Opinión

El cable asesino

Mi abuelo materno, Enrique Maqueda del Castillo, comisario general jefe del Cuerpo de Investigación, Vigilancia y Seguridad de España hasta el 29 de septiembre de 1933, en que fue jubilado por Martínez Barrio (Gaceta número 266 de 23 de septiembre 1933) tras humillarle, obligándole a acompañar a la frontera al cardenal Segura, había desarrollado diversos e importantes servicios, desde la captura del asesino de Eduardo Dato hasta ocuparse en ocasiones de la protección y vigilancia del Rey Alfonso XIII. En una ocasión en que el servicio de escolta había sido burlado por el travieso soberano, al que le gustaba ‘mezclarse con la plebe’ -precisando el dato, con la pleba-, conducía su maravilloso y descapotable automóvil, creo que un Hispano Suiza, por las cercanías de un lugar que le gustaba visitar con querencia cuasi familiar. El olfato de mi abuelo y ‘sus intocables’ les llevo a buscar a su objeto de protección con otro Hispano Suiza berlina por diversos caminos que pudiesen de alguna forma tener que ser transitados por el referido ‘traviesón’. No sé la razón, pero mi abuelo decidió tomar la carretera de Burgos. En aquellos tiempos y hasta la mitad de los años cincuenta, las carreteras discurrían por los antiguos caminos de las diligencias y estos tenían plantados a ambos lados unos chopos, o tal vez álamos, a los que a una altura de un metro y medio, más o menos, se les había pintado una franja de pintura blanca para facilitar la conducción nocturna. Los hombres de mi abuelo, con él a la cabeza -y en numerosas ocasiones de cabeza por la irresponsabilidad de Su Graciosa Majestad-, tuvieron la intuición de elegir la citada carretera cuando a la altura de los denominados Llanos de San Agustín se encontraron con la desagradable sorpresa de que alguien había colocado un cable de acero entre dos de los árboles. El Hispano, un 40 caballos, casi una camioneta berlina, rompió el cable sufriendo un mínimo deterioro en la zona del parabrisas. Casualmente, a los pocos minutos, pasó zumbando el descapotable con Alfonso XIII y compañía felices, sin comer perdices y haciendo un cariñoso saludo a los policías que, con mi abuelo a la cabeza, estaban aparcados recuperando cristales y supongo que estabilizando sus asustadas pelotas. Años más tarde, un nieto del travieso monarca encontró la muerte al chocar su nobilísimo cuello con otro fino cable de acero colocado, pienso que casualmente, en una pista de esquí en Canadá.


A nuestro Rey, a quien también le gusta la motocicleta para traviesear, el ruego de una máxima atención, que a algunos y en este caso por libre, nos pueden querer buscar otro lío como el del 23-F-81, y mucha atención que ya no esta don Sabino y los malos no son de los nuestros.



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