Deambulando

Pragmática contra la pijería y otras majaderías

Los pijos moran entre nosotros y hay más de los que sospechar se podría. Identificarlos es cosa fácil

Nunca un pijo, esos de la voz afectada, el postín, las bobadas, las frases hechas, la alcurnia de no se sabe qué, definidos por el diccionario de la RAE como aquellas personas que por su vestuario, lenguaje o modales manifiestan gustos propios de una clase adinerada.

Los pijos moran entre nosotros y más hay de los que sospechar se podría. En unas cuantas familias de postín, no dinerario necesariamente, los pijos relucen. Identificar a un pijo cosa fácil sería, porque es aquel que nunca iría con un polo por fuera sino encintado, calzaría zapatos o mocasines de fina suela, peinaría sus cabellos aunque largos, hasta pegarlos con gomina o lo que fuera, a su cráneo, que perfecto consideran, vestiría siempre polos o camisas arremangadas, llevarían jersey a la cintura, aunque algunos de estos distintivos por separado podrían ser exhibidos por las gentes vulgares; es bien fácil también por lo que proliferan aun sin pertenecer a una elevada clase o a gentes de renombre o a adineradas familias. Basta una actitud, una voz engolada, suave, bien definitoria silábicamente para identificar a uno de esos personajes de lo vacuo, y a ellas, también.La pijería nunca consentiría en ser llamada por un nombre común, así que si de pila un vulgar Manuel, José, Antonio o Pedro, nunca entrarían ni en el registro civil, y si entrase un Francisco, siempre sería acompañado de un inevitable Nicolás, porque ya ni Napoleón Bonaparte, ni Julio César figuran en la nómina de los ponibles, que el primero acaso para sudamericanos, como alguno conozco, o de otro que apellidado Rey Rey y dicho Juan Carlos, nunca escondía su compuesto nombre de pila y menos los apellidos.

El pijo, la pija, nacen o se hacen. Si se nace pijo porque de abolenga y rancia familia, se será pijo toda la vida, y por ahí pululan todos esos duques, condes o marqueses e incluso barones que nunca dejarán de serlo aunque el título solo afecte inter familias; el entorno de la plebe pasa de toda esa parafernalia que queda para revistas de corazón o televisivos programas. Si tus antepasados fueron pijos te trasmitirán la pijería inexorablemente y sin remedio para zafarse de ella, por lo que identificables a leguas. El pijo que se hace es un elaborado de la sociedad al que cuesta integrarse en lo que dicen vulgar. Si se tiene un nombre como éstos, difícilmente se evadirá pijería y esos nombres pudieran ser Cayetano, torero o aristócrata de la revistas del corazón; Pelayo, primer rey de la reconquista, por más que montañés exento de alguna pijería; Jimena, la apoteosis femenina del cantar del Mio Cid; Borja, por el recuerdo de la familia papal y guerrera, y aun santificada por San Francisco, aquel de la famosa frase: “No quiero servir a reyes que se me puedan morir”, cuando contempló el cadáver descompuesto de la hermosa Isabel; Beltrán suena a un capitán de Tercios ennoblecido más por su sangre que por sus hechos de armas; Mencía, que a uvas y a naturaleza suena, y por raro figura en la nómina de la pijería igual que Brianda o Polo; Tristán ya es el colmo, aunque uno no se imagina al amante de Isolda, de afectado porte; Bosco recuerda a Juan, el santo argentino prohombre de los Salesianos, que por humilde nunca sacaría especímenes que memoria no le hacen; Froilán, qué quieres que te diga, transitando entre la realeza más compuestos tiene que el pueblo llano; de Federica Victoria se podría llegar al culmen de la estupidez pijera, lo mismo que de Francisco Nicolás. La pijería está servida en una sociedad aparentemente igualitaria y nos amenaza en cada esquina. Convivir con ellos sería por menos minutos en que esto se cuenta, porque difícilmente aguantaremos tanta banalidad, tanta presunción de los hueros, porque un hombre cultivado jamás entraría en la nómina de los pijos. Huid de ellos, podría aconsejarse pero es que vagan por doquiera y hasta librase de su contagio cuesta después de oírlos un momento en el que incluso, de contagio inconsciente, puedes variar y engolar tu voz para ponerte a tono con sus sandeces o majaderías porque calificar a los tales de majaderos es quedarse un tanto corto. Huían los antiguos de los charlatanes, de los fala barato, de los que ensordecen con su incontinente verbo pero algo interesante de ellos podría sacarse, es que de los pijos, la experiencia determina que ni un mínimo aprovechamiento de tanta insulsez y banalidad como trasmiten. Por eso la plaga nunca tendrá trascendencia y no tendremos más remedio que consentir que entre ellos la pijería campe, y lo hace de tal grado que más difícil es salir de ese social círculo que mafioso de criminal asociación.

De pijos y otras especies, liberat nos, domine. Puede ser contagiosa plaga, pero solamente para necios o los que prestos sean a portar majaderías tales que rozan el culmen de la humana estolidez.

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