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Petróleo y bolsa, ¿el mundo al revés o algo ha sucedido?

Oil pumps on dollar banknotes. Conceptual 3D illustration.
photo_camera Bombas de petróleo y billetes de dinero.

La abrupta caída del petróleo ha provocado una alta volatilidad en el mercado bursátil

En los últimos 100 años de la historia económica mundial, y dejando al margen otros factores determinantes de la evolución sobre algunas de las variables más significativas de la política económica como los tipos de interés o los tipos de cambio y sin tener tampoco en cuenta los efectos de los cambios registrados, por razones de índole geopolítica, en  las relaciones internacionales, tan solo ha habido dos “industrias” que, por su capacidad de arrastre y por su elevada transversalidad, han tenido el poder suficiente de conseguir que el negativo efecto multiplicador sobre el resto de los sectores de la actividad de lo que, en apariencia, eran tan solo crisis internas, deviniesen en profundas recesiones globales que, de forma más o menos grave, terminaron por afectar a las economías de la mayor parte de los países del mundo.

Estos dos sectores hacen referencia, respectivamente, al sistema financiero y a la industria petrolífera, y las tres grandes crisis económicas mundiales que directamente pueden atribuírseles son la Gran Depresión de 1929, la crisis del petróleo de principios de los años 70´s, y la Gran Recesión de 2007-2009 cuyas consecuencias todavía no han sido superadas siete años después del comienzo de la misma.

Sus efectos no solo sumieron a la economía mundial en prolongados períodos de penumbras y de duros sacrificios y ajustes, sino que también remodelaron el sistema de relaciones internacionales vigentes en el momento de producirse, dando lugar a profundas reestructuraciones que trajeron consigo importantes cambios en los paradigmas económicos y sociales preexistentes, sin olvidar las alteraciones sustanciales en los modelos  académicos  predominantes a la hora tanto de explicar el funcionamiento de la economía, como de aplicar las recomendaciones prácticas derivadas de los mismos para impulsar la recuperación de la actividad económica y promover nuevas pautas de comportamiento en los gobiernos destinadas a subvencionar, regular, reestablecer, suplir o estimular el eficiente funcionamiento de los mercados allí donde, cuando y con los recursos que fuesen necesarios para ello.

En el ámbito de las escuelas del pensamiento económico, la Gran Depresión de 1929,  alumbró el surgimiento teórico de la revolución keynesiana, cuyo desarrollo y aplicación práctica se sustentó en los logros conseguidos por el New Deal y en los ingentes esfuerzos que supusieron tanto el impulso a la innovación, el crecimiento de la industria, y el masivo acceso de la mujer a los mercados de trabajo regulados para afrontar el esfuerzo bélico derivado de la II Guerra Mundial, como las grandes necesidades de inversión pública y privada precisas para abordar la reconstrucción de las infraestructuras básicas y del aparato productivo de Europa y, en menor medida, también Japón y otros países asiáticos, devastados como consecuencia de la misma.

Los impensables e imprevistos recortes en la producción de petróleo y el subsiguiente encarecimiento del precio de los combustibles fósiles y sus derivados en los primeros años de la década de 1970, provocaron la incapacidad de la escuela keynesiana para poner remedio a los efectos de una crisis que, sobre todo el los países más desarrollados, trajo consigo una explosiva combinación de elevadas tasas de paro con altos niveles de una inflación sostenible, dando lugar a un nuevo concepto económico conocido como “estanflación” y provocando una situación a anémica debilidad económica de la que solo se consiguió salir aplicando las olvidadas recetas de la escuela neoclásica que yacían en el baúl de los recuerdos tras décadas de keynesianismo más o menos puro. Aunque, eso sí, las mismas fueron objeto de una amplia labor de “estucado” para adecuarlas a la nueva realidad de un mundo que no se parecía en nada a aquel de finales del siglo XIX y principios del XX que había servido de caldo de cultivo para su formulación.

Así las cosas, la Gran Recesión que hoy todo el mundo coincide en señalar que comenzó en el año 2007, pero que en ese entonces e incluso en los años posteriores y hasta que en el año 2012, mirando ya por el espejo retrovisor de la historia ocurrida, casi nadie concebía como tal al ser considerada como una etapa recesiva más en la historia de los cliclos económicos – aunque si acaso algo más virulenta que en otras ocasiones -, ha vuelto a poner sobre el tapete de la mesa el debate sobre que tipo de medidas resultarían más útiles para ayudarnos a escapar definitivamente de una situación que amenaza en convertirse en crónica en Europa y en Japón, con consecuencias perjudiciales para una economía que, para lo bueno y para lo malo, se reputa de global.

En este contexto, desde junio de 2014, y sin que todavía nadie se atreva a afirmar con contundencia que el sistema financiero esté completamente saneado – como acaban de poner de relieve las opiniones del BCE relativas a la conveniencia de que los Bancos europeos acomentan nuevas recapitalizaciones -, y en condiciones de aguantar nuevas sacudidas en sus cimientos, hemos asistido a una abrupta reducción de los precios del petróleo que se han visto recortado en más de un 60%, apareciendo, a tenor de los sucesivos titulares que desde entonces, continuadamente, abren las páginas económicas de todos los medios de comunicación a nivel internacional, como uno de los principales culpables de la elevada volatilidad registrada en las principales Bolsas de todo el mundo.
Y esto, “a priori”, no es normal. Y no lo es porque siendo el petróleo y sus derivados una de las principales materias primas utilizadas por las empresas y también por las familias, el descenso de su precio debería de ser un motivo de un optimismo consumidor e inversor que, al margen de otros considerandos como el problema griego, tendría que haber contagiado a las Bolsas de un moderado entusiasmo que, al menos por el momento, no se vislumbra por ningún lado, por lo que cabría preguntarse por cuáles son los factores que están detrás de este abaratamiento del precio del crudo, para tratar de adivinar sin son ellos los causantes de esta divergencia entre dos factores – precio del petróleo y evolución bursátiles – que la lógica llevaría a pensar que deberían de estar positivamente correlacionados.

Las respuestas son varias, pudiendo citarse en primer lugar y como factores que están afectando a la demanda, la  persistente debilidad de la economía de la Eurozona, la recaída en una nueva etapa recesiva de Japón, y la ralentización del crecimiento de China que, según algunos economistas como Olivier Blanchard, podrían explicar hasta un 30% de los descensos acumulados en la caída del precio del petróleo desde principios del verano de 2014, como consecuencia del menor consumo de energía tanto en lo hogares como y sobre todo en las empresas que siguen manteniendo un exceso de capacidad de producción y no solo continúan recortando tanto los costes de sus insumos variables, sino que también han reducido sus inversiones en nuevas plantas y/o bienes de equipo, traduciéndose en unas menores necesidades de consumo energético, afectando negativamente a sus importaciones de petróleo.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que desde la crisis energética de los años 70´s y posteriormente como consecuencia de los diferentes tratados internacionales para preservar el medio ambiente, hemos asistido a una verdadera explosión de productos sustitutivos del petróleo que ha dado lugar a la aparición de nuevas industrias centradas en los denominados biocombustibles, las energías renovables, o el gas como uno de los inputs energéticos fundamentales de los hogares pero también de un creciente número de empresas.

Muchas de estas industrias tienen unos costes de explotación elevados que solo las hacen rentables a precios del petróleo en entornos superiores a los 85/95 dólares por barril, pero a corto o medio plazo su reemplazo por otras basadas en el petróleo se revela como una misión imposible teniendo en cuenta, entre otras su elevado grado de desarrollo en muchos países incluyendo tanto los más avanzados como las economías emergente, los costes hundidos aún no amortizados que presentan, y la incertidumbre acerca de la duración y el nivel de estabilización definitivo de los precios del petróleo que hoy se encuentran en caída libre.

Por otra parte, las inversiones en nuevos desarrollos tecnológicos destinados a conseguir incrementar sustanciales mejoras en la eficiencia del consumo energético de las empresas y de los hogares también han dado sus frutos, haciendo a los países importadores menos dependientes de lo que eran hace menos de dos décadas, siendo uno de los ejemplos paradigmáticos de los mismos el coche eléctrico que aunque todavía está lejos de alcanzar su plena madurez de uso y consumo, ha traído consigo mejoras significativas en el desarrollo de nuevos motores híbridos o tradicionales con consumos mucho más reducidos que sus predecesores y que tenderán a reducir aún más la factura energética a medida que vayan desapareciendo de la circulación los vehículos mas antiguos.
Estos acontecimientos se han visto acompañados por un paralelo incremento en la oferta de petróleo, como consecuencia de que Estados Unidos ha conseguido dejar de ser un importador de petróleo gracias a la explosión de la industria del fracking, que después de los éxitos conseguidos en North Dakota y Texas, empieza a extenderse también a otros estados como Colorado y el delta del Mississippi y al que tarde o temprano empezarán a sumarse otros países incluyendo China y gran parte de Europa cuyas reservas de equistos todavía resultan desconocidas y que, hasta la fecha, en Europa no han sido objeto de serias prospecciones por temor al impacto que su explotación pudiese producir sobre el medio ambiente en unas sociedades mucho más concienciadas sobre el mismo que la norteamericana.

A todo ello habría que sumarle el hecho de que la reunión de finales de noviembre de la OPEP en Viena, culminó con la negativa saudí a recortar la producción, por motivos tanto económicos, para no perder cuota de mercado y a la par tratar de eliminar a los nuevos competidores con mayores costes de extracción, como por razones geopolíticas derivadas de su alineamiento con Estados Unidos, para lanzar un torpedo contra la línea de flotación de países como Venezuela e Irán, cuyas finanzas son altamente dependientes de sus exportaciones petrolíferas, y que no cuentan con las reservas de divisas estimadas en 750.000 millones de dólares que tiene Arabia Saudí para mantener a flote su economía a la espera de que los precios vuelvan a repuntar en el medio plazo, aún cuando se estima que el umbral mínimo de rentabilidad del petróleo extraído de las arenas del desierto que abarca la  mayor parte de la superficie de la península arábiga se sitúa alrededor de los 60 dólares por barril.
Sin olvidarnos de que, pese a los conflictos en lo que están inmersos, tanto Irak como Libia han sido capaces de mantener sus niveles de extracción y de exportación, sin afectar por el momento a la oferta de crudo proveniente de estos dos países, habiendo sido incluso los rebeldes libios capaces de abrir dos nuevas vías de salida hacia el exterior del crudo que producen las zonas controladas por los mismos.

Además, hay otro factor que en el juego de las alianzas geopolíticas está coadyuvando a la decisión de no reducir la producción de crudo en los países productores aliados de Estados Unidos que tienen que ver con el conflicto ucraniano y con la expansión del Estado Islámico.
Frente a Rusia, el mantenimiento de una política de precios bajos del petróleo es un factor de ahogamiento de su economía mucho más sutil y eficaz que cualquier otro tipo de sanción, al tratarse por una parte de una sanción encubierta que no resulta de aplicación directa por parte de los países occidentales que pueden así justificar unas sanciones mínimas que dejan al gobierno de Putin sin argumentos para contrarrestarlas a nivel económico al no poder ser achacadas a unos países europeos que no son productores o a Estados Unidos que todavía no es un exportador neto de esta importante materia prima, y también eliminan de un plumazo la tradicional capacidad de los gobiernos rusos, en combinación con la histórica predisposición del país, de atribuir todos sus males a fuerzas exteriores que atentan contra el futuro de la “madre patria”, favoreciendo la germinación de todavía débiles e incipientes movimientos sociales contrarios al régimen, todo lo cual socava las hasta ahora estériles pretensiones de hacer que Rusia renazca como potencia capaz de competir con la hegemonía militar y económica de China y Estados Unidos.

En cuanto al Esta Islámico, se trataría de frenar los grandes recursos financieros que la conquista de territorios ricos en reservas de petróleo le proporcionan para continuar desarrollando sus temibles planes de expansión circunscritos por el momento a amplias regiones de Irak, Siria, Libia y otros países limítrofes, cortando el atractivo de la moderna propaganda mediática para reclutar nuevos afines a sus filas y limitando las inversiones que están realizando para la puesta en funcionamiento o la reconstrucción de determinados servicios básicos en las poblaciones que conquistan en sus avances bélicos.

Todos estos factores han desencadenado una brecha entre la oferta y la demanda de petróleo cuyo cierre ha determinado una caída del precio del barril de petróleo desde los 115 $/barril que llegó a alcanzar en junio de 2014, hasta los menos de 45 $/barril que se llegaron a alcanzar a mediados de enero de 2015, y que no se ha visto compensada por la apreciación del 13% (desde los 1,34 euros/dólar a los 1,18 euros/dólar) del dólar, que es la divisa en la que se producen las transacciones de esta materia prima, vital para el funcionamiento de la economía.

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