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El Precio del Mañana” es el título de una película estrenada en Estados Unidos en octubre de 2011, protagonizada por Justin Timberlake y Amanda Seyfried

El Precio del Mañana” es el título de una película estrenada en Estados Unidos en octubre de 2011, protagonizada por Justin Timberlake y Amanda Seyfried, que nos describe un mundo en que el nuevo dinero es el tiempo. Gracias a los avance científicos todo el mundo puede vivir hasta los 25 años, pero a partir de esa edad la gente muere irremediablemente a menos que consiga “ganar” más tiempo como remuneración por el trabajo que realizan.

Al margen del interés y de la calidad cinematográfica del film, lo que llama la atención es la enorme diferencia que existe entre una clase pudiente, formada por una élite de relativamente pocas personas, que pueden vivir eternamente, aisladas y protegidas en sus lujosos guetos de New Greenwich - como se llama la zona en la que habitan -, mientras que el ejército de los más pobres vive confinado en los suburbios de Dayton cerca de sus centros de trabajo donde “ganan el tiempo” que les permitirá a ellos ya sus familiar continuar sobreviviendo.

Obvia decir que en la película no se vislumbra por ningún lado ninguno de los elementos que en los países de nuestro mundo visualizan, con más o menos grado de desarrollo, el llamado estado del bienestar.

Además, aunque esto no queda del todo claro, cada persona parece vivir en una zona horaria diferente, en función de su estatus social, existiendo barreras físicas y peajes que dificultan la movilidad entre los diferentes husos horarios y las autoridades utilizan el tiempo a modo de política monetaria, aunque no para regular el crecimiento de la economía, controlar la inflación, regular el flujo del crédito a través de la fijación de los tipos de interés o estabilizar la tasa de paro, sino para algo más tétrico como es el control de la superpoblación.

Por otra parte, a pesar de la existencia de husos horarios, que permiten intuir la existencia de diferentes clases sociales con distintos niveles de vida, el film retrata una sociedad polarizada donde los dos grandes grupos que determinan la forma en que se organizan y funcionan tanto las relaciones sociales, como el modelo económico de producción y distribución de la renta (“tiempo”) y de la riqueza, son o muy ricos o muy pobres.

Viene esto a cuento de que, de forma particularmente acusada en el año 2014 que acaba de terminar, uno de los temas que recurrentemente - sobre todo en el último cuatrimestre del año - han ocupado las páginas de información económica, tanto de los medios de comunicación de contenido generalista como de los especializados en economía, ha sido el tratamiento otorgado al problema de la creciente desigualdad en el mundo. Entre ellos podríamos citar: el análisis patrocinado por el FMI “Redistribución, Desigualdad y Crecimiento Económico” y elaborado por Tsangarides Charalambos, Jonathan Ostry y Andrew Berg, el cual puede entenderse como una continuación del realizado por A. Berg en el año 2011 sobre el mismo tema; el estudio de Intermon Oxfam “Es la Hora de Acabar con la Desigualdad Extrema”; el “Informe 2014 sobre la Riqueza Mundial”, elaborado por el Credit Suisse; el documento de la OCDE titulado “Tendencias en la Desigualdad de Rentas y su Impacto sobre el Crecimiento Económico”; y el Informe Mundial sobre los Salarios 2014/2015 de la OIT.

Sin olvidarnos de las manifestaciones realizadas en el primer trimestre del pasado año por Klaus Schwab y Joseph Stiglizt en la reunión anual del Foro de Davos, o la más reciente exhortación apostólica “Evangeli Gaudium” hecha pública por el Papa Francisco del 23 de noviembre  - en lo que ha sido su primer gran documento público - o el más reciente discurso de Barack Obama del pasado 5 de diciembre - que también ha sido su primer gran discurso como Presidente sobre el tema de la desigualdad - pronunciado en la misma y deprimida zona de Anacostia en la que por primera vez abordó este mismo tema cuando era candidato a la presidencia de los Estados Unidos en el año 2007.

Aunque en los círculos académicos el mérito de haber puesto de moda el análisis de la desigualdad y sus perniciosos efectos sobre el funcionamiento de la economía sin duda habría que atribuírselo a Thomas Picketty y su monumental obra “Capital en el Siglo XXI” que ha recuperado para el debate académico, aunque con diferentes planteamientos, el tema de la desigualdad y sus interrelaciones con en el desarrollo económico, que fue abordado en un trabajo pionero publicado en marzo de 1955 por Simon Kuznets en The American Economic Review.

La conclusión general del análisis de Kuznets que, deliberadamente y por falta de datos, deja a un lado los efectos que sobre la desigualdad pueden tener las políticas redistributivas de la riqueza a través de un adecuado diseño e implementación de los impuestos directos y de las transferencias de rentas hacia los sectores más desfavorecidos de la población, es que de modo significativo desde la década de 1920, la tendencia en la distribución relativa de la renta y de la riqueza ha ido moviéndose paulatinamente hacia niveles que determinan una menor desigualdad de las mismas, si bien el propio Kuznets en un loable ejercicio de honestidad y de humildad intelectual no duda en observar que su artículo contiene tan solo un 5% de evidencia empírica, siendo el restante 95% pura especulación académica que debe de ser contrastada mediante la realización de análisis más profundos que además tengan en cuenta factores extra-económicos derivados de los cambios tecnológicos, la evolución demográfica y las modificaciones en la arquitectura de los entramados institucionales que articulan el funcionamiento de cualquier sociedad.

Por su parte T. Picketty, desde la perspectiva de una mucha mayor amplitud de datos que se desgranan en un período temporal mucho más largo que pretende estudiar la evolución de la desigualdad en los últimos 250 años, llega a una conclusión diametralmente opuesta a la de Kuznets, señalando que en los países de la órbita capitalista, la desigualdad es un fenómeno que tiende a incrementarse a medida que la tasa de rendimiento del capital – que Picketty se atreve a indicar que en serie histórica se ha movido en el entorno del 5% - aumenta más rápidamente que la tasa de crecimiento de la economía, que se sitúa en el largo plazo en entornos inferiores al 2% y que raramente y circunscrita a períodos extraordinarios de grandes avances tecnológicos o de incuestionable hegemonía de algunos países, ha logrado alcanzar niveles sostenibles del 4%.

De este modo, arguye Piketty, desde el final de la II Guerra Mundial hemos asistido a un significativo incremento de la desigualdad en los sistemas capitalistas, asentada en el hecho de que aquéllos que históricamente ya poseían una parte sustancial de la riqueza se la dejan en herencia a sus descendientes que pueden así acrecentar sus rentas como consecuencia del predominio de un sistema patrimonialista en el que las rentas del capital crecen por encima de las rentas del trabajo, produciendo un incremento progresivamente creciente de la desigualdad.

Aunque la obra de Piketty fue puesta en cuestión, entre otros, por el Financial Times que le acusó de trabajar con datos que cuando menos resultaban cuestionables, otros estudios más recientes auspiciados por organismos internacionales tan poco dudosos como el FMI, la OCDE o el Banco Credit Suisse, han corroborado la tesis de Piketty también sostenida por la evidencia de los datos elaborados por un análisis sobre el tema de Intermón Oxfam, de que la desigualdad está creciendo en el mundo, siendo además un fenómeno que se extiende por igual tanto a los países más desarrollados como a los menos desarrollados, produciendo una especie de dualidad de forma que, en palabras de alguno de los partícipes en el debate sobre esta cuestión, en los países más avanzados se está creando una periferia de clases sociales afectadas por una creciente desigualdad, mientras que en los países de la periferia menos desarrollados está surgiendo un núcleo reducido, pero de gran poder económico, que cada vez se está volviendo más y más rico.

Según el “Informe sobre la Riqueza Global” para 2014 publicado por Banco Credit Suisse, la riqueza mundial creció en 2014 en un 8,3%, equivalente a 20,1 billones de dólares, su ritmo anual más elevado de los últimos años, hasta alcanzar un montante total en el mundo de 263 billones de dólares, siendo la primera vez que la misma supera la barrera de los 250 billones de dólares, pero con una creciente asimetría puesto que la mitad más rica de la población de la Tierra concentra el 99% de la riqueza global con un patrimonio neto medio de 3.650 dólares, mientras que la otra mitad solo detenta el 1% de la misma.

Y las divergencias aumentan a medida que ascendemos por la escalera de la distribución porcentual de la riqueza media individual. Así, solo el 10% de la humanidad tiene un patrimonio igual o superior a los 77.000 dólares, mientras que el 1% de la población más rica, que concentra el 48% del total de la riqueza mundial, tiene un patrimonio medio igual o superior a los 800.000 dólares, observándose también una ampliación de la brecha que separa a la riqueza de los países más desarrollados frente a los que están en vías de desarrollo.

España, lejos de permanecer al margen de este fenómeno, es el país de la OCDE en el que, de acuerdo con los datos manejados por este organismo, la desigualdad entre los más pudientes y los menos favorecidos se ha visto incrementada en mayor medida, hasta el punto de que sólo en tres años, de 2007 a 2010, los más pobres perdieron un tercio de sus ingresos, en tanto que los del 10% de la población más rica solo se redujeron en un 1%, desplomándose la renta media de los hogares hasta los niveles registrados en el año 2000, con una renta media de 16.700 euros, redundado todo ello en que España ha caído al puesto octavo del ranking de los países con mayor desigualdad de rentas de los países del área OCDE, como consecuencia del doble efecto combinado de las altas tasas de paro registradas en España y el declive de los salarios como consecuencia de las reformas y ajustes realizados en el mercado de trabajo.

Volviendo a los análisis antes mencionados de S. Kuznets y Th. Piketty y a la relación existente entre la desigualdad y el crecimiento económico, dos recientes estudios, complementarios, realizados respectivamente por A. G. Berg y J. Ostry en el año 2011, y por A. Berg, J. Ostroy y Ch. Tsangarides en 2014 para el Fondo Monetario Internacional, han puesto de relieve que la relación entre las desigualdades de rentas y el crecimiento económico, aún siendo complejas, pueden identificarse a partir de los datos disponibles, lo cuales manifiestan que la desigualdad es un importante determinante tanto de la senda como de la duración del crecimiento económico a medio y largo plazo y que el ensanchamiento de la brecha de la desigualdad no es privativa de los períodos de estancamiento o de crecimiento económico más débil, sino que la misma también tiende a ampliarse en los momentos de crecimiento económico más robusto.

En este sentido, su estudio también concluye que la desigualdad no es solo un mal indeseable por motivos morales y de justicia social, sino que además puede resultar perjudicial para el crecimiento, estableciendo un vínculo que asocia los incrementos  de la desigualdad de rentas en los diferentes países con las bajas tasas de crecimiento económico registradas en los mismos en los años recientes.

Esta tesis contradice la opinión defendida durante mucho tiempo por muchos y muy prestigiosos economistas de la escuela neoclásica - y que pese a la insistencia de las cifras dista mucho de haber sido abandonada - de que la desigualdad constituye un importante motor del crecimiento económico por los incentivos con los que recompensaba la asunción de riesgos, la innovación, el carácter emprendedor y el trabajo duro de los que ocupan los escalones más bajos de la pirámide de rentas, sirviendo este argumento también para defender la idea de que las subidas de impuestos que afectan en mayor medida a las rentas más altas y las políticas de redistribución de los ingresos implementados por los gobiernos, deben de manejarse con prudencia por los efectos adversos que podrían repercutir sobre el crecimiento económico que, en una relación de causalidad directa, según su tesis, tendería a reducir la desigualdad como consecuencia del aumento del empleo y de los salarios que conllevaría consigo.

Sin embargo, los análisis antes citados, junto con otros realizados por F. Cingano para la OCDE sostienen no solo que la desigualdad y sobre todo la desigualdad extrema puede perjudicar al crecimiento económico, sino también que las políticas de redistribución de rentas en el peor de los casos resultan neutrales e cara a la consecución de tasas más altas de crecimiento, argumentando que es un error creer que éste, por sí solo, contribuirá a reducir la desigualdad y menos aún la desigualdad extrema, señalando una serie de posibles factores cuya persistencia canalizará la manera y cuantía en que la desigualdad puede perjudicar al crecimiento económico sostenible, entre los que cabrían citar el funcionamiento de los mercados de crédito, las formas de acceso a los centros de decisión políticos y económicos dentro de cada país, la inestabilidad institucional, el grado de apertura al comercio internacional y ligada a ella la estructura de las exportaciones, la competitividad empresarial, el grado de integración financiera y sobre todo la facilidad de acceso a la educación.

A este último respecto, el documento de la OCDE titulado “Tendencias en la Desigualdad de Rentas y su Impacto sobre el Crecimiento Económico” elaborado por F. Cingano, destaca sobremanera el hecho de que la desigualdad extrema condiciona no solo la cuantía de los recursos económicos, sino también y de forma importante  el  tiempo de búsqueda de las mejores oportunidades escolares y de dedicación a la formación escolar y en el puesto de trabajo, que las familias que se encuentran en esa situación dedican a mejorar la educación de sus hijos, lo que determina una pérdida de talento y de habilidades que los programas gubernamentales de becas y otro tipo de ayudas al estudio no logran solventar simplemente porque estas familias no les prestan atención y porque toman sus decisiones acerca de la educación que darán a sus hijos teniendo en cuenta no solo sus ingresos actuales sino también los que esperan percibir en el futuro, contribuyendo a crear o mantener, lo que en la terminología marxista se denominaría un “ejército de reserva” de mano de obra poco cualificada, que afecta negativamente al crecimiento económico sostenible de los países que tienen que afrontar esta problemática.

Con todo este bagaje, dándole la vuelta al significado de lo escrito por Adam Smith en su obra “La Riqueza de las Naciones” cuando dice que “no es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses ….. Por regla general, no intenta promover el bienestar público ni sabe cómo está contribuyendo a ello. Prefiriendo apoyar la actividad doméstica en vez de la foránea, sólo busca su propia seguridad, y dirigiendo esa actividad de forma que consiga el mayor valor, sólo busca su propia ganancia, y en este como en otros casos está conducido por una mano invisible que promueve un objetivo que no estaba en sus propósitos”, a la luz de los estudios recientes sobre la desigualdad antes citados, podríamos decir que las imprescindibles y decididas actuaciones de los gobiernos, de las instituciones internacionales y de la iniciativa privada para fomentar un mejor reparto de la riqueza generada no solo a nivel de cada país sino también en el conjunto de los mismos a nivel mundial, que sustituyen a la famosa “mano invisible del mercado”, lejos de desincentivar el crecimiento económico, a medio y largo plazo constituyen una poderosa fuerza que lo impulsa y lo promueve, revirtiendo el Círculo Pernicioso de la pobreza y de la Desigualdad que figura en el cuadro que acompaña estas páginas, en interés no solo de los más desfavorecidos sino del conjunto de toda la población de cada uno de los países individualmente considerados y del agregado mundial  de los diversos países considerados como un todo.

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