Opinión

Viviendo en el 13 Rue del Percebe

Hay una novela de George Perec, publicada allá a finales de los años setenta, cuyo título se me pegó no sé si en la corteza cerebral, si en alguna amígdala de la misma condición o si en dónde. El caso es que permanece en ella como un mantra y asoma a mi consciencia tan pronto como dejo de entender alguna de las tantas condiciones humanas que nunca entenderé debidamente. A lo mejor en dónde se radicó es en el hipotálamo, excelso lugar en el que Mossèn Xirinacs afirmaba -¿se acuerdan del cura y senador catalán de comienzos de la democracia?- que estaba instalado el nacionalismo de las gentes; su sentido de pertenencia a un grupo, a una religión a una etnia, a un equipo de fútbol o a la liga de jubilados de la Gran Guerra. Entiéndase esta última relación como consecuencia de mi íntima condición de que, a estas alturas de mi vida, ya no pertenezco a nadie, ni siquiera a mi mismo, qué le vamos hacer.

¿Cuál el título de la novela? Comprendo que deba facilitarlo una vez superada la pequeña y precedente digresión, así que ahí les va: “La vida, instrucciones de uso”. En francés se tituló “La Vie mode d’emploi” pero aquí la editó Anagrama y hubiera sido feo que lo dejase así por muy bien que se entienda lo que dice.

Dije que el título se me pegó como una lapa en algún lugar de mi cerebro y dije bien. Recuerdo vagamente la novela, considerada una obra maestra, así que no les hablaré mucho de ella. No recuerdo si era a través de las ventanas de un edificio o si el procedimiento utilizado para contemplar lo que sucedía en el interior del edificio era otro y más expeditivo, por ejemplo, el de hacer desaparecer los tabiques de la fachada como si fuese la casa de la Rue del Percebe, 13, del inefable Ibáñez, el caso es que en ella, en la novela, se describía lo que pasaba en cada uno de los apartamentos de aquel edificio convertido en un variado mosaico de la cotidianeidad humana. Tendré que volver a leerla porque cuando lo hice por primera y hasta ahora única vez no fui capaz de terminarla.

Su lectura me aburrió soberanamente. Sin embargo el título se quedó grabado a fuego en mi memoria. Supe que nunca manejaría bien las instrucciones de uso que allí tácitamente se incluían y que, como mucho, aceptaría que sí, que debe haber unas instrucciones de uso de la vida que a algunos siempre nos estarán vedadas.

Estos días el título ha regresado a mí. Lo ha hecho gracias al éxodo masivo de ciudadanos sirios huidos de su país, enajenados, desposeídos de su sentido de pertenencia a un pueblo y a una tradición, a una religión y a unas costumbres que no pueden ejercer del modo en el que las habían aprendido porque unos cuantos de sus semejantes se han apropiado de ella y pretenden imponerles unas servidumbres, es decir, unas instrucciones de uso de sus vidas con las que ellos no contaban.

Y, claro, al mismo tiempo repaso mi manual, el interno y propio, pero también el colectivo, el que comparto con cientos de miles de mis paisanos, y empiezo a no entender mucho de lo que está pasando. Seguimos viviendo en el 13 de la Rue del Percebe. Los compartimentos son siempre estancos, cada uno de ellos almacena unas experiencias de modo y manera que cerramos la ventana para que los vecinos no se enteren o corremos la cortina de la memoria para que nosotros mismos no podamos recordarlo porque decidimos que mejor es olvidar lo que hemos vivido pues así a nada nos veremos obligados. Qué le vamos a hacer. Como decía Rosalía –Rosalía de Castro, no Rosalía Mera, aunque también esta pudiera haberlo dicho- “este barro mortal que envuelve el alma, quién lo entenderá, Señor”.

Durante los primeros meses del año 1931 no menos de medio millón de españoles atravesaron los Pirineos camino de la Francia de las libertades y, durante años, los españoles lamentamos el trato que las autoridades francesas le depararon a nuestros exiliados. Nos pareció indigno. Excepto el de Lázaro Cárnenas, entonces presidente de México, no fue mucho mejor el trato que la Argentina de Perón deparó a quienes buscaron refugio en aquella lejana patria. Ni siquiera los emigrados por razones económicas entraron de forma tan libre y gratuita como hoy muchos se imaginan. Lo mismo sucedió en otros países de la América. Todo ello a pesar de pertenecer a una misma cultura, a una misma religión y hablar idéntico idioma. Nada, pues, debe extrañarnos.

Más tarde, a partir del año 1945, los españoles fuimos abandonados a nuestra suerte, a la autarquía entonces predicada por el régimen de Franco. Europa entera, la Europa democrática, recibió ayudas que a nosotros, por no disfrutar de idénticos derechos políticos y ciudadanos, nos fueron negadas con independencia de que nuestro territorio hubiese sido el campo de pruebas de la Segunda Gran Guerra Mundial en el que se ensayaron las nuevas atrocidades que habrían de tener su lugar en ellas: desde el bombardeo de la población civil, hasta el empleo de nuevas armas y técnicas militares.

Fuimos abandonados a nuestra suerte se supone que en aras de intereses superiores. 
Ahora mismo cientos de miles de ciudadanos sirios y aún de otras nacionalidades están huyendo de sus patrias asoladas por la guerra o por el hambre. Posiblemente si, en el entonces que se ha vendido recordando, la actitud de las democracias europeas hubiese sido otra hoy estarían establecidas una cultura y una tradición de acogida que de haber sido disfrutadas en aquel tiempo oneroso hubiesen dado un giro a la historia y el primer tanque que entró para liberar París no habría estado al gobierno de exiliados españoles.

Es necesario que sean debidamente acogidos esos cientos de miles de seres humanos que buscan el amparo y la seguridad que ofrecen las democracias europeas, al tiempo que se ofrece como conveniente que se combata todo lo que sea combatible en sus países de procedencia sino queremos ver la historia repetida.

La casa que le sirvió a George Perec para realizar el retrato de una sociedad es la casa común de la humanidad, no lo olvidemos, aunque sean otros cantos y otros rezos los que la ocupen, otras las costumbres, distintos los acentos o las ropas. Esta nave solitaria que navega por los espacios siderales es muy pequeña y nosotros somos muchos de modo que organizamos bien la casa o empezaremos a saltar por las ventanas. Lo sirios ya lo están haciendo.

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