Más de 300 refugiados ucranianos inician una nueva vida en la provincia: "Estamos renaciendo aquí"

Hasta cinco personas deshicieron el camino y volvieron a la zona de conflicto por motivos familiares o económicos

Desde que comenzó la guerra de Ucrania, tres meses atrás, ya son 332 los ucranianos que han encontrado refugio en Ourense. Cada día llegan a la provincia una media de ocho personas que, poco a poco, van adquiriendo lo que dejaron atrás: una casa, un trabajo, la escolarización de los niños, y una larga lista de derechos que la guerra les quitó. Además, pese a la situación bélica, ya son cinco las ucranianas que han decidido volver a su país. La mayoría de ellas por motivos familiares. 

Los que sí decidieron quedarse tuvieron destinos diversos. Un total de 53 personas permanecen en el Seminario Menor, mientras que otras tantas se han distribuido en viviendas que algunos particulares han ofrecido voluntariamente (más de medio centenar se mostraron dispuestos a realizar acogidas). En muchos casos la decisión de “quién se queda y quién se va” se hizo teniendo en cuenta el estado de salud, la edad o el número de hijos de los refugiados. 

Por otra parte, tanto los que llegan a la provincia como la sociedad ourensana se adaptaron a la nueva realidad. Muchas familias acuden diariamente a Cáritas para recibir ayudas o tratar de encontrar un empleo. La mayoría también están cursando español y ya hay algunos niños escolarizados. Por otra parte, los centros también comenzaron a adaptarse: se esperan seis auxiliares de conversación en ucraniano en centros educativos de la provincia. La Consellería de Educación trabaja en la búsqueda de soluciones para estas profesionales porque, de momento, varias han rechazado su destino en Ourense y A Pobra de Trives y hay problemas para cubrir las plazas.

Pereiro de Aguiar - “Salir del país fue un trauma para las mujeres, pero ahora hay un renacer en ellas, están entusiasmadas”.

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Antonina Bogachuk, en el centro, con su madre y abuela. 

Antonina Bogachuk está embarazada de tres meses. Vino a España cuando comenzó la guerra junto a su madre y su abuela, Zhanna Bogachuk y Stefanyda Hukalo, con las que ahora reside en un chalé de Pereiro de Aguiar. Lo hacen junto a los dos propietarios, que también han ofrecido a otra familia ucraniana un piso en la ciudad. 

Antonina llegó, como tantos otros, al Seminario Menor como primer destino. Su situación no era fácil: embarazada y con el padre de su hijo en la zona de conflicto. Sin embargo, rápidamente se puso manos a la obra. En Ucrania trabajaba como psicóloga, así que decidió adaptarse al medio y empezar a ejercer atendiendo a los nuevos refugiados que llegaban. Aunque podía hacerse cargo de su propia situación, la dureza de los testimonios de sus compañeros acabó afectándole y tuvo que parar. Ahora, vuelve a realizar talleres y actividades con las mujeres que residen en el Seminario: “Después del trauma hubo un renacer en estas mujeres. Están entusiasmadas, quieren hacer cosas útiles”, explica Antonina. 

“La salida de Ucrania fue muy dura para todas nosotras, mi cuerpo no estaba preparado para ese viaje tan largo pero, pese a ello, no nos faltó de nada”, relata la embarazada.

Con perspectiva de futuro, cree que “levantar el país de nuevo va a ser muy difícil. Han destruido toda la economía y es el pueblo el que va a sufrir las consecuencias”, explica Bogachuk.

Ourense - “Nunca nos hablaron de lo que hacía la radiación”.

Liudmila Prischera.
Liudmila Prischera.

Liudmila Prischera no tenía intención de salir de Ucrania, pero su vivienda estaba próxima a un aeropuerto cercano a la zona de peligro, muy cerca de Kiev. A sus 60 años, vivía sola y el conflicto se intensificó hasta el punto de tener que abandonar su casa, que cree que ya no está en pie. 

Tras pasar un tiempo en el Seminario Menor, Liudmila se trasladó a un piso en Barrocanes junto a otra familia. Allí se conformó un nuevo núcleo familiar en el que ella ejerce de “abuela”. 

“Desde que murió mi marido me quedé sola, hasta llegar aquí, que encontré una nueva familia”, dice desde la puerta de Cáritas. Liudmila acudió a la entidad la semana pasada para tratar de recibir alguna ayuda.

Ahora ya no puede regresar, pero desde aquí quiere comenzar de nuevo. Su primer objetivo es tratar de ayudar en su nueva casa. Antes de que estallase el conflicto bélico la vida de Liudmila tampoco fue sencilla. Nació y vivió hasta los 50 años en un pueblo cercano a Chernóbil y la radiación la marcó desde niña. 

Cuando habla de ello señala sus cicatrices, todas correspondientes a operaciones por efectos secundarios de Chernóbil, una casuística común en todos los que residen cerca: “Nunca nos dijeron que era malo, que nos estaba afectando a la salud, había una desinformación generalizada y así padecimos las consecuencias hasta los 90”, relata Liudmila. 

Manzaneda - “Mis padres quieren quedarse a vivir aquí”

Katya con sus hijos y su madre en su vivienda de Manzaneda.
Katya con sus hijos y su madre en su vivienda de Manzaneda.

Dos meses quedan atrás desde que las primeras familias ucranianas llegaban a Manzaneda escapando del horror de la guerra. Tras semanas duras de papeleos e incertidumbres, poco a poco van encontrando su sitio. Este es el caso de Katya, de 35 años, que llegaba a Manzaneda acompañada por sus dos hijos de 14 y 4 años. Apenas 10 días después llegaban sus padres y hoy los 5 viven juntos haciendo del albergue del pueblo su hogar. Su hijo pequeño va al colegio de Manzaneda y como la madre señala, está adaptándose bien, mientras que el mayor estudia en instituto de secundaria trivés y le cuesta más la adaptación. Este también viaja semanalmente hasta O Barco a realizar una actividad de artes marciales mixtas. “El mayor problema que tenemos no es vivir en un pueblo pequeño, sino el idioma”, resalta Katya explicando los problemas que se encuentran. Sus padres de 64 y 61 años se sienten integrados y cuando ella piensa en el futuro y en la familia que se quedó allí afirma que “mis padres si quieren quedarse, yo no sé, pero sé que aún falta mucho para poder volver a Dnipró”. Actualmente, ella trabaja algunas horas en uno de los supermercados de la villa.

Arnoia - “Los niños ya entienden español”

Dascha, Mariia Shevchuk y el pequeño Artur.
Dascha, Mariia Shevchuk y el pequeño Artur.

El Concello de Arnoia acoge a seis mujeres y seis niños que fueron recogidos en la frontera con Polonia por la escuela deportiva CENTED. Dos familias están alojadas en el albergue municipal y las otras dos en viviendas cedidas por vecinos. Aunque han llegado el pasado 5 de abril, todas las mujeres están trabajando en empresas locales. Mariia Shevchuk afirma que se están adaptando bien, al igual que sus dos hijos en el colegio, Dascha y Artur, porque “aquí todo es muy hermoso, la gente es amable y muy servicial” y añade que “estamos todas muy contentas porque gracias a las gestiones del alcalde tenemos trabajo, un trabajo con mucha demanda y poca gente interesada, hostelería y tercera edad, pero que no podíamos rechazar, es nuestra supervivencia. Además es cerca de casa y los encargados ajustan todo el horario para nosotros, para que alguien pueda quedarse y que los niños no estén solos. Eso significa mucho”. Asegura que “los niños ya entienden bastante el español y están contentos con los profesores y compañeros, son muy comprensivos”. Además, “estamos en contacto diario con nuestras familias gracias a las wifi móviles que nos instaló el ayuntamiento”.

Baños de Molgas - “Estamos muy contentas de haber caído en Galicia”

Liudmila y Valeriia.
Liudmila y Valeriia.

Liudmila Pilpani y Valeriia Basarab son tía y sobrina y, actualmente, residen en Baños de Molgas. “Estamos muy a gusto aquí y a salvo de todo lo que está sucediendo en nuestro país”, explica Liudmila, de 40 años, que está aprendiendo español. Su sobrina continúa, de manera “online”, en la universidad ucraniana. Liudmila no descarta quedarse a vivir en España, aunque Valeriia confía en poder regresar a su país para poder terminar sus estudios. Cuando se les pregunta a ambas por Galicia y su gente sus rostros se llenan de alegría: “Nos sentimos como en casa y estamos muy contentas por haber caído en Galicia. Nos tratan muy bien”, asegura Liudmila.

Baños de Molgas - “Ojalá pudiéramos traer a Molgas a nuestro hijo”

Oksana y Oleksandr.
Oksana y Oleksandr.

El matrimonio formado por Oleksandr y Oksana Malash confiesa sentirse “tranquilo” en Molgas y tira de humor, sobre todo, cuando cuenta lo bien que se come en Galicia. “Tengo que salir a correr todos los días porque me dan mucho de comer”, cuenta entre risas Oleksander, quien se encontraba trabajando en Polonia cuando comenzó la guerra y pudo venirse a España. Sin embargo, se pone más serio cuando piensa en su hijo de 20 años, que se encuentra en Ucrania: “Continuamente le estamos llamando”, explica. “Estamos valorando la posibilidad de quedarnos aquí. Todo es muy tranquilo. Si pudiéramos traer a nuestro hijo…”, añade.

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