Tres personas implicadas en una disputa callejera abandonan un arma en mitad del vial Taramancos

‘¡Coge la pistola!’

Arma abandonada en mitad de la calle Avilés de Taramancos.
Una discusión en mitad de la calle Avilés de Taramancos sorprendió muy temprano al vecindario. Hubo gritos, un coche arrastrando a una persona, y al final de una escena de película, una pistola abandonada en el suelo. Resultó ser de plástico.
Me pasa como a Fadanelli: tengo la idea de que no hay pistola en el mundo que no haya matado a un hombre. Por eso, cuando ayer vi una en mitad de la calle Avilés de Taramancos tecleé el número de Policía Local. Me temblaba el índice.

No era para menos. Minutos antes unos gritos me habían despertado del insomnio. No eran aún las ocho de la mañana y yo estaba tumbado en el sofá leyendo una novela de Chester Himes, en su día condenado por robo a mano armada. ‘¡Déjalo, déjalo!’, chillaba una voz de mujer. Me asomé al balcón. Vivo en un primero y ante lo que vieron mis ojos me sentí como en la ópera, sentado en tribuna, oyendo cantar a la soprano. Todo sucedía a cinco metros de mí, y lo que sucedía me pareció algo gordo, como la soprano.

En mitad de la vía se había detenido un Seat Ibiza rojo. Un individuo, desde fuera, mantenía un brazo introducido en el habitáculo, atrapado por la ventanilla. ‘¡Dame dinero, por favor, dame dinero!’, le reclamaba al conductor. No parecía tanto el tono de un asaltante como el de un pedigüeño. Una mujer trataba de apartarlo del vehículo tirando de él por el otro brazo. ‘Déjalo, desagradecido, que bastante ha hecho por ti’. El forcejeo duró unos segundos. Entonces el Ibiza arrancó. Aquello ya no parecía la ópera, sino el cine, porque el coche arrastró al hombre colgando por la ventanilla como si fuese un muñeco de trapo.

Soy un poco aprensivo y pensé que el tipo, si se soltaba, moriría esmagado por las ruedas. Quince metros más adelante el turismo se detuvo y el hombre retiró el brazo como si nada. Pero entonces se bajó el conductor. ‘¿Quieres que te arranque la cabeza? No te voy a dar nada, ¡lárgate!’ Lo amenazó con un puño en alto, a secas.
La película me mantenía atrapado. Pena de palomitas.
En ese momento de nuevo entró en escena la mujer, que sujetó al pedigüeño para que el conductor se introdujese en el coche y huyese. Esta vez sí. Arrancó y se marchó. Atrás quedó la pareja. Fue en ese momento cuando ella, señalando hacia el medio de la calle, le gritó a él: ‘¡Coge la pistola!’ Casi me cae el corazón por el balcón. En efecto, debajo de mí había una pistola. Escalofriaba mirarla. ¿Tendría balas en la barriga...? Se les había caído en el forcejeo. En el último instante optaron por huir sin recuperarla. Me metí en casa. Toqué a arrebato. Telefoneé a la Policía, que me pidió que no le perdiese el ojo al arma mientras no llegase la patrulla. Enseguida me devolvieron la llamada. ‘Si puede, aparte el arma del medio de la vía’. ‘¿Con la mano?’ ‘¡Nooo! Con un pie’. Bajé en pijama, me acerqué a la pistola y la empujé con el empeine, al estilo Cristiano Ronaldo. ¡Era de juguete!

Te puede interesar