Deambulando

Hay vida pese a tanto agorero… pero ¡ojo!

Estos santuarios de las Trevincas, aun a salvo de la depredación sobre el medio natural, como se observa en las lagunas de El Hazillo, de origen glaciar.
photo_camera Estos santuarios de las Trevincas, aun a salvo de la depredación sobre el medio natural, como se observa en las lagunas de El Hazillo, de origen glaciar.

Hay vida en la ciudad por más que los pesimistas del todo está mal, todo va a peor se empeñen, porque, desembarcado entre Expourense y el Pazo dos Deportes, me niego a llamarlo Paco Paz, como al Simeón Marcos Valcárcel, más automóviles que en eventos que ninguno había por este martes cualquiera que ni siquiera 13 para favorecer a los gafes. Un trasiego que aunque me frote los ojos, increíble me parece, y más aún, si consideramos el precio del combustible que se ha subido a las nubes.

Hay vida en la ciudad aun sumando ese concello en obras que me atopo cuando camino por el paseo Barbaña, entre Mariñamansa e a Farixa, donde están retirando las arenas de gran parte de él, de tantas avenidas como el agua causó, lo que podría plantear si pavimento acimentado o enlosado mejor que el térreo que se deteriora cada invernia; mientras, el río discurre aun como se nota en los rápidos donde todavía podría verse a algún mirlo acuático, alguna lavandera cascadeña, amarillenta en el pecho, o la común, de grises y blancos. Hace años observando tenías la suerte de ver a una culebra común, la natrix natrix, o la natrix maura a la que los hábitos acuáticos no ajenos a la caza de peces o renacuajos o las mismas ranas, pero ahora ni serpientes, ni ánades reales. Las primeras se han quedado sin presas y las palmípedas sin ese plancton fluvial o esos tallos y hierbas que ingieren. Un colirrojo tizón porque así la cola, aparece, y en la arboleda se oye la curruca europea y en la inmediata huerta la rula o rola o paloma torcaz, y no surge en potente aleteo el cormorán cuando el río crecido. Otras aves se enraman entre alisos, sauces, fresnos que predominan con algunos relictos de alientos, de laureles. Los huertos municipales, que por sorteo ha correspondido a sus cultivadores, aparecen algunos llenos de hierbas, signo de que no son cultivados, tanto aquí en la diestra orilla de Barbaña como en Montealegre. Una iniciativa del gobierno municipal de Paco Rodríguez, que arrancó con éxito.

Pintan la rúa, que no avenida, Marcelo Macías, que el nombre le viene de un eminente investigador y docente y por demás clérigo; años ha la llamábamos carretera de Celanova; la obra va luciendo cuando aun entre el estrépito de alguna máquina los bares con terraza ocupan más espacio. Ya los autos se someten, veremos por cuánto tiempo, a la disciplina que impone rodar a 30 ó 40/km/h. y los vecinos reclaman que no tienen acceso a sus vados sino dando un rodeo. Aquello que iba a ser unidireccional queda como siempre, en dos direcciones, mientras no se retome el proyectado bulevar que circunvalaba la parte suroccidental de la ciudad.

Si por vida tomamos la circulación de automóviles, indubitadamente hemos de convenir que bullente en ella la ciudad y periferia, en ese prodigioso milagro de tanto coche circulando a pesar de la subida de los combustibles. Esto me recuerda, aquello que dije o no en su día, que en Portugal charlando, entre otras de la gran cantidad de coches rodando, con la dueña de un restaurante de fama, allá por Leiría, la región donde se hallan el santuario de Fátima, el monasterio de Batalha, las cuevas calizas de estalactitas y estalagmitas de San Antonio y Mira, el parque de la Prehistoria, con huellas de las pisadas de los dinosaurios en una gran cantera abandonada; pues la tal señora a mi pregunta y pasmo de ver tantos coches rodando a pesar de lo caro de los combustibles, me diría: “Os portugueses, primeiro carro, despois carro e sempre carro”. Tan apegados al vehículo que prima andar subido a las cuatro ruedas sobre la alimentación o la vestimenta. No percibimos la ruina, la degradación que suponen tantos coches y encima mal rentabilizados, generalmente con un solo tripulante. La somnolienta sociedad no puede permitirse la inercia de un despilfarro de tanta evidencia que ya está pasando su factura, a la que va a remediarse en el plano de la contaminación, en parte con vehículos eléctricos, a pesar de tanto agorero que señalan el coste de esta energía que suponen para el medio las centrales térmicas, y las hidroeléctricas para los ríos. Y ahora que vemos como en la casi post pandemia algunos urbanitas de los grandes burgos han sustituido sus viejos autos por bicis eléctricas con ayuda de algunos gobiernos europeos, porque nadie, ni aun los países más florecientes, pueden darse el lujo de tanto despilfarro.

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