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Galicia cambia de ciclo: claves y retos de futuro

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Hay excesiva dependencia de lo público, cuatro de cada diez gallegos son pensionistas, funcionarios o desempleados

 

La existencia de ciclos económicos se viene constatando desde la Antigüedad. Ya en uno de los más célebres relatos bíblicos del libro del Génesis se narra la interpretación que un joven judío, de nombre José, hizo de los sueños de un faraón egipcio. Singularmente, de aquél en el que siete vacas gordas eran devoradas por otras tantas flacas. A la sazón, una sucesión cíclica de períodos de prosperidad y miseria.


A diferencia de lo que una corriente amplia de pensamiento, avalada por el propio Robert Lucas, Nobel de economía en 1995, llegó a proclamar, la política económica contemporánea no parece haber resuelto la dinámica depresión-prevención. Como tampoco parece tener bajo control la sempiterna sucesión de ciclos. La crisis iniciada en 2007, financiera en su origen y más tarde económica, no es sino una severa muestra de la vigencia de este fenómeno que, además, ha ganado en sincronización entre las distintas regiones económicas. En lo que concierne al ámbito más próximo, de España con los demás miembros de la UE, y especialmente de la eurozona, y de Galicia con el resto de economías regionales españolas.


Detrás de esta creciente simetría encontramos una red de relaciones, cada vez más densa y compleja, tejida al amparo de la internacionalización comercial, la modernización y la innovación financiera y la consolidación y permanente reinterpretación del Estado de Bienestar, en un contexto de creciente convergencia fiscal. Tendencias que no invalidan la que abunda en la literatura económica, donde tradicionalmente se argumenta que Galicia suaviza los ciclos del entorno, creciendo menos en las fases expansivas, pero soportando mejor las depresivas.


La recuperación que constatan todas las proyecciones, nacionales e internacionales, someterá a examen esta pauta histórica que bien podría, una vez más, volver a repetirse. Como así parece indicar el diferencial registrado entre el último avance anual del PIB gallego y el español  - un punto porcentual inferior en Galicia con respecto al conjunto del estado durante 2014 - y las previsiones más inmediatas de crecimiento, según las cuales, ese gap que sitúa a Galicia por debajo de la tendencia nacional,  se mantendrá prácticamente inalterado a lo largo de 2015 -0,9 puntos porcentuales si se confirma la más reciente de las actualizaciones del cuadro macroeconómico español- y siguientes. Este panorama se asienta sobre una serie de factores que sitúan a Galicia en un lugar especialmente vulnerable de cara al futuro más inmediato, y de entre los cuales convendría destacar los cinco siguientes.

FACTOR DEMOGRÁFICO
En el primer lugar encontramos la desfavorable evolución demográfica. La gallega es una de las sociedades más envejecidas del mundo. Y es, además, una sociedad en regresión numérica: al lastimoso saldo vegetativo, siempre negativo desde 1988, se suma ahora el saldo migratorio, con igual signo desde 2013. Así las cosas, el volumen

actual de población (2.748.695 habitantes, según el INE) se mantiene prácticamente inalterado tras cuatro décadas (2.749.323 en 1975), aunque con variaciones cualitativas tremendamente significativas: el 23,6% de la población supera hoy los 65 años. Condición que cumplirá el 35,2% en 2050, de cumplirse la Proxección a longo prazo 2002-2051, en su versión media, del IGE, y que sólo cumplía en 1975 el 12,5% de la población. Urge, en este frente, articular políticas contrastadas de fomento de la natalidad y de conciliación laboral y familiar. Así como explorar fuentes que completen la financiación de la sanidad y de los servicios sociales vinculados a la dependencia.

ESPECIALIZACIÓN DE BAJA PRODUCTIVIDAD
En segundo término, persiste la especialización relativa en sectores y actividades de escasa productividad por ocupado y/o escasos grados de libertad en lo que concierne a la capacidad para generar empleo. Desmoronada la construcción y castigada la demanda de los servicios destinados a la venta y la oferta de los servicios públicos, no existe Año Santo Jacobeo que permita capitalizar la pujanza del sector turístico nacional.

El próximo tendrá lugar en 2021. En cuanto a los demás grandes sectores, poco más se le puede exigir al primario, que durante la crisis ha vuelto a actuar como amortiguador del desempleo y -al mismo tiempo- despensa. En cuanto al grado de industrialización, no ha dejado de disminuir, hasta situarse en el 16,6% del PIB, tras registrar una preocupante contracción (-4,5%) en un año de crecimiento, como el último cerrado, en el que han comenzado a florecer algunas de las bases para un cambio de evolución sectorial: restablecimiento del crédito, paulatina recuperación del consumo privado y entorno propicio para el comercio exterior, con depreciación monetaria y recuperación de socios comerciales incluida. Caso omiso de lo anterior, el dato de 2014 viene a intensificar, cuando no a superar, el declive industrial observado en cuatro ejercicios tremendamente críticos: -2,5% en 2008, -10,6% en 2009, -2,8% en 2011 y -2,2% en 2012.


La conclusión que podemos extraer de este segundo vértice de vulnerabilidad es simple: la profunda acumulación de capital público y privado -físico, tecnológico y humano- que Galicia ha protagonizado durante las últimas décadas no ha resultado suficiente para transformar el modelo productivo. Tampoco parece haber gozado de una estrategia de gestión a la altura. Con recursos que se han demostrado escasos, conviene apostar por la inversión productiva y erradicar la especulativa (capital físico); impulsar un sistema educativo orientado a lo que el mercado de trabajo necesita y demanda, así como a la mejora de la productividad (capital humano); y apostar por un cambio de paradigma en la organización de los factores disponibles (innovación).

DEPENDENCIA DE LO PÚBLICO
Tenemos -tercero- la excesiva dependencia de lo público. De acuerdo con los datos disponibles, cuatro de cada diez gallegos son pensionistas, funcionarios o desempleados. Este contingente es equiparable, en términos absolutos, a toda la población provincial de A Coruña. En términos relativos, sólo se observan proporciones comparables en Castilla y León y en la vecina Asturias. El caso es que depende del tamaño y la salud financiera de la planta pública, de la viabilidad del sistema público de pensiones y de la generosidad de los mecanismos de protección al desempleo; sujeto, todo ello, a permanente revisión. Motivo por el cual la incertidumbre de hogares y empresarios gallegos no se reduce con la misma intensidad que en el resto del país.

CUENTAS DE LA ADMINISTRACIÓN
Cuarto, el liderazgo hasta ahora ejercido por la Administración autonómica se verá sometido a una fuerte tensión. No en vano, la actividad de la Xunta se caracteriza por una capacidad fiscal inferior a la media nacional y, por el contrario, necesidades de gasto superiores. Comenzando por la esfera del gasto, la mayor presión será la ejercida por aquel deterioro demográfico: una población cada vez menor y más envejecida soportará el coste comprometido de bienestar -dependencia y sanidad incluidas- e infraestructuras -físicas y culturales- que nos hemos dado, y con el que también colabora el saldo fiscal que la economía gallega presenta frente al resto de la hacienda nacional. Habrán de establecerse, necesariamente, prioridades de gasto, al tiempo que se incrementará el nivel de exigencia y de corresponsabilidad fiscal.

En este sentido, también en el lado del ingreso encontramos elementos de presión. Ya sea por las limitaciones para recurrir a déficits y endeudamiento: nada invita a pensar que, desde Bruselas, se vayan a relajar en el futuro; al menos no de manera sustancial, como demuestra el curso de la negociación griega o las advertencias que, de manera reiterada, reciben los Gobiernos de Francia e Italia. Ya por el aparente agotamiento de la laxitud que venía caracterizando los procesos de negociación de los sucesivos sistemas de financiación autonómica: las legítimas aspiraciones de todas las Comunidades autónomas, en mayor o menor medida colmadas por la Administración central, tropiezan  ahora con la deriva soberanista de Cataluña, en un contexto de competencia interterritorial por recursos menguantes con desenlace de momento incierto. O ya por el desvanecimiento de los fondos de procedencia europea, de incuestionable trascendencia para el proyecto de modernización y convergencia de Galicia. Su sustitución por financiación al amparo del denominado Plan Juncker exigirá algo más que agilidad, audacia y planificación pública. Cuando menos ambición privada.

ORIENTACIÓN ESTRATÉGICA
Por último, conviene en quinto lugar aludir, en general, a la orientación estratégica, tantas veces ausente de debate. Y, en particular, a la que atañe a esferas tan variadas y susceptibles de reforma y transformación como son, entre otras, las relativas al minifundismo empresarial (excesivo); la política energética (débil); la internacionalización en mercados emergentes (hasta ahora limitada); o el dimensionamiento del sector público gallego -autonómico y local- y sus organismos, entes e infraestructuras dependientes. Apelar, en definitiva, a la necesidad de afrontar, identificar, definir, evaluar y consensuar grandes reformas que sienten las bases de lo que Galicia pretenda ser en el futuro. Y eviten, de paso, que siete vacas flacas terminen devorando a las que apenas hemos comenzado a cebar.

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