Opinión

La gran farsa político-municipal

Podría haber sido una obra surrealista en formato tragicomedia, pero no lo es. Es el día a día de 27 figuras que arrastran a toda una ciudad, con sus habitantes incluidos -y con su tremenda farsa montada para ingenuos-, por el fango, la humillación, la vejación, la degradación y así hasta la máxima extenuación total y absoluta de todos. No les voy aburrir con los detalles, plazos y resquicios legales de supuestas aprobaciones de modificaciones de crédito, ni con hipotéticas aprobaciones -utilizando las mismas fórmulas, legales, pero totalmente inaceptables- de planes generales de ordenación con modificaciones sustanciales (aunque se diga que no lo son) y que ni de lejos se van a exponer al público porque el numero de alegaciones podría desbordar todas las previsiones habidas y por haber. Lo que, irremediablemente, condenaría de una manera inmediata a la judicialización del mismo. No, no les voy aburrir con más preocupaciones y problemas de los que tienen ya las familias y personas que aquí vivimos, que ya nos llega bien a cada uno con lo nuestro. Por eso, me gustaría entretenerles con una parodia-ficción de esas que a veces nos pueden hacer reflexionar.

Erase una vez una ciudad en la que quienes gobernaban -y los que con su complicidad lo consentían, ellos sabrán por qué-, y ante su manifiesta incompetencia y su total y absoluta inutilidad, montaron una gran teatro de títeres que ocupaba todo el salón de plenos del edificio que regia esa ficticia ciudad. El fin era intentar disfrazar el enorme fracaso de gestión que estaba arruinando la vida y el futuro de sus habitantes. No se sabía ya qué ocurrencias sacar de la chistera, ya se habían agotado casi todas, y hasta los más crédulos se habían vuelto incrédulos con una situación insostenible y enormemente nociva. Pero también se le había complicado en exceso a los que manejaban los títeres a su antojo y capricho, ya que la situación era ya tan dantesca, tan aberrante y ya duraba tanto tiempo, que la realidad es que se le estaba yendo de las manos a una velocidad vertiginosa, con la preocupación de que el bumerán les viniese de vuelta. Me viene a la mente aquel refrán de cría cuervos y te sacarán los ojos, en fin. Mientras tanto, los habitantes de esta ciudad ya no creían en absoluto las palabras y anuncios de los títeres y se empezaban a preguntar quiénes eran los titiriteros que articulaban y ponían voz a los guiñoles.

Así pues, el tema se agravaba y aún más porque está adorable y ficticia ciudad tenía ¡muuuuuchos! millones de monedas para poder invertir inteligentemente en asegurar su presente y sobre todo en planificar su futuro para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Pero había un escollo, que los guiñoles no sabían planificar y menos aún sabían gestionar con sentido de la responsabilidad los dineros que deberían repercutir en la calidad de vida de sus habitantes y en desarrollo de su ciudad. Así pues, nuestra querida y entrañable y ficticia metrópolis agonizaba sumida en una decadencia irreversible. Cuando los negocios cierran, cuando no se pagan los alquileres de las moradas porque no se genera lo suficiente, cuando no hay saldo en la cuenta para pagar los recibos de la luz y cuando se necesita pedir alimentos para subsistir, pues el conformismo, la apatía, el mirar hacia otro lado finaliza. Y ahí es donde los 27 guiñoles y sus titiriteros deberían intuir que su farsa está al descubierto, con todo lo que ello implica. Pero claro, esto pasa únicamente en una ficticia ciudad.

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