Opinión

Leñero de esparto

Hay pocas cosas que me gusten más que mirar (o admirar) las pilas de leña. Es como espiar la despensa del vecino. En la madera apilada se ve a la vez las finanzas terrenales y las miserias espirituales. La leña, recordemos, es el Sol atrapado en la madera que libera su energía en la estufa y no hay mayor riqueza que el Sol. La pila de leña es como la cuenta de ahorros. Las mujeres escandinavas eligen marido según el estado de su pila de leña. Los hay ordenados y metódicos, frugales y confiados, caóticos y olvidadizos. Mi pila debería estar en el grupo de los obsesivos y organizada con cierto chafallismo, que es toda una filosofía vital, a medio camino entre el estoicismo y el desastre.

Almaceno la madera separada del espacio de vivir, en un lugar abierto para que el viento cure los leños y lejos de los benditos insectos encargados de descomponerla. Hasta la pila voy cargando un leñero de esparto. Es vegetal, como la gran inteligencia del mundo y de formas curvas, como todo lo sagrado. En él cabe la ración diaria de leña, incluidos los maderos de vigilia para mantener el fuego en la noche. Tiene dos asas poderosas, doblemente reforzadas, que lo recorren como dos nervios y una estructura trenzada, ese símbolo que une lo diverso desde la antigüedad. Es agradable acompañarse de este colega en el trajín diario, subir con él las escaleras, apoyarlo en la cadera cuando la leña pesa más de lo debido. Lo compramos en un mercadillo portugués, al lado del quincalla, junto a esos embudos para descabezar gallinas. El artesano que lo trenzó tuvo un día despistado y dejó un lado más alto que otro, quién sabe por qué. Eso me hace quererlo más.

Estos días que brotan las yemas de los árboles rezagados y el invierno se retira, enciendo los últimos fuegos. Cargo los leños en el leñero de esparto, que también es capazo y espuerta y lleva consigo el esfuerzo colectivo de todos los artesanos anteriores, despistados o no. Con él se siente la honestidad más grande, la tejida por todas las manos anteriores. Él no tiene ambición intelectual ni quiere cambiar el mundo. Está hecho para ayudar y no hay mejor candidato a reemplazarlo. Esta es la clase de aliados que uno necesita.

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