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Fitch, una destacada agencia de calificación, acaba de revisar sus previsiones sobre los precios del gas natural para Europa, en las que triplica su estimación de cotizaciones para 2023: desde los 15 hasta los 45 dólares por 1.000 pies cúbicos (28,32 metros cúbicos). Como el gas natural es una energía que se mide en m3, se debe realizar, además, una conversión a kilovatios hora (kWh) para poder facturar su consumo, de modo que esos 45 dólares corresponderían a 331,34 kWh, ya que un metro cúbico de gas natural equivale a 11,70 kWh. El consumo medio en España, por vivienda, es inferior a esa cantidad.
La Agencia Internacional de la Energía (IEA, en inglés) ya había anunciado con anterioridad a Fitch que este combustible seguirá en niveles “muy altos” por lo menos hasta el año 2025.
A un consumidor con un coste de suministro de gas de 1.650 euros durante los últimos 12 meses, la compañía de luz y gas Repsol le ha calculado un coste estimado para el próximo año de 7.134 euros, a contar desde el 1 de octubre de 2022. Es una comunicación en la que Repsol sostiene que intentó “conseguir” para dicho contrato “los mejores precios que nos han sido posibles” (sic). Como justificación, se ampara en “un momento de precios máximos históricos en el mercado de gas mundial”.
Sin embargo, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, dijo esta semana en un acto del diario El Progreso en Lugo que no hay razones para que suba el gas en España, de ahí que vea justificado ponerle topes. Según el titular de Exteriores, para que suba el gas tendría que haber un gran exceso de demanda o un aumento del coste de extracción, y ninguna de estas dos cosas se dan.
¿Quién dice la verdad? ¿Fitch, la IEA, Repsol o Albares? Para el ministro, en este momento, el aumento del precio del gas, que él es partidario de topar, tanto en España como en el reto de Europa, no responde a “un crecimiento de la demanda”, que es “exactamente la misma que antes de la guerra”. Además, Albares subraya que tampoco han aumentado los costes de extracción del gas”.
¿Por qué suben entonces los precios de este combustible? “Solo crecen por una mera anticipación y especulación de lo que deberían ser los precios a futuro, por causa de la guerra”, explica José Manuel Albares, que incluso va más lejos: el “chantaje” al que somete Vladimir Putin a la UE “no afecta a España” porque “no es dependiente en absoluto del gas ruso” y, por tanto, “no tiene nada que temer”.
Lo cierto es que los precios suben, ya que la UE, para reequilibrar su mercado al quedarse sin gas ruso, apuesta ahora por el gas natural licuado (GNL) que se transporta por barco y es más caro, además de que tarda más en llegar. Incluso suben a pesar del tope al gas en virtud de la denominada excepción ibérica, que comparten Portugal y España.
Hay tanta confusión porque el mercado se mueve por la especulación y los riesgos regulatorios, al tiempo que se observan movimientos de alcance en la contratación de regasificadoras flotantes y el mayor aprovechamiento de las fijas, segmento en el que España es líder en Europa.
Donde hay menos dudas es en el almacenamiento de gas, ya que se cumplen los objetivos, en las importaciones de gas por barco y en la caída de la demanda, en especial la industrial, pero también la doméstica. El que más y el que menos procura ir gastando menos, por si acaso.
@J_L_Gomez
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