclarecedores. Qué decir del Brexit.

También es cierto que a los problemas de gobernanza y de criterio, Europa suma la cercanía de conflictos bélicos y de creciente inseguridad, así como otros factores de carácter más intangible, como un clima enrarecido en lo social y la sustitución de la imaginación y la estrategia por el populismo y los discursos viscerales. El sentimiento europeo se está diluyendo y con él la capacidad de respuesta conjunta ante un mundo cada vez más complejo en el que, como acaba de señalar Barak Obama en una especie de memorias, el eje económico se traslada al Pacífico y los países europeos son como entes anárquicos que inspiran poca confianza.

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