Luis Ballesta Saeta se crio en Xinzo de Limia, estudió Biblioteconomía y Documentación y desde marzo del año pasado trabaja para la misión de Naciones Unidas en la base de Kabul (Afganistán).

Con trabajo, pero en Kabul

Luis Ballesta, la pasada semana en la estación de tren de Ourense. (Foto: MARTIÑO PINAL)
Las razones que me motivan a estar trabajando a 6.500 kilómetros de mi casa ya no son las mismas que me trajeron aquí.
Aquí me trajo la crisis y la falta de fe en poder trabajar en lo que me he estado formando'. Son palabras escritas por Luis Ballesta Saeta (Girona, 1983) en una revista sectorial de archiveros. Se crio en Xinzo, en donde su madre es profesora, estudió Bilioteconomía en Salamanca, Documentación en Alcalá de Henares y se marchó con una beca de la Diputación de Ourense a Irlanda del Norte para hacer prácticas. Iba por tres meses y se quedó año y medio, hasta que un día recibió un correo de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en el que se le invitaba a trabajar en la base que está ubicada a diez kilómetros del centro de Kabul, capital de la República Islámica de Afganistán, a 6.500 kilómetros de la familia y de los amigos.

Lleva allí desde el 20 de marzo del año pasado, aunque regresa a Ourense cada mes y medio para consuelo de su madre, que ya empieza a estar acostumbrada a que su hijo se gane los garbanzos a muchos kilómetros de la familia, en uno de los puntos calientes del planeta.


OTRO CONTRATO

'Trabajar para la ONU es algo que no te ofrecen todos los días', reflexiona Luis Ballesta durante los días que pasa de asueto en Ourense. Está contento porque le acaban de renovar el contrato hasta abril de 2014. Se ocupa de gestionar la documentación y la información de la misión y, aunque su rango es de voluntario, se siente uno más de las 300 personas de 150 nacionalidades distintas que viven de manera permanente en el campamento base de la ONU.

A Kabul le llevó la ausencia de expectativas en la tierra en la que se crió, pero ahora reconoce que está involucrado en un proyecto apasionante a pesar de que el día a día no resulta fácil. Vivir a 1.800 metros de altitud propicia que el personal trabaje con una sensación de 'cansancio continuado', además de soportar las inclemencias meteorológicas. 'En invierno estamos a menos 14 grados, nieva siempre y en verano pasamos de los 40'.

Además de la sensación térmica, que no es un problema para un ourensano acostumbrado a los rigores del verano y del invierno, también es un problema la de inseguridad que se registra en la zona. 'Al principio, el más mínimo ruido te sobresalta, pero te vas acostumbrando', comenta Luis Ballesta. También su familia se ha aclimatado a la distancias, ya que su padre es camarero en paro y es consciente de que muchas veces las habas no crecen en la puerta de casa. 'El único problema es cuando sales de la base, pero dentro no hay problema', aclara este joven documentalista para consuelo de familia y amigos. Es lo que más añora en la distancia, porque en su nevera, como buen ourensano, no falta una botella de licor café para hacer más soportables las frías y solitarias noches de invierno.

Trabaja de ocho de la mañana a cinco de la tarde gestionando la información de la ONU, después acude al gimnasio para mantenerse en forma y la rueda de la vida vuelve a girar. Los fines de semana se hacen eternos. 'Tomamos algo en el bar del campamento, que es una pequeña ciudad, pero con gente de tantas nacionalidades cada uno acostumbra a ir a su bola', reconoce.


SUELDO

Los 3.000 dólares de soldada, que es lo que percibe alguien de su categoría profesional, la de voluntario, puede parecer mucho en comparación con los salarios actuales de aquí, pero es mejor comparar el jornal desde la perspectiva del que se marcha para ganarse la vida. Un funcionario, en cambio, puede llegar a ganar 10.000 dólares al mes, aunque Luis Ballesta no se queja ni de su categoría ni del sueldo, ya que se siente parte de una gran familia que está acometiendo un gran trabajo en una de las zonas más conflictivas y duras del planeta.

'Aquí la situación también es muy dura y lo sé bien por mi padre, que está en paro', añade Ballesta para restar méritos a su valiente decisión.

Es una gran paradoja. La generación gallega mejor preparada de la historia encuentra trabajo en partes tan insospechadas como Kabul.

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