Es artista destacado aunque no pasase del amateurismo. Vendió obra, pero disfrutó más regalándola. Fue dirigente de billar y baloncesto durante muchos años. Es una de las caras populares del Ourense de siempre.

El arte y el deporte como pasiones

Ha sido uno de los rostros populares de Ourense a lo largo de décadas, y sigue siéndolo, aunque la edad y los achaques familiares le están haciendo replegarse cada vez más a los cuarteles de invierno, que no son otros que su piso de siempre en la calle Bonhome. Allí convive con su compañera, rodeado de recuerdos por doquier y del cariño de los suyos. Camina hacia los 87 años y pese a que se queja del acoso de la desmemoria, está bien y mantiene muy aceptable fidelidad hacia hechos y cosas acaecidas hace muchos años.
La primera etapa de su vida estuvo vinculada a la Guardia Civil por ser hijo del cuerpo. De hecho, nació en la casa cuartel de Vilar da Barra, en Coles, si bien a muy corta edad la familia se trasladó a Ourense, instalándose en las viviendas que la Benemérita tenía para sus miembros en el viejo cuartel de la Avenida de Buenos Aires Allí residió hasta que se fue a cumplir la mili a Madrid, donde estuvo destinado como monitor en el primer tercio móvil.

Su primer colegio, que era público, fue el de don Salvador Álvarez, ubicado a pocos metros de su casa. Permaneció allí hasta los trece años, 'luego, a lo largo de mi vida ya todo fue trabajar', recuerda. En ese momento entró como aprendiz en la farmacia de Adela Bóo, en la esquina de Progreso con Marcelo Macías, luego a la de Bouzo Santiago, en Progreso y más tarde a la farmacia Barja, en Lamas Carvajal. 'Ahí estuve casi veinte años'.

En ese punto dio un giro a su vida para hacerse agente comercial. Le fue bien. Fue delegado de cepillos La Ibérica, ubicada en el pueblo de Reboredo y que en sus buenos tiempos llegó a tener una plantilla por encima de las treinta personas. 'Conseguimos colocar nuestros productos por toda España y en las principales superficies comerciales, incluido El Corte Inglés'. Ahí permaneció hasta la jubilación.

Pero Seabra, como le conocía todo el mundo tuvo vidas paralelas: por un lado, el deporte, al que tuvo notable afición y le dedicó muchas horas y en el que hizo de todo, desde jugador de fútbol -'me llamaban El Tijeras-, baloncesto o billar, hasta cronista deportivo y, por supuesto, dirigente. Presidió la Federación Gallega de Billar y la Ourensana de Baloncesto.

'Llevábamos las canastas en un carro hasta el Posío, para jugar allí los torneos. Eran los primeros tiempos', recuerda, cuando los hermanos Arnau -sobre todo Emilio-, con otro grupo de soldados catalanes que hacían la mili aquí, implantaron la práctica del baloncesto.

Como dirigente billarista trajo varios campeonatos de España al Liceo, en el que estaban los mejores, incluido el andaluz Pepe Gálvez, que ya por entonces había ganado el campeonato del mundo. 'En Ourense, los más destacados fueron Mario Fábrega y Maté, sin duda; eran grandes billaristas'.

Su otra gran vocación, que bien pudo ser su profesión, aunque nunca la contempló como tal, fue la pintura y la escultura. Dibujante, caricaturista, pintor, escultor..., 'siempre tuve habilidad para el dibujo', apunta. Se formó en la Escuela de Artes y Oficios, donde ganó varios premios y aunque no se profesionalizó, siguió pintando hasta conseguir abundante obra, a la que dio salida en exposiciones, pero también como regalo a familiares y amigos.

La VI Bienal de Caricatura le tributó un homenaje junto a otros destacados caricaturistas como Fernando Quesada, acompañado de una exposición en el Liceo, comisariada por Tomás Vega. Seguramente esa habilidad para dibujar fue la que le disuadió de quedarse en la Guardia Civil tras la mili, pese a que los mandos se lo pidieron. 'Me tenían de chico para todo', recuerda, en referencia a que 'cuando necesitaban regalar algo, me pedían un dibujo, un cuadro, un retrato o lo que fuese. Se lo hacía en seguida, y ya estaba, pero a mi no me daban un duro'. 'No quería que me dijeran siempre lo que había de hacer; además, siempre me gustó más mandar que obedecer'. Quizá por eso siempre prefirió regalar su trabajo, si bien de adolescente ganó mucho dinero 'pintando retratos de Franco a carboncillo. Me los pagaban a dos pesetas la unidad y el papel me costaba 15 céntimos. Me los quitaban de las manos', rememora hoy, aún admirado, riéndose.

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