Aunque la carta nunca llegó a mis manos, aquí te dedico mi humilde poema:
A pesar de la tristeza que me embarga por saber que ya no estaremos levantando la copa para brindar por el futuro, es algo que deseo hacer al recordar los momentos que compartimos en el Restaurante Pingallo. Alli, entre lágrimas e ilusionada, me hablaste de la carta que tu niño saharaui, de los programas de acogida, te había escrito. Recuerdo que me dijiste que me la ibas a facilitar para que yo pudiera crear un poema inspirado en ella. Aunque la carta nunca llegó a mis manos, aquí te dedico mi humilde poema:
En el suave eco del viento susurro,
una carta que nunca llegó a su destino,
en letras que se mezclan con mi añoranza,
versos que nunca fueron escritos.
Tu sonrisa, como rara joya dorada,
ilumina el camino en la oscuridad,
un destello de alegría y esperanza,
un regalo que guardo en mi corazón.
Tu nostalgia, como vieja melodía,
se entrelaza con mis pensamientos,
un eco de tiempos pasados,
que aún resuena en mi ser.
Era tu niño de acogida, tu refugio,
un faro que guía tu viaje sin fin,
su inocencia y vitalidad renuevan tu alma,
dándote fuerzas para seguir, allí don estés, adelante.
La carta que me ofreciste, deseo leer,
descifrar sus palabras y entender,
el mensaje que lleva consigo,
quizás una promesa de unión eterna.
Mi poema nunca escrito, duerme en silencio,
sus versos se ocultan en el vacío,
soñando que tus labios lo reciten,
y se convierta en la melodía de nuestra historia.
Tu luz ilumina los días más oscuros,
una estrella brillante en el firmamento,
tu recuerdo vive en cada rincón,
como un susurro suave, constante y eterno.
Mi presencia, un regalo que ofrezco,
un abrazo cálido en tiempos de frío,
estoy aquí, a tu lado, sin importar la distancia,
siempre cerca, sin importar el destino.
Y así, entre versos y suspiros,
me descubro perdido en tu esencia,
en la carta que nunca me llegó,
en cada instante compartido, en cada palabra no escrita.