La madre española de los leprosos y pobres de Birmania

Una leprosería en territorio indio.
Durante la mayor parte de su vida, la religiosa española Victoria Aramburu se ha dedicado en cuerpo y alma a ayudar a los leprosos y las personas más pobres de Birmania, país al que llegó hace 60 años empujada por la vocación. Ha cumplido 88 años, pero pese a los achaques propios de esa edad, la madre Victoria mantiene la mente lúcida y, cuando la tensión arterial se lo permite, echa una mano a las otras monjas del Hogar de Ancianos de Rangún.

'Estoy fenomenal, y bien informada porque tengo muchísimos amigos que me cuentan lo que ocurre', dice esta mujer simpática, de ojos vivaces, rostro enjuto, y cutis muy blanca, que quiere permanecer en Birmania.

La madre Victoria, nacida en San Sebastián, llegó a Birmania en 1946, cuando todavía era una colonia británica y dos años antes de que el general Aung San declarara la independencia.

'Aquellos primeros años también fueron difíciles', explica en alusión a los periodos de inestabilidad política que la nueva nación vivió tras el asesinato del general Aung San, padre de Aung San Suu Kyi, Nobel de la Paz y líder de la oposición.

En la acogedora estancia que comparte con otras tres monjas de la misma orden religiosa que ella, la madre Victoria relata con una emoción que parece como si lo viviera de nuevo que cuando la orden de la Misioneras Franciscanas le comunicó que su destino era Birmania, para trabajar en una leprosería, 'fue hacer realidad mi sueño'.

'Desde que tenía 14 años, sólo soñaba con ir muy lejos, ser misionera y cuidar de los leprosos, no me preguntes por qué, pero imaginaba lo desamparados que se debían de sentir', señala.

Una vez en Birmania, la madre Victoria y otras 25 o 30 monjas enviadas desde España viajaron a Mandalay, al norte, para ocuparse de varias leproserías que albergaban centenares de enfermos que habían quedado desatendidos a causa del fuerte rechazo social.

'Ellos me dieron los momentos más gratos y nunca les olvidaré ', dice con una voz que denota la pena que aún siente por la forzada separación de los leprosos.

Cierre de las leproserías
En 1964, tras cuidar de los leprosos durante 18 años, el Gobierno del general Ne Win, quien dos años antes había tomado el poder por medio de un golpe de Estado, ordenó cerrar las leproserías y echó a la calle a los enfermos y a las monjas.

'No querían extranjeros, así que los leprosos se tuvieron que marchar a malvivir a las montañas, nadie quiso hacerse cargo de ellos', recuerda la madre Victoria.

Tras el cierre de las leproserías, la mayoría de las religiosas españolas, así como otras de Francia e Italia, regresaron a sus países de origen, mientras que un grupo de ellas optó por quedarse en Birmania con la esperanza de reanudar algún día la misma labor.

La madre Victoria explica que durante años recibió mensajes de las personas con lepra a las que cuidó, algunos informando de fallecimientos, y otros sobre casos de 'enfermos que se casaron entre ellos para ayudarse mutuamente a subsistir'.

Las leproserías del país permanecen cerradas desde entonces, por lo que durante cuatro décadas esta monja ha volcado su vida y todo su trabajo en ayudar a los ancianos pobres del centro de acogida que las Misioneras Franciscanas y Hermanas de la Reparación gestionan en Rangún, la antigua capital.

El hogar, situado cerca del lago Kandawgyi, es un pulcro edificio de ladrillo color rojo construido en 1901, que destaca entre las feas construcciones de cemento y en el que reciben cuidado más de dos centenares de personas mayores sin recursos económicos y de cualquier religión.

En el tejado del edificio, varios obreros reparan los daños causados por el ciclón que el pasado 3 de mayo arrasó el delta del río Irrawaddy, donde murieron cerca de 34.000 personas.

'Esta ha sido la mayor tragedia, aunque también murió mucha gente aquel año en el que los estudiantes se levantaron', dice la misionera al recordar los sucesos de 1988, cuando las fuerzas de seguridad mataron a cerca de 3.000 personas que pedían en las calles reformas democráticas.

La madre Victoria, jubilada desde 1990, explica que aunque todos sus hermanos han fallecido, en España tiene 'muchos sobrinos', y que le encanta poder hablar en español -'aunque he perdido la práctica'tras emplear a diario y tantos años seguidos el birmano.

'Lo que si me gustaría mucho es leer unas novelas en español', dice antes de despedirse con un 'vuelva usted pronto a verme'.

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