En agosto, a pocos días del alzamiento...

Aquella ebullición social y política en los años treinta, no presagiaba nada bueno. Sólo la miopía ideológica no les permitía ver, a algunos políticos, lo que se venía encima. Sin duda, evitable, en una sociedad moderna pero, inevitable, en una democracia arcaica como aquélla. Luego, cada territorio se vio en la necesidad de adaptarse a lo que le tocó vivir. Ourense, por ejemplo, no tuvo otra opción que sumarse a los “rebeldes”, en el mediodía del 20 de julio del 36… En un escenario de gobiernos inestables como el que se vivía, inevitablemente afloraban partidos por mimetismo, que se inspiraban en modelos de formaciones políticas de otros países como Italia, Portugal o Alemania. Eran organizaciones mesiánicas que enarbolaban el pasado glorioso de un país que ahora veían en declive. Por eso, por doquier, al igual que pasó en otras partes de Europa, en España nacían organizaciones similares a la que aparece en la calle Lamas Carvajal. Una treintena de personas alquilaba allí un local por el que pagaba 35 pesetas mensuales. Era el embrión de la Falange ourensana. A medida que se fue produciendo una bipolarización en la política nacional e internacional, en paralelo, se fue radicalizando la rivalidad ideológica en el marco local. Los grupos radicales, en Ourense, fueron incrementando el número de sus afiliados. No es que existiesen sólo dos grupos como en el histórico bipartidismo; no … sino que dos frentes englobaban una pluralidad de tendencias que, constantemente, rivalizaban tanto, que convertían en enemigo a todo el que no encajase en su bloque político. Después, la propaganda de hechos de cada cuál hacía el resto. Sin ir más lejos, la impunidad con la que los paramilitares fascistas realizaban escaramuzas callejeras o las manifestaciones propagandísticas, como la que le tributaron al ejército por lo acaecido en Asturias en octubre de 1934, les dio gran visibilidad. En la ciudad, aumentó tanto el número de afiliados que la organización se vio obligada a cambiar la sede para la calle Buenos Aires. Si cabe, el partido aún toma un mayor impulso cuando el primer jefe de la Falange provincial, Eduardo Valencia, le cede el liderazgo a Meleiro. Este activista apuntala más las bases de una formación que ya contaba con 700 miembros entre sus filas y con dos centurias que, con el beneplácito de las autoridades locales, hacían prácticas de tiro en Montealegre. Posteriormente, ya en marzo de 1935, aprovechando que Primo de Rivera, fundador del partido nacional, con motivo del único acto que tiene programado en ese año en Galicia, camino de Villagarcía, hace un alto en Ourense, se desata la euforia. Se hospeda en el Hotel Roma, lugar de trabajo de Prego, joven ourensano que se encargará de Flechas, la sección juvenil del partido. Precisamente allí se insiste en la necesidad de organizarse en torno a una base popular, en la que mujeres y jóvenes tuviesen un rol destacado. Y lo cierto es que, en seguida, esta ortodoxia fue la que dominó en los actos públicos que se multiplicaron por otras poblaciones ourensanas; bien es verdad que, no sin incidencias. La crispación político-social y la violencia fue un denominador común en las comparecencias de sus representantes políticos, sobre todo en localidades como O Carballiño, Maside o Xinzo. Sorprendentemente, en Ribadavia, los mítines de Meleiro, Montero Díaz y Suevos se desarrollaron dentro de una tensa normalidad. Ahora bien, lo que salta a la vista es que este discurso cala en muchos pueblos y las J.O.N.S. fueron aflorando, como setas en otoño. Al año siguiente, tras las elecciones de febrero de 1936, la España multipartidista dividida en dos grandes bloques irreconciliables acaba cediéndole el protagonismo a la conspiración militar. Y en julio, un piquete de infantería liderado por Luis Soto leía, en Ourense, a menos de 48 horas de producirse el alzamiento, el comunicado de proclamación de estado de guerra. Desde ese instante, el engranaje de la maquinaria falangista ourensana se pone al servicio del Movimiento Nacional. No sólo manda al frente a sus centurias, sino que moviliza a la población civil; en especial, a la mujer. Desde la Falange femenina de Ourense, presidida por Vicenta Pérez, hasta otras como las milicianas de la Sección Femenina de Ribadavia, todas formaban un “cuerpo de intendencia” que abastecían con gorros, uniformes, camisas u otro tipo de utensilios a los que luchaban por la gloria de la patria. Además, participaban en las suscripciones de oro. Muchos particulares ribadavienses, a pocos días de comenzar la guerra se desprenden de alhajas - pulseras, sortijas, cadenas …-, que tenían no sólo valor económico, sino también afectivo, para dejar constancia de su firme adhesión al Movimiento Nacional. La localidad, a finales de agosto, había contribuido con un kilogramo y cuarto de oro, y con dos expediciones de varios camiones cargados de víveres con destino a Luarca. Era evidente que, iniciada la guerra fratricida, el pueblo, ajeno a teorías conspirativas, a proyectos insurreccionales obreros, o a crisis político-sociales, vivía, en cada lugar, la realidad que le tocaba vivir.