GASTRONOMÍA

La fruta tienta a la vista pero nos falla con el sabor

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Ya están en las fruterías con un aspecto tentador: albaricoques, melocotones, peladillos, paraguayos... la fruta de hueso aterciopelada de aroma intenso y sabor dulce que nos acompaña a lo largo del verano. esa es la teoría pero ¿Por qué ya no nos sabe a nada la fruta?

En la infancia  de quienes pasamos del medio siglo de vida, a estas alturas del mes de mayo todavía nos tendríamos que conformar con los melocotones en almíbar.

La presencia tan precoz como la que vemos ahora en cualquier lineal de supermercado de toda suerte de frutas de la familia de los melocotoneros era impensable por lo menos hasta bien avanzada la década de 1970, sino algo más tarde. Como contrapartida, disfrutábamos de variedades autóctonas como las pavías tan apreciadas las de la zona del Ribeiro y O Carballiño e incluso de ese Mediterráneo que tenemos en el corazón de Galicia, entre Valdeorras y Quiroga.

Las frutas de nuestra madurez, en cambio, ya no maduran en el árbol, sino en las cámaras de los almacenes de distribución, en los camiones que las transportan desde cientos de kilómetros y a veces miles, cuando no llegan en avión desde el hemisferio Austral para que en pleno invierno, mietras la nieve adormece los melocotoneros de Calanda, aquí nos lleguen, desde Brasil, Chile o la República Sudafricana.

En una economía tan global con tanta competencia frutera, solo llegan a las fruterías las piezas que tienen el aspecto más tentador. Las manzanas que brillan más que la de la madrastra de Blancanieves y los melocotones de colores cálidos y tacto aterciopelado y un tamaño bien ostentoso.

Las frutas nos tientan con la vista, sí, pero luego nos decepcionan a medida que las vamos acercando a nuestra boca. En primer lugar, han perdido ese aroma tan característico del melocotón y ya en el paladar se han desvanecido todos los sabores de aquella infancia en la que una pieza de fruta era tan dulce como un buen dulce pero además, saludable y refrescante.

Es triste, sí, pero la culpa no es del frutero, ni del camionero que trae el melocotón de Aragón o de la huerta murciana. Sino de nosotros mismos, como consumidores que hemos ido desechando tras años de compra selectiva, los frutos menos aparentes, los más pequeños, los que llegan demasiado maduros y algo tocados y con nuestro criterio reiterado, hemos convertido la sección de frutería en una boutique de la apariencia, renunciando al sabor. 

¿Dónde han quedado las pavías gallegas en este viaje hacia la modernidad frutal? Pues casi se han extinguido. Hasta tal punto que comprarlas hoy día resulta casi imposible y cuando se consiguen cuestan un fortunón. Por lo demás. ¿quién va a plantar melocotoneros en el Ribeiro o en la Ribeira Sacra, si con menos esfuerzo y competencia, puede dedicar esas hectáreas de cultivo a la uva? que le da más satisfacciones y menos trabajo que los frutales tradicionales?

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