Ourense no tempo | Artistas de la palabra y del ingenio

Ourense no tempo
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Ourense no tempo

Disfruto y presumo últimamente de tener cada vez más y mejores amigos; hace pocos días os presenté al centenario Adolfo Rego, y aunque por necesidades del guion no le dejé que abriera la boca, os aseguro que semanalmente me rinde cuentas y me regala algunos de sus valiosos recuerdos. Otro de estos grandes amigos es el bueno de Paulino Izquierdo, quien con su sola sonrisa te alegra el día. Su salud no es envidiable, pero su actitud ante la vida sí que lo es.

Hoy voy a hablaros de otro de estos amigos. Gente que merece la pena. Se trata de Pedro Jiménez González. Pedro es todo un superviviente de aquellos tiempos en los que había que utilizar el ingenio para ganarse la vida. Vendía lo que le propusieran: cuchillas, vasos, detergente... lo que hiciera falta. Él me contó algunos de los trucos que se estilaban en la profesión, como “el turrón”, que consistía en hacer creer a la audiencia que se tenía en la mano un billete de mil que se entregaría con el artículo; al final el billete era de cinco pesetas, pero… Los charlatanes fueron los precursores de los anuncios de quitamanchas, el típico trapo lleno de manchas que se mete en el agua y sale limpio; ellos lo hacían manchando el trapo “con jabón”, al meterlo en agua el jabón se diluía y lógicamente aparecía limpio. Aún hoy muchos recuerdan a Pedro por su “barra de soldar” (invento que permitía la soldadura en frío), y pocos son los que saben que comenzó en el mundo de la venta con solamente 14 años y un producto muy ourensano: medallas de la Virgen de Fátima. Tuvo también su época de vendedor de corsetería (bragas y sostenes que él mismo hacía en casa de noche y vendía por la mañana). Intentó establecerse en un local fijo pero… Abrió El Corte Italiano en A Ponte y a continuación, La Despensa. Nunca dejó la venta en las ferias, eso lo llevaba en la sangre. Poco a poco se fue orientando a la ferretería, el producto no caducaba y aunque la tecnología comenzaba a notarse, abrelatas y cuchillos no permiten muchas variaciones. Hoy la familia sigue en la brecha con otra generación.

Pedro Jiménez, en su puesto de ropa (Foto Rizo).
Pedro Jiménez, en su puesto de ropa (Foto Rizo).

Pedro, en sus comienzos, tan pronto pudo, se hizo con un “carruaje” en el que llevaba a sus compañeros: Mario, Gume... hasta siete personas cabían en aquel fantástico coche que a pesar de sus muchos años les llevaba por toda Galicia.

La verdad es que, por mis datos, los ocupantes de ese vehículo eran la flor y nata del mundillo de la venta ambulante. Unos, por lo exótico de su oferta; otros, por la gracia que tenían para ensalzar un palillo lo mismo que si fuera un cubierto de plata; los más, por ser capaces de liar tanto al oyente que al final no sabían si estaban pagando una manta o un limpiacristales, pero lo que tenían claro es que lo que fuera, era necesario. ¿Para qué?, no se sabe, pero era necesario. O cómo si no es posible que los clientes se marcharan tranquilos con la explicación que les daba aquel vendedor de polvos mata pulgas: “Coge usted la pulga, le abre la boca e introduce una pequeña cantidad del producto. Al momento estará muerta”.

El “carruaje” de Pedro Jiménez.
El “carruaje” de Pedro Jiménez.

Mario Marcilla Huéscar es quien sale siempre en las conversaciones cuando se habla del ramo de los charlatanes. Todo Ourense lo conocía y sabía de su arte con la palabra. De hecho figuraba ya como parte del lenguaje popular: “Tienes más cuento que Mario el de las navajas”. Comenzó vendiendo botones a las mercerías y talleres de reparación de medias en la calle Santo Domingo. Durante mucho tiempo vivió de la venta de mantas de Palencia, cuchillas de afeitar Iberia -con las que podía haber sido un magnífico barbero, ya que a pesar de la falta de alguna falange en la mano, manejaba con gran destreza la navaja, estilográficas, etc-. En la feria o en la entrada de la Alameda, si había alta concentración de personas, allí estaba Mario. Era un espectáculo escucharlo voceando sus ofertas: “Señora, con esta manta zamorana que sirve para calentar a toda la familia le voy a regalar este bolígrafo automático, solo tiene que quitarle la tapa y... listo para escribir lo que usted quiera, que no es poco. En las oficinas de Europa ya sustituye a las máquinas de escribir. Y para que se vaya contenta no le voy a dar uno, sino estos dos paños de cocina que además de limpiar alegrarán su hogar (tenían el dibujo del típico gallo portugués)”.

Por sus dotes de vendedor, terminó siendo fichado para la librería de La Región. El propio José Luis Outeiriño le recibió cuando fue a pedir trabajo. Mario sabía que su fama como charlatán no era la mejor carta de presentación, pero se olvidaba de que su labor era para gente curtida y con mucho tesón; por eso cuentan que Outeiriño solo le preguntó: “¿Usted se compromete a sacar el trabajo adelante?”. Mario dio su palabra y desde ese día fue el jefe de ventas de la sección M.Y.M.O. (material y muebles de oficina) de La Región.

En Ourense era El Corte Italiano el que “cortaba” el bacalao. Quizás por eso no llegó a instalarse El Corte Inglés.
En Ourense era El Corte Italiano el que “cortaba” el bacalao. Quizás por eso no llegó a instalarse El Corte Inglés.

Lo que no me aclaran mis contactos es si era por obligación o por devoción que él continuaba haciendo actividades de comercial por la calle. Más de uno recuerda que sin mucha justificación le compró una máquina de escribir para casa. Poder de convicción sí que tenía.

Remy (Remedios Martí Gómez) era valenciana de nacimiento, ourensana de adopción, como Mario. Estaba especializada en la venta de su bálsamo de serpiente, imprescindible en todas las casas para dolencias de reuma, heridas y “para casi todo”, como ella decía. Remy dejó en la memoria de los ourensanos una frase que durante un tiempo se utilizó para denominar a la chiquillería: “los de la banda del moco”, que aunque pudiera parecer que no le gustara su presencia en primera fila, ella lo agradecía, porque ese “pequeño” tumulto atraía a su clientela. “Felipe, saca la culebra”, y: “¡Una a tres pesetas y dos a un duro, al que compre dos se le regala uno más que son tres!”. Como atracción llevaba varias culebras en un saco junto a lagartijas y cobayas y, según presumía, estaban domesticadas. Nunca nadie las vio bailar. Dicen los entendidos que Remy sabía algo de hierbas, y el bálsamo tenía árnica y mentol. Daño tened por seguro que no hacía.

Remy y la “banda del moco”.
Remy y la “banda del moco”.

Quedan nombres para otro día, como Gume o Josefa Vergara “la de los metales”, quien para vender dos unidades decía que una era para metales claros y otra oscuros: “La pobreza no tiene que ver con la limpieza”, “Un duro no vale nada”.

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