Don Felipe y doña Letizia reservaron en su agenda el martes 11 de enero para inaugurar los dos primeros edificios de la Ciudad de la Cultura que Peter Eisenman ideó hace doce años.

La Ciudad de la Cultura corta la cinta

El Monte Gaiás era, hasta finales de los noventa, un mirador exclusivo y desconocido por la mayoría de los vecinos de Santiago de Compostela. A la cima de esa colina que se yergue sobre las Brañas de Sar no llegaban autobuses de turistas, ni accedían coches particulares para buscar una vista diferente de la ciudad. Pasaba desapercibido para los peregrinos que, divisadas las torres de la catedral desde el Monte del Gozo, apuraban los últimos metros del Camino sin mirar hacia los lados.
El Gaiás, en plena fiebre urbanística, estaba lo suficientemente alejado den centro de la ciudad y no había sido un blanco preferente para promotores y especuladores. Santiago de Compostela se expandía en todas las direcciones, pero la vía del tren había actuado como la mejor barrera protectora para este monte situado a escasos metros de la autopista AP-9. Las laderas labradas por azadas y maquinaria agrícola de baja cilindrada cobijaron en la discreción la cima de esta montaña hasta que ejecutivo autonómico, gobernado por Manuel Fraga, encontró en estas tierras la ubicación para el complejo museístico que debería situar a Galicia en el mapa cultural del nuevo siglo que se avecinaba.


EFECTO GUGGENHEIM

El efecto Guggenheim había llegado a San Caetano y, en 1999, la Xunta ofrecía 265.000 metros cuadrados a los mejores arquitectos del mundo que estuviesen dispuestos a 'reconciliar el patrimonio con el conocimiento, investigación, creación y consumo cultural. Al concurso cultural se presentaron doce propuestas de destacados equipos y, tras la retirada del proyecto de Santiago Calatrava, quedaron once: César Portela, Manuel Gallego Jorreto, Juan Navarro Baldeweg, Ricardo Boffil, Annette Gigon y Mike Guyer, Steve Holl, Rem Koolhass, Daniel Libeskind, Jean Nouvel, Dominique Perrault y Peter Eisenman.

El arquitecto neoyorquino fue el más cautivador sobre el papel y el más seductor con la maqueta. Un complejo de 141.800 metros cuadrados formado por museos, bibliotecas, archivos y auditorios. Su propuesta era de las más ambiciosas y, además de lograr una extraordinaria sintonía con el terreno, conseguía ser singular: cubrir con un caparazón pétreo la cima de una colina que mira hacia el casco histórico de una ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad. Dos años después de la resolución del concurso, en 2001, comenzaron las excavaciones en la cresta del monte y, con el paso de los meses, ya se apreciaba la suave reconversión de la topografía en la ladera del Gaiás: las cinco calles medievales que confluían en la Plaza del Obradoiro rompen las ondulaciones de una vieira, símbolo de Compostela.

Pasaron los años y el proyecto fue creciendo. La superficie del plan original era una tercera parte del actual. Creció, según Eisenman, porque así se lo pidieron. Y eso también aumentó su coste; el presupuesto inicial era de 108 millones de euros, el licitado en 2005 ascendía a 373 millones y el comprometido en la actualidad ya se acerca a los 500 millones. Se disparó el presupuesto, se dilataron los plazos y cambiaron los usos definidos para cada edificio.

Los arquitectos siempre advierten que la realidad difiere de las maquetas, los planos o los diseños que se pueden adivinar en la pantalla de un ordenador. Dicen que la escala es cambiante, pero en el caso del Gaiás han influido otros factores de peso. 'Estos proyectos exigen tiempo y mucha dedicación. La política de construcción siempre es complicada y hay que tomar muchas decisiones', apuntaba Peter Eisenman en una de sus visitas a la Ciudad de la Cultura. 'Ahora estamos con el tercer presidente autonómico y, por tanto, ante el tercer proyecto político. Es lógico que cada gobierno tenga unas ideas diferentes. Si a esto le añadimos una situación económica delicada podemos comprender las dificultades que acompañan a un proyecto de estas características', añadía.

Siempre hay un proceso de negociación entre el promotor y el arquitecto; sea la construcción de un edificio o el diseño de una ciudad. Hay un diálogo y una tensión sana, pasa con cualquier proyecto o con cualquier arquitecto. Las grandes obras necesitan tiempo. El Memorial del Holocausto que Eisenman plantó en Berlín a escasos metros de la puerta de Brandeburgo exigió casi una década de esfuerzos; el estadio diseñado por el arquitecto neoyorquino en Arizona tardo 11 años en ser una realidad.

Todas las obras exigen maduración. Y esta de Eisenman, al margen de avatares políticos y debates presupuestarios, necesita más tiempo que ninguna otra. Es el final de una época, un proyecto en el que logra plasmar todos sus dibujos y líneas teóricas; consigue que de las laderas del Gaiás surjan sorprendentes formas geométricas en las que no se detectan ángulos rectos ni encuentran superficies auténticamente horizontales o verticales. Es capaz de reconstruir la cima del monte Gaiás, generar una nueva topografía y trazar una geometría diferente. 'Es una obra que cierra un ciclo y abre otro, un proyecto en el que Eisenman supera su lado más teórico y cartesiano para conseguir trazar líneas impensables en otras fases de su carrera. Lo consigue, en buena medida, gracias al uso de nuevas tecnologías', apunta Andrés Perea, el arquitecto madrileño al que Peter Eisenman ha designado para ejecutar las ideas que él había proyectado.

'No me atrevo a decir que esta obra cierre un ciclo, pero sí que es la más importante de Eisenman. Supone la culminación de una vida profesional, que está próxima a su final', añade Benito Caramés, director de la oficina técnica de la Cidade da Cultura: 'Ha dedicado mucho tiempo y energía a la elaboración de teorías específicas, que siempre han acompañado y protegido sus proyectos'.

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