TRIBUNA

Calvo Sotelo, el político adoptivo de Ourense

Foto Chao 1934. Calvo Sotelo, tomando un Ribeiro en Ribadavia, tras volver del exilio.
photo_camera Foto Chao 1934. Calvo Sotelo, tomando un Ribeiro en Ribadavia, tras volver del exilio.

Calles, avenidas, plazas o colegios llevaron, y aún llevan, su nombre. Fueron numerosos los homenajes que le rindieron a este gallego, tudense de nacimiento y, para muchos, a partir de la década de los años veinte del siglo XX, político ourensano de adopción.

En ocasiones, observamos que sin más, la trayectoria política de José Calvo Sotelo, conocido familiarmente entre sus allegados en la provincia de Ourense como “Pepe Calvo”, se restringe al protagonismo que adquiere su figura en la II República, o a la utilización partidista post mortem que hace de él, en general el bando rebelde. Aun así, lo cierto es que este abogado del estado, desde muy joven, ya había sido homenajeado por la Academia Gallega, por la Universidad o por las administraciones locales de Galicia.

Uno no puede obviar que en plena crisis del turno pacífico llega a la política de la mano de Maura. La fecha clave la marcan las elecciones de 1919. Los mauristas necesitan imponerse a Dato y, en Madrid, el presidente del partido les propone a los comisionados de O Carballiño que presenten a un gallego que tiene un futuro político prometedor. Desde ese instante, esta jurisdicción se convierte en una fortaleza histórica electoral para Calvo Sotelo. Y, a pesar de que en alguna ocasión, como en 1922, el candidato conservador de Bugallal le disputa el escaño, es su distrito por excelencia.

Un año más tarde, se produce el golpe militar liderado por Miguel Primo de Rivera. El implacable “cirujano de hierro”, aconsejado por Maura, llama a Calvo Sotelo para ponerlo al frente de la dirección de la Administración Local. Ya en 1925, se hace cargo del Ministerio de Hacienda. Los ayuntamientos y diputaciones de Galicia lo celebran. Y una nutrida representación de estos organismos le hace entrega, en Madrid, de una placa y de un álbum que contenía cuatrocientas firmas de alcaldes gallegos.

Corporaciones municipales, como la de Ribadavia, representada por su alcalde, el ribadaviense Jesús Pousa, le agradecían el esfuerzo que hacía su Ministerio para acometer la construcción de edificios públicos. Ginzo Soto, alcalde de Ourense, le reconocía el ímpetu que ponía en el Consejo de Ministros para que se aprobase la subasta de las obras del nuevo edificio de Delegación de Hacienda. E incluso otras localidades, como O Carballiño, eran conscientes de que renacían gracias a la fiebre constructiva que, sin ningún género de dudas, se veía favorecida por el gobierno del Directorio del que su hijo predilecto, Calvo Sotelo, formaba parte. El grupo escolar, el matadero, el cuartel de la Guardia Civil, la plaza de abastos o la construcción del ferrocarril eran obras de gran envergadura que hacían que este espacio urbano rezumase juventud.

Tanto en tierras del Avia como del Arenteiro, los mauristas tenían un reconocido prestigio. Uno de sus principales valedores era Julio Rodríguez Soto, hijo del notario que ejercía en Ribadavia y de la maestra que impartía docencia en Maside. Este abogado, con bufete en O Carballiño, tras la proclamación de la República, antes de fallecer en 1932, se pone al servicio del exministro. En las legislativas de junio de 1931, aunque Calvo Sotelo permanece en el exilio, obtiene acta de diputado con 27.493 votos y en las siguientes de noviembre de 1933, con 87.767, también.

Después de asegurarse la inmunidad y de dirigirle a las Cortes un extenso escrito en el que le solicitaba a esta institución que le diese plenas garantías para desempeñar el ejercicio de las prerrogativas parlamentarias, vuelve del ostracismo. Y lo primero que hace es recorrer cada localidad de la provincia para agradecerle a sus votantes, en persona, la confianza que habían depositado en él. Incluso en las que serán, fatídicamente, sus últimas elecciones, se presenta presidiendo Renovación Española, por el mismo distrito. Decididamente, si Gil Robles era Salamanca y Goicoechea, Cuenca, sin ninguna duda, Calvo Sotelo es Ourense.

Foto Villar. Formato tarjeta postal. Funerales de Calvo Sotelo en Ourense. Archivo BNE

Foto Villar. Formato tarjeta postal. Funerales de Calvo Sotelo en Ourense. Archivo BNE.

Lamentablemente, el escenario político no era el de los años veinte. La crispación coyuntural y el rol que asume de líder de la derecha le sitúan en el punto de mira del adversario. Es cierto que pocos, ni siquiera Azaña, pensaban que todo pudiese acabar de la manera más irracional posible. Pero, indiscutiblemente, ni unos ni otros lo ponían fácil. Calificaban, sin más, de fantasías epilépticas las ideas de los demás. No se percataban de que apagaban fuegos con gasolina. Y ya, cuando el ius fortioris -el derecho del más fuerte-, sustituyó a los argumentos, sucedió lo inevitable. Dos asesinatos, uno por cada bando, el del teniente de asalto Castillo y el de Calvo Sotelo, adelantaban el golpe de estado. No es que fuesen el casus belli, pero sí ponían rumbo al conflicto bélico.

El mismo día en que la viuda del exministro, Enriqueta, llegaba a Lisboa con la familia, sorprendentemente, el Gobierno republicano anunciaba, por radio, que comenzaba la guerra. En aquel fatídico 18 de julio, el instinto le dejaba poco espacio a la razón. Faltó la razón cardial que proponía Unamuno. Y, en los días siguientes, al margen de la manipulación que se hizo en el territorio rebelde de la imagen de Calvo Sotelo, los leales mauristas, a través de actos civiles y religiosos, manifestaron un sentido dolor por la pérdida de un político ourensano de adopción, que pocas veces les había decepcionado.

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