Opinión

LA FE Y EL CHULETÓN

Lo confieso: estoy en el equipo de los que creen en la inocencia de Alberto Contador, y me sumo a esos que intuyen que el feo asunto del dopaje esconde una buena dosis de esa mala baba que siempre han tenido los franceses con sus vecinos del sur a los que nos siguen mirando con una arrogancia insufrible. No soy aficionada al ciclismo pero, como todos, he disfrutado de lo lindo viendo a nuestro campeón pasearse por París con el estigma del ganador en el Tour de Francia. Aunque no entiendo nada de metas, trayectos en puertos de montaña y todas esas cosas, admiro a los ciclistas porque ellos simbolizan muchas de las cosas que hacen grande al ser humano: el valor del trabajo y el esfuerzo, el ánimo de superación y la excelencia individual, más allá de que en ese deporte, como en todos, pueda haber tongo, trampa, fraude, dopaje y todos esos enjuagues que ensombrecen su grandeza y minan a quienes lo practican.


Creo que el deportista es inocente, pero reconozco que el asunto del clembuterol le puede complicar mucho su vida profesional a partir de ahora. Se ha inoculado la sombra de la sospecha y ahora, aunque todo sean especulaciones y conjeturas, es muy difícil que su imagen vuelva a quedar limpia e inmaculada pase lo que pase. Eso es lo malo, que se empieza por culpar a un chuletón y de ahí se pasa a hablar de autotransfusiones de sangre o de hazañas imposibles para un mortal si no es con alguna ayudita externa y, al final, se termina arrastrando por el lodo toda una trayectoria ejemplar.


Ya sé que para una profana en el asunto -que está siguiendo el tema con la curiosidad propia del periodista y nada más- decir que creo en la inocencia del chaval es solo reconocer que hago un acto de fe. Vi, como toda España, su rostro desencajado, sus ojos llenos de lágrimas y su ánimo doblado por el desencanto con una profesión que le apasiona. Le oí contar su versión de los hechos y le creí sin más. Hasta ayer, el joven de Pinto era un héroe un ejemplo para otros muchos de su edad, atrapados en eso que llaman la generación 'Ni-ni ' y un motivo de orgullo nacional del que tan faltos estamos. Hoy sin embargo muchos le ven ya como un villano, un vulgar timador, sobre el que descargar todas las miserias del ser humano. Muchos le han juzgado y sentenciado, sin esperar siquiera a que haya un veredicto definitivo, pero eso es algo habitual en la sociedad que vivimos y no nos vamos a escandalizar por eso a estas alturas. Desconozco qué tipo de intereses se mueven en torno al deporte rey, pero supongo que serán muchos y que todos tendrán que ver con el maldito parné, que es lo que mueve el mundo. De momento, el asunto le ha dejado fuera de juego, suspendido cautelarmente y herido anímicamente pero lo peor de todo es la sombra de la sospecha y esa tendencia del ser humano a regodearse con el mal ajeno, aunque no haya mal y el ajeno sea un concepto abstracto. Por eso yo, de momento, he hecho un acto de fe y si luego se demuestra que Alberto es culpable caerá en el olvido y en su pecado llevara la penitencia, porque tendrá que paladear el sabor amargo de la indiferencia de los propios y también de los ajenos.

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