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Es una forma de impacto ambiental, que asimismo, genera un impacto en la economía.

Economía y entorno están en punto crítico 

La explotación masiva y acelerada de materias primas está causando el deterioro del entorno natural del planeta, el cambio climático y la desaparición de los recursos energéticos o alimentarios. Los Gobiernos han sido incapaces de detener la deforestación masiva y sustituirla por una tala ordenada con repoblación; y el consumo de agua, sigue sin someterse a reglas racionalizadoras. Resulta que una industria que defienda el medio ambiente puede ser tan rentable o más que la que se ocupa de degradarlo. 


La relación entre economía y medio ambiente se aproxima a un punto crítico. La contaminación nunca ha sido considerada como lo que es, un coste que recae en los ciudadanos. Y en el más típico de los escenarios de intereses confrontados existen empresas que se disponen a rentabilizar las amenazas de la contaminación, como son las aseguradoras o los fondos constituidos para acumular y distribuir agua o incluso los fabricantes de diques contra las inundaciones.

Y ello pese a que la rentabilidad que pueden generar no compensará los daños, la pérdida de riqueza y de puestos de trabajo que están asociadas al cambio climático a medio y largo plazo. Lo lógico sería que se intensificase la inversión en tecnología para detener la contaminación. Las energías renovables son la opción obvia, pero o no se han encontrado soluciones para integrarlas en un sistema continuo de suministro o bien son caras y muchos países no pueden pagar el coste innovador.

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