Opinión

Por aclamación

Si ya hace cinco años, en el anterior congreso, el PP fue una balsa de aceite, esta decimoctava edición del conclave popular lleva camino de serlo aún más. Si a alguna persona hay que adjudicarle este éxito es sobre todo a su presidente, Mariano Rajoy, y a su virtud de resistente, que en algunos casos se atribuye a su abulia, pero que ha respondido a una estrategia que le ha servido para dejar a sus adversario políticos arrumbados y a él instalado en La Moncloa.

Los debates políticos que se van a desarrollar en el 18º congreso del PP son de tono menor en comparación con lo que se espera del partido que gobierna el país y que debe mostrar el camino a los ciudadanos, proponer un proyecto de país ilusionante que aúne esfuerzos y voluntades, y que se fije una meta de altura en cuya consecución se implique a toda la sociedad. Nada de eso hay en los documentos que se van a debatir, como si todo el partido se mostrara contagiado de la estrategia de su líder. En lugar de afrontar un debate político sobre asuntos que preocupan a la gran mayoría de los españoles, los populares se van a enfrentar a un dilema moral en el que volverán a desempeñar un papel determinante sus valores tradicionales –con repercusiones políticas es evidente- sobre la maternidad subrogada, que con ser muy importante para las personas que buscan formar una familia con hijos es un problema que afecta a varios centenares de ellas al año.

Luego, el congreso consistirá en lo que se critica a otros partidos, en mirarse el ombligo: decidir sobre la acumulación de cargos mirando a María Dolores de Cospedal; si Rajoy mantiene el equilibrio de poder entre ella y la vicepresidenta Sáenz de Santamaría; si asciende en el escalafón Fernando Martínez-Maíllo… Y pasar de puntillas sobre asuntos que en otros partidos se consideran cruciales en el ejercicio de la democracia interna, como las primarias para elegir candidatos al partido y al Gobierno; o la limitación de mandatos, de la que Rajoy no quiere oír ni hablar, y que en el partido apoyan para no cambiar algo que “funciona bien”.  Es decir, un congreso plácido con escasas voces y posiciones discrepantes, del que se espera una relección del líder a la búlgara.

Y sin embargo, habría motivos para un debate más intenso porque, en los últimos cinco años, el PP ha perdido poder a chorros. Ha pasado de una comodísima mayoría absoluta conseguida en 2011 a una mayoría relativa que le hacen depender del apoyo de Ciudadanos y otro partido y que debe el inquilinato en La Moncloa a las desavenencias en la izquierda. Además el poder territorial del que disfrutó con anterioridad a 2015 ha quedado fuertemente disminuido, por efecto de la gestión de la crisis económica que ha abierto aún más la brecha de la desigualdad y cuya salida, pregonada como un éxito, ha dejado un mercado laboral más precario y más inseguro y con las mismas debilidades estructurales en la economía que antes de que estallara. A eso se añade una corrupción que cerca al partido, relacionada con su financiación, que no les ha supuesto un excesivo coste político para la envergadura que ha tomado.

Sin el “Pepito Grillo” de Aznar en el estrado, con sus críticos laminados, a Rajoy le espera la aclamación. Otra cosa es que la falta de debate en el PP le sirva para recuperar al electorado perdido.                   

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