El juez encargado del caso de Sant Boi ha decidido dejar en libertad al energúmeno Sergi Xavier Martin, conocido mediáticamente como el agresor del tren, ese valiente que se lio a patadas con una joven ecuatoriana por el mero hecho de que la chica era de raza diferente. El caso, que ha trascendido nuestras fronteras gracias a la dureza de las imágenes, es de esos que pone en cuestión no solo la eficacia judicial sino que deja al descubierto los múltiples fallos de un sistema que reacciona tarde y mal y nos hace sentir indefensos. Según el diccionario de la Real Academia, la Justicia -además de ser una de las cuatro virtudes cardinales que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenecees aquello que debe hacerse según derecho o razón y administrarla significa aplicar las leyes y hacer cumplir las sentencias. He recurrido al diccionario simplemente para saber exactamente qué palabras utilizar para argumentar que, en este caso, no se ha hecho justicia, sino que se ha cometido una injusticia, por mucho que el juez haya interpretado las leyes. Según ha dicho el magistrado el energúmeno solo ha cometido un delito contra la integridad moral, ya que no ha habido una lesión física objetiva y aunque la menor se encuentra en un estado de abatimiento por la agresión sufrida, no hay ningún informe médico que acredite una lesión psíquica. En resumen, que el juez sentencia que solo se puede afirmar la concurrencia de un delito de trato degradante junto a la agravante de xenofobia, lo que sitúa la pena de seis meses a dos años y apunta, además, que el riesgo de fuga del energúmeno es una mera posibilidad. ¿Eso es justicia? Tal vez lo sea en base a la interpretación particular que el juez hace de nuestro ordenamiento jurídico pero, en mi opinión, y solo con un mero vistazo al vídeo se habrían cometido tres tipos de delitos: uno contra la integridad moral, otro de lesiones físicas y psicológicas y otro de agresión sexual, todo ello contra el agravante de la xenofobia. De hecho, las pruebas forenses practicadas revelan que la joven fue golpeada, insultada y humillada por el imputado. Claro que los hechos ocurrieron el pasado 7 de octubre y la joven, aterrorizada y atemorizada, se encerró en su casa sin que ningún médico la hiciera un parte de lesiones... es decir, la prueba del delito. Esa es la diferencia. Ella se escondió y su familia también, paralizados por el miedo, mientras su agresor se ha paseado y exhibido a placer, -creyéndose el rey del Mambo, un cutre famoso de medio minuto porque las cámaras de televisión, a la caza del morbo, le seguían a todas partesy además ha mantenido una actitud chulesca y provocadora con el argumento de que estaba borracho. Claro, que ya sabía que su salvaje conducta no tendría consecuencias desde el mismo momento de que el sistema judicial le dejó en la calle; que el fiscal no asistió a su declaración y que cuando se montó el escándalo el juez retrasó su decisión de detenerle alegando que cuando recibió la petición -a las 15,40 horasel juzgado ya estaba cerrado. ¿Qué más despropósito se puede pedir? Pues eso, que ahora el energúmeno siga a su aire. Eso sí, se le prohíbe acercarse a menos de 1000 metros de la victima y utilizar la linea S-8 de los ferrocarriles de la Generalitat... Me imagino que por si se cruza de nuevo con alguien de raza diferente y en vez de darle una brutal paliza tiene un arma en la mano. ¡Total, como iba borracho! ¿Y a esto le laman Justicia? ¿Qué Justicia es ésa que crea indefensión? Y para colmo, el tercer pasajero, ese cobarde que se negó a auxiliar a la víctima se queja porque le reprochen su actitud imperturbable ¡Pobrecito el miserable cobardica! ¡Vaya por Dios!