Opinión

De saludos, chocamanos... y de aquel régimen

Si conoces a gente, medio la conoces, la viste una vez o de tanto que la ves, de obligado saludo, aun sin cruzarte con ella ni unas palabras, devienen una serie de saludos en una clasificación que no infinita pero sí varía. Trataré de exponer algunos ejemplos, y esto me viene a colación porque algún amigo o menos que eso, sentado en terraza levantó la mano o más bien la abrió para saludarme con displicencia, obligado por mi evidencia, al paso. Tenía el brazo levantado apoyado en la mesa y solamente tuvo que abrir la mano. Un saludo como otro, porque el de aquellos que se va desvaneciendo con el tiempo por falta de personal trato y solo de visión, desde un inicio sonoro, luego imperceptible, puede que de solo labios para terminar en tan levísimo movimiento de cabeza que habrá de fijarse uno para darse por saludado; al final ya ni contestan con movimiento de cabeza y terminas en una mutua ignorancia.

Y de muestra, otro saludo que empezó con tímido hola o adiós, luego un ligero eleva brazo para terminar ni siquiera en inclinación de la cabeza sino que a mi adiós respondió con ligerísimos y entornados ojos hacia arriba. Otra forma de saludo no correspondido. ¿Acabaré como él entornando los ojos, o nos ignoraremos mutuamente?

Desde el sonoro adiós o hasta luego, hemos pasado al hola como introductor e incluso saludador al paso, aunque el "chao" ("ciao "en italiano)  se está imponiendo, algo que aborrecía un cuñado, que me decía: "Pero la gente está loca, esto de chao por aquí es como si te saludaran mandándote al chao, al suelo, a tierra". El afín sobrellevaba muy mal esto. Hay gente que hace del saludo algo ritual o religioso. Nosotros de pequeños cuando un cura, que nunca era llamado así por peyorativo e irrespetuoso, si no sacerdote, cuando pasaba, le decíamos: "¡Usted lo pase bien!" o "¡Siga bien!", que ya implicaba cierta ligereza; él correspondía con una imperceptible inclinación de cabeza, nunca una palabra. El usted lo pase bien parecía como reservado para gentes de autoritas. 

Ahora se ha democratizado el saludo y debemos corresponder a quien nos saluda en el mismo tono o gesto. Y si amigos de verdad, parar ambos, o a la menor insinuación, también intercambiar algunas palabras, nunca excesivas, para que no te rehuyan con solo vislumbrarte.

En cuanto al apretón de manos se evidencian, por proximidad,  muchas cosas. Antes, si alcanzabas a que arzobispo te diese la mano, podría ser más fría que pescado congelado; si obispo, un poco menos tibia; pero es que estas dignidades se limitaban a un besa anillo; entonces, las manos frías reservadas para párrocos, arciprestes o diáconos y otros distantes fuera del mundo eclesial. 

Algunos hay que de tan efusivos, debes aplicar esfuerzo para desprenderte de tanta retención, y si no quieres que se tomen confianzas, has de poner el pulgar como freno de saludo abierto. Es que hay tantos chocamanos, porque si para negocios, efusivos, prolongados y seguidos de sonrisas como cuando te presentan a alguien grato.

Y para saludos los impuestos por el régimen dictatorial del 36 al 75, de brazo derecho y en alto con palma de la mano abierta, al modo nazi, en contraposición a la del puño cerrado y brazo izquierdo. El fascista, ineludible para falangistas y adláteres, era moneda común para las falanges juveniles de Franco, llamado Frente de Juventudes, un remedo de las juventudes nacionalsocialistas o hitlerianas. Supongo que este saludo en los primeros años de plomo era obligado si no querías pasar, digamos, para ser blandos, alguna incomodidad. Nosotros fuimos a una concentración en Vilagarcía a finales de los 50, con camisa azul y corbata negra y aún conservamos una foto Félix Vidal, José Manuel Noguerol y un desaparecido Pichi sonándonos con la corbata. Éramos unos cachondos, unos más mozos que otros, que iban a pasar un día en la costa, todo pagado, y mientras resonaban a nuestras espaldas las consignas, nosotros de aquí para allá, ajenos a todo esa fanfarria, sin que en el tumulto nadie percibiese nuestra ausencia. Eran los tiempos en que en el bachillerato se impartía esa disciplina, que eso pretendía, de Formación del Espíritu Nacional, que en el Instituto, hoy Otero Pedrayo, enseñaban Garde y Pato Movilla; al primero lo recuerdo incluso asistir a las aulas en botas de montar y atuendo falangista para impartir, además de esa Deformación del Espíritu Nacional, como la llamábamos, autoridad, y si queréis, disciplina; el segundo, de talante más próximo, y que se tomaba las cosas más relajadamente, aprobaba con facilidad, porque tengo la sensación de que ni el mismo creía en lo que daba o enseñaba.

Así eran aquellos tiempos, que, afortunadamente, fueron dejándose atrás en el que las digamos clases sociales marcaban mucho en la ciudad y donde los gobernadores civiles tenían derechos para él y familia de ser llevados en autos gubernamentales, incluso sus hijos al colegio, reservas de butacas preferentes en las salas de cine, en espectáculos de pago…Tanta pleitesía se les rendía, que más que reyezuelos en las provincias, eran como semidioses, y no digamos cuando se engalanaban de uniforme con su botas de montar, sahariana blanca o guerrera, a veces franja, otras cíngulo, entorchados de hombro a pecho, hombreras para poner la boina roja, o gorra de plato de marino y otros ornatos que lucían en procesiones, llegada de prebostes del régimen o recepciones en el edificio del Gobierno. Unos sátrapas estos gobernadores, a los que solo faltaba ser llevados en sillas gestatorias al aun hasta ayer modo papal, factótum de todo nombraban presidentes de la Diputación, alcaldes incluso de los villorrios más alejados, directores generales de entidades de ahorro… Lo intervenían todo, disfrutaban de todo en su status y gozaban de inmunidad. Y así sus subordinados, imitando al jefe actuaban también en esa pirámide de poder y corrupción generalizada, que por tal a nadie escandalizaba.

Aun no sabemos lo que tenemos con la democracia…aun con los notorios casos de corrupción, que ahora suelen pagarse pero que antes eran institucionales cual apéndice de un poder omnímodo. Valoremos nuestra situación y no nos dediquemos a la demolición del sistema, y por sistema.

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