Opinión

Nuestra Plaza Mayor

Iniciaré el recorrido partiendo de la Consistorial, a la que como ciudadano residente, tuve que acudir sólo en dos ocasiones, la primera para ser “tallado” como “quinto” del reemplazo de 1957 y la otra para recoger la cartilla militar y “la paga” para manutención; a los “quintos” que no íbamos a comer al cuartel de San Francisco, nos daban siete pesetas por día, que los militares nos pagaban en billetes nuevecitos recién llegados del Banco de España, alguno los conservo entre las hojas de algún libro. En la Consistorial prestaron sus servicios como funcionarios mi padre y mis dos hermanos, Antonio y Fernando. Al primer alcalde que recuerdo es a don Eduardo Valencia, al que el “Toniño” le decía “ay, ay, ay, alcaldiño” y cuya obra más importante, se decía, fue la construcción de la pajarera del Jardín del Posío con todo tipo de aves. Cuando dejó la Alcaldía, regresó a su trabajo en la Delegación de Industria, y a compartir despacho con don Narciso Iglesias, el fiel contraste y con don Julio Amor, el que nos examinó del carné de conducir en el bajo sito en la carretera de Trives, frente a la Delegación de Hacienda. Volviendo a la Casa Consistorial, el reloj que preside la fachada “no era de fiar”, casi siempre estaba fuera de hora o parado, actualmente parece que está en buenas manos, está en hora. En el sótano que da a la calle del Bispo Cesáreo estaba la “perrera”; los allí detenidos echaban las manos entre los barrotes asustando a los peatones, especialmente mujeres, ya que a los hombres le pedían tabaco. Como novedad y reclamada hace muchos años, hoy, gracias a la placa de bronce colocada recientemente en la fachada, sabemos con certeza, por el Instituto Geográfico Nacional, que la altitud que tiene sobre el nivel del mar, la ciudad de Ourense, es de 135 metros; erróneamente antes se daban como referencia 165 metros y desde la puerta Norte de la Catedral.

En el antiguo Palacio Episcopal, creo que el último obispo en residir fue don Francisco Blanco Nájera, (+15.01.1952); otro prelado, anterior a él, cedió el bajo, hoy entrada al Museo, al abuelo de mi esposa, Ángel Fernández, en el que instaló primero la tienda de comestibles conocida por la tienda de los Valencia y, al pasar al edificio de enfrente y de su propiedad, quedó como almacén, siendo la primera Casa de los Soportales de la parte Este de nuestra Plaza Mayor. El obispo no les cobraba alquiler por la cesión, aunque luego, desde la tienda, existieran “compensaciones” en épocas navideñas, como buenos vecinos; en ocasiones muy contadas, del Palacio venía a casa la sirvienta (me contaba con mucho secreto mi suegra) cuando el señor obispo tenía invitados y se le prestaban vajilla y cristalería pues en Palacio no tenían, había mucha austeridad. Al pasar este edificio a ser propiedad estatal e instalarse el Museo Arqueológico Provincial, la petición de la devolución del local le fue hecha verbalmente a los padres y tíos de mi esposa, por ser los herederos y continuadores del negocio, al haber fallecido el abuelo Ángel. La petición la hizo el ya director del Museo, Ferro Couselo, en la forma en que se hacían “antes” las cosas, y en estos términos: “Cuando puedan”, “sin prisas”.

Años antes, en 1861 y según consta en el Libro de actas de la Cofradía de Santa María Madre, el obispo José de Ávila y Lamas le había cedido este local a la Cofradía “para guardar los enseres y alhajas” pero les fue reclamado, a los cuatro años, en 1864, con la simple anotación de “pues llegó el coche”, por lo que el local del almacén ya había sido garaje y no la entrada principal al edificio. De puertas adentro, del Museo, haré únicamente la referencia a una exposición de Arturo Baltar que hizo en el patio del Claustro; le adquirí una preciosa Maternidad y tres caretas “policromadas”. Arturo le dice siempre a mí mujer que me las vendió más baratas porque le regateé mucho el precio, e insiste en qu, “eso del regateo está muy mal visto por los artistas”.

La Escalinata. El recuerdo de las escaleras de Santa María Madre que conservamos los ourensanos es verla llena de fieles, no se cabía dentro de la iglesia cuando los padres Paúles, encargados de la iglesia, (1922 a 1983), celebraban la novena a la Virgen de la Medalla Milagrosa los días 19 al 27 del mes de noviembre; y también recordamos las “colas” de las jóvenes, en el confesionario del padre Pérez, que “despachaba muy pronto” y era “muy generoso”, poniendo las mínimas penitencias. Hace unos días me comentaban dos señores canónigos que también ellos, siendo seminaristas, bajaban del Seminario para confesarse con el padre Pérez, y creo que fue este padre Paúl el que, cuando su congregación decidió devolver la asistencia de la iglesia al Cabildo Catedralicio, dijo que sentía mucha pena y que se comprometía a seguir atendiendo el culto si en la Sacristía le ponían una cama.

Desde hace años, muchos años, digamos que siglos, el domingo de Pascua de Resurrección, la imagen de Santa María Madre, que es la patrona de la Diócesis, es llevada en procesión solemne Iglesia Catedral acompañada del obispo, Cabildo Catedralicio, autoridades y cofrades para celebrar el encuentro con su Divino Hijo Resucitado, en el que se canta el Regina Caeli; el obispo celebra misa pontifical, finalizada regresa la procesión, en el acto que llaman “rito del desplante”, cuando la Corporación Municipal se queda al pie de la escalinata y el obispo, desde lo alto, les imparte la bendición y con una leve inclinación de cabeza se despiden, por lo que se trata de un enfado, con gran cortesía.

Como las fotografías de los fieles en la escalinata están borrosas y la del obispo saludando es muy conocida, traemos ésta tan reciente y oportuna de Alejandro Caporale, el amigo de mi hijo Juan.

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