LÁMINAS “PUBLICIDAD CON HISTORIA"

Chocolates Viso, nació en Vigo y se liquidó en los tribunales

Fue fundada en 1940 y la marca pasó a manos de los trabajadores por sentencia judicial en 2011

La lámina que amplía hoy la colección Publicidad con Historia que entrega La Región es el anuncio de una empresa viguesa, pero que en los años sesenta intentaba abrirse un hueco en el mercado ourensano. Se trata de Chocolates Viso, una firma que pone a la calidad como bandera y se presenta como la campeona en la lucha por hacerse con los clientes ourensanos en la lucha contra sus competidores.

Chocolates Viso fue creada, junto a otra marca de renombre, Chocolates La Perfección, en Vigo, en el año 1940, por el empresario José Alonso. Primero se ubicaba en el centro de la ciudad olívica, aunque pocos años después la compañía se trasladó al barrio de Sárdoma. Estas dos marcas, a las que se sumaba también Chocolates Sabú, se englobaban bajo el paraguas de Chocolates del Atlántico.

En 1992 el propietario de las marchas constituye las firmas Chocogalicia, que se ocupará de todos los apartados relacionados con la comercialización, e Intercao, que se ocupaba de todo lo vinculado con la fabricación. En el año 1998 la empresa suspende pagos y cerrará sus puertas en 1999 y sus trabajadores reclaman una deuda de 254 millones de pesetas.

En una extraña operación, que acabaría en un largo proceso judicial, las marcas La Perfección y Viso pasaron a manos del holding de Rumasa, de los Ruiz Mateos, a través de una empresa radicada en Belice.

Los trabajadores de la empresa iniciaron entonces una lucha judicial, reclamando la propiedad de las marcas, para poder venderlas y recuperar parte del dinero que le adeudaba la empresa. El litigio se prolongó hasta el año 2011, cuando la Justicia ordenó a la familia de Ruiz Mateos que dejara de producir en su empresa Trappa, de Palencia, chocolates con las marcas La Perfección y Viso. Las marcas pasaron entonces a ser propiedad de los trabajadores vigueses, que las pusieron en venta, valorándolas en 360.000 euros.

Los trabajadores ya habían vendido diez años antes, tras la suspensión de pagos y el cierre, toda la maquinaria de la firma a una compañía británica, que pagó por la misma setenta millones de pesetas.

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