La batalla larga, dura y en solitario de Isabel Crespo y muchos más contra el "long covid"

Los pacientes con covid persistente reclaman más empatía y dejan claro que no piden un trato especial: “Solo pedimos que se reconozca que estamos enfermos”.

La historia de cada paciente con covid persistente es única, pero todos hablan de dolor, incertidumbre, soledad y, sin duda, resiliencia. “Te acostumbras a cosas impensables: yo ya solo voy a Urgencias si me desmayo y me golpeo la cabeza, porque tomo anticoagulantes”, explica Pablo Enríquez, que pasó de practicar varios deportes a ingerir 19 pastillas diarias, dormir conectado a una máquina y salir de casa con una mochila de oxígeno. 

Los días buenos se miden en el nivel de dolor muscular, en si no se han caído, en si no se han olvidado del nombre de un ser querido, o incluso, de donde están. “Todos pasamos o estamos pasando un duelo. La persona que yo era en marzo de 2020, antes de contagiarme, no volverá. He perdido mucho por el camino, pero también he aprendido algunas cosas”, asegura Isabel Quintana. Es enfermera, pero no ha podido reincorporarse a su trabajo: “Me denegaron la incapacidad permanente y  vuelvo a estar de baja. Peleas con el sistema para que te entienda,  porque no entiende qué nos pasa, porque no nos cree”.

LOS SÍNTOMAS

Aunque la mayoría superó la enfermedad con leves síntomas, en cuestión de días o meses, aparecieron indicios alarmantes. “Yo hablaba cuatro idiomas y ahora no puedo ayudar con los deberes a mi hija de nueve años. Me olvido de palabras, de dónde estoy, salgo de casa acompañado…”, dice Enríquez. 

En el caso de María Beatriz González, los problemas aparecieron tras ser negativa en covid. “Tenía vértigos fortísimos y dolores de cabeza y de oídos, que continúan a día de hoy”, detalla. Al depender de un servicio sanitario privado, se enfrenta a una odisea continua. “Al principio me decían que los vértigos venían de las cervicales, me operé pensando que iba a mejorar, pero no sucedió. No me derivan al Sergas, así que voy de especialista en especialista”, explica. 

El cansancio se repite en muchos de ellos. “Yo antes hacía boxeo, toda la vida jugué al fútbol y ahora no puedo subir al tercer piso si es por escaleras. Mejoré unos meses, volví al gimnasio… pero de repente pegué un bajón y volví al principio”, dice Carlos Hermida. 

Para Isabel Crespo, contagiada en abril de este año, los síntomas empeoraron con el paso de los días. “Empecé a tener un deterioro cognitivo brutal, un cansancio que se me caían los brazos, casi no podía caminar, problemas en las córneas, las cuerdas vocales afectadas…”, apunta. Crespo da cuenta de la afectación anímica de la enfermedad física: “Caes en una depresión tremenda por la incomprensión, porque esta enfermedad parece que ya no existe… No nos inventamos nada. A mí me sobra la mascarilla, claro, pero es que tengo mucho miedo de volver a contagiarme”. 

LA LUCHA POR SER OÍDOS

La falta de empatía de la sociedad -incluidos, algunos sanitarios- y la sensación de soledad motivó la creación de un colectivo gallego de pacientes “long covid”. Aunque todavía no son asociación, juntos luchan por ser oídos. “No pedimos nada que no nos corresponda, pero estamos enfermos, no nos estamos inventando esto”, dicen. 

La posibilidad de compartir los síntomas que soportan es ya un paso muy importante. “Si un día te despiertas y tienes la lengua verde, lo escribes en el grupo y alguien te dice ‘no te preocupes, a mí también me pasó, se pasa’. Al menos, ya no estamos solos”, explica Quintana. Aunque saben que la enfermedad es reciente, piden más investigación y más colaboración institucional.

Te puede interesar