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¿Guerra comercial o geopolítica?

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photo_camera Terminal de contenedores del Puerto de Vigo.

Cuando se discute sobre un arancel es relativamente fácil negociarlo mediante compensaciones, pero cuando se pone en juego la supremacía la tensión aumenta. EE UU no quiere ceder el liderazgo a China.

En la guerra comercial entre China y EE UU hay quien ve solo un problema económico, grave pero negociable, pero tampoco falta quien ve, de fondo, un problema geopolítico, más grave y menos negociable, ya que afectaría al cambio de posiciones en el liderazgo mundial. Tal vez todo esté más entrelazado de lo que parece y esa línea entre una visión y la otra sea ya imperceptible.

La atención informativa suele estar centrada en los aranceles, con porcentajes que suben y bajan, sanciones, etcétera. Pero en realidad las diferencias entre EE UU y China son más profundas, de modo que aunque haya un acuerdo comercial, esas tensiones no van a desaparecer.

La primera clave afecta a la propiedad intelectual. EE UU sostiene que, en la práctica, China fuerza a las multinacionales americanas a transferirles tecnología, con lo cual estaría haciéndose con su propiedad intelectual. Los chinos son conscientes de esa demanda pero niegan la mayor, ya que desde un punto de vista legal no hay ninguna ley en China que diga que EE UU debe entregar su propiedad intelectual.

La segunda clave de fondo se refiere el papel del Estado. Detrás del éxito económico chino hay una estrategia centralizada, diseñada para sus empresas de propiedad estatal. EE UU considera injustos los subsidios que reciben esas compañías públicas, beneficiarias de préstamos baratos y ayudas para competir en el extranjero, especialmente en industrias como la aeroespacial, la automovilística o la de producción de chips.

Por último, la tercera clave es más geopolítica, ya que afecta a la supremacía de EE UU en sectores como el aeroespacial, el de semiconductores o el 5G.

En síntesis podría decirse que EE UU pretende que China se convierta en un país capitalista al estilo occidental, con una cierta lógica de mercado, y China –formalmente comunista– no quiere eso.

El desenlace de estas y otras tensiones económicas y financieras entre EE UU y China también afectan a Europa, que es la primera potencia comercial del mundo y la más expuesta, ya que es la más abierta. El país más sensible es Alemania, la gran potencia industrial y exportadora de la Unión Europea, pero detrás de Alemania van los demás estados. Es decir, si EE UU frena las importaciones de automóviles europeos, Alemania crecerá menos y, en consecuencia, tirará menos de sus socios, entre ellos España, que se vería contagiada. En realidad, para España es vital todo lo que pase con las economías de Alemania y Francia, ya que son sus dos grandes socios comerciales.

Hay algo en lo que EE UU y la UE coinciden, a pesar de sus conocidas diferencias: China es un adversario común, con reglas especiales producto de la contradicción de su capitalismo comunista, basado en las ayudas del Estado a sus grandes empresas públicas, que compiten dopadas.

Claro que las contradicciones no solo se dan entre Occidente y China. Por sorprendente que parezca, como observa el premio Nobel de Economía Paul Krugman, lo que está impulsando la economía de EE UU es el gasto deficitario, y no un cambio radical en el déficit comercial, que sigue siendo alto,  ni un auge de la inversión empresarial, como prometían los defensores de la bajada de impuestos. Una cosa es lo que dice –y dijo– el presidente Donald Trump y otra muy distinta es lo que hace su gobierno federal, al que parece valerle todo salvo ayudar a los más pobres. 

@J_L_Gomez

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