Elvira Cuevillas o la levedad del ser

Culta, elegante, grácil, hasta frágil, más de férreas convicciones; creativa, etérea, como si caminase sobre turgentes nubes, así transitó por la vida ésta más que representante de un feminismo independiente, la inolvidable Elvira Cuevillas, la singular y rompedora hija de Florentino L. Cuevillas, el gran investigador y arqueólogo, miembro destacado de la Xeración Nós, al que culto rendía esta trashumante hija aunque otra, Milagros, más ejercería de amanuense con su padre a modo de secretaria, porque Elvira impenitente nómada. Elvira podría haber nacido en la episcopal Auria; en el solar materno de Olás de Vilariño, donde mucha infancia; en la elegante Niza, donde como docente; en Montelongo da Cima, donde como maestra; en la Grecia Clásica, la Roma republicana, o transitar por el Renacimiento, o morar en Holanda, errar en el Líbano, lugar que más de visita fue como el mismo Egipto de un amor posible y que lo fue y la trasladó a esa aura que solo las Pirámides trasmiten. Podría ser la hetera (mujeres educadas en cultura y educación para acompañar a prominentes hombres en la Hélade) de cualquier Pericles de Atenas, cual Espasia de Mileto, o la avanzada que se atrevía con los primeros bikinis en las fluviales riberas del Miño o lo atravesaba o nadaba entre corrientes desde Oira a la romana puente. Elvira era mucho más, esa inquieta por la cultura, que en la jubilación del Magisterio se licenciaría en Historia, y que de tan ávida del saber, no dejaba jornada sin asistir a las de Filosofía en Pontevedra. Podría ser o lo era esa fémina inquieta y andariega, que se atribuía a Sta. Teresa. Viajera impregnada allá por donde pasaba, no se limitaría a los lindes patrios, ni aun cuando de más años, que para ella la edad era accidental episodio, tanto que cuando avistando la centuria díjose para si misma que mejor irse en el silencio de un recuerdo todavía florido para los que la conocimos; podría haber elegido un romántico final cual tuvo o se dio la excelsa y llorada poetisa Alfonsina Storni, cantada por Mercedes Sosa en sentimental poema, que cuando, desahuciada clínicamente, se adentró en el océano Atlántico en la playa de Mar del Plata, Elvira podría en el otro Atlántico más al Norte, en la mar de A Lanzada, en cuyas aguas se sumergía tanto en los más dulces estíos como en los más crudos inviernos. Montañera de naturaleza nos asombraba a todos por su constancia en desplazarse cada domingo desde Sanxenxo, donde moraba, para participar de montaraces excursiones, siempre en vanguardia de cualquier pelotón, aun cuando fuese por las alturas de las Trevincas o las onduladas y rocosas de la sierra da Peneda-Gerês. Trepaba con tal ligereza que se la vería encaramada en cualquier roca cuando nos precedía ya rondando las ocho décadas. Un prodigio de voluntad y ligereza tal que más que parecer caminar, levitaba sobre estas montañas donde. Trayendo siempre algo para endulzar los placeres de la montaraz mesa, podría ofrecerte el más exótico pastel de Marruecos o del mismo Portugal, país al que adoraba, porque podía extasiarse de su sabor con la sola proximidad al fronterizo linde, así que, encaramada en las rocas del Gerês, se trasmutaba como compitiendo con los dioses del Olympo. Para ella Galicia era ese sempiterno Reyno del Medievo; Don García, el rey por excelencia, al que sublimaba reencarnado en Beiras, cuando, como deslumbrada o arrobada más bien, asistió a un mitin del líder nacionalista, pintándolo como un tonante Júpiter de ensortijados cabellos. Las influencias paternas la elevaban más allá de lo mítico, castrexo o hasta medieval. De su periplo europeo, alternando la docencia para desplazados patrios por esos mundos a la búsqueda de trabajo, muchas enseñanzas con retorno a esta ciudad que la trajeron y distrajeron incluso presidiendo una a modo de plataforma pro cementerio de San Francisco que sirvió para su conservación, porque amenazado de desaparición por esa voracidad constructiva de la urbe, logró que se salvase. Podría ser Elvira la abanderada de cualquier causa, si perdida, mejor. Iba en consonancia con su espíritu eso de caminar a contracorriente y de admirar a espíritus libres, como prolongación del suyo en extremo, siempre abierto a cualquier novedosa corriente. No siempre la ciudad podría producir un espíritu tal o esto al menos pensamos los que de trato con ella, con esa disposición capaz de entusiasmarse por todo, sorprenderse, con esa capacidad que solamente poseen los singulares y no los sabidos y a la vuelta de todo, qué carecer suelen de la capacidad de asombro. Elvira la tenía sobrada; inmersa en la Naturaleza podría abrazarse a un recio carballo, a un blanco abedul, o sumarse con sus colegas de caminata para circunvalar un centenario castaño o impregnarse del espíritu chamánico céltico que en las culturas atlánticas honraba, dándole a cada árbol un sagrado significado. Repartió sus amores entre Sanxenxo, la mar Atlántica, o el corazón de esta nuestra ciudad, sus valles y montañas, como en permanente viaje por las más altas cimas de nuestra geografía, aún en esa edad en la se presume que las fuerzas escasas. Feminista como fue, autora era de frases exquisitas como ésta, que no le hicieron perder su esencia:” Tener un hombre al lado, un placer; encima, qué quieres que te diga”. Una excelsa mujer interesada por todo lo que la rodeaba, y por lo cultural, impregnándose del entorno, creó y mantuvo el círculo de lectores del Liceo. Personaje, de ningún modo inadvertido para nadie, por su elegante porte, vestimenta, cultura, saber, singularidad y amor a la tierra ancestral a la que sublimaba más que a sus propios mitos. Hasta en su postrera despedida fue diferente, y así la recordamos con amor los que fortuna tuvimos de gozar de su amistad; los que no la tuvieron, o no la consideraron por su condición de diferente y singular, se habrán perdido algo en el transitar por esta vida. El miércoles en el Liceo, en vespertina jornada, de unas cuantas incontenidas emociones, la recordamos los que la consideramos más allá de esa diferente, fiel a su estilo, como la eterna joven de mente, de espíritu, de elegancia, de cuerpo, a la que de faltar, acaso algo, mucho dejaría en su dilatado cursus novitatum (vida llena de novedades) esa adelantada de tantas cosas, que a ningún mortal indiferente dejaba. Esta diferente nos legó un indesmayable espíritu que le permitía estar en todos los culturales eventos y aun los otros. ¡ Elvira, para siempre !