Opinión

Fondo y forma

El discurso del rey Felipe VI ante la Asamblea General de Naciones Unidas fue el único posible si se atiende a su función constitucional de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones, y asumir la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales. En esta última función se encargó de trasladar su mensaje en una doble dirección, al subrayar la solvencia de nuestro país y la capacidad para salir de “coyunturas complejas” - hacia afuera- y de hacerlo mediante el “diálogo y el compromiso” –aviso hacia adentro-.

Felipe VI utilizó una de las pocas ocasiones que tiene para hablar de sus preocupaciones, en todo punto coincidente con la gran mayoría de los ciudadanos que asisten atónitos a la incapacidad de sus líderes de ponerse de acuerdo a través del diálogo para formar gobierno. Con sus atribuciones constitucionales el rey no puede ir más lejos, a la espera de que algún líder político le traslade que está en condiciones de superar una sesión de investidura y designe su candidatura, de tal forma que hasta su función de mediador y árbitro debe desempeñarla con muchísimo cuidado –y lejos de “borbonear”-, por cuanto al rey solo se le permite acertar en sus decisiones en un país que tiene una relación sui generis con la Corona. Por tanto, fondo y forma impecable en la actuación del rey en Nueva York.

El debate sobre las formas, sin embargo, envenena las relaciones internas en Podemos, por cuanto en el fondo –“asustar a los creadores de opinión, a los corruptos y a los responsables de la desigualdad” (Pablo Iglesias), a “los poderosos” (Iñigo Errejon)- todos parecen estar de acuerdo, y el problema se les presenta en cómo acercarse a aquellos que aún no confían en ellos. Los dirigentes de Podemos tienen un serio problema para compaginar las formas, tan importantes en democracia con el fondo de sus propuestas y como las transmiten a la ciudadanía.  

Podría justificarse que ambos términos se encuentren desacoplados por la juventud de la formación, pese a la veteranía política que se les atribuía a sus dirigentes, curtidos en batallas internas y organizativas, y por la rapidez con la que se han convertido en una formación que ha tocado poder desplazando a IU y su discurso acrisolado por el tiempo, por la frustración de no haber conseguido su objetivo en el corto plazo que esperaban –tomar el cielo por asalto-. Ahora tienen que consolidar un electorado volátil como es el de la izquierda y elegir como hacerlo. Por el momento han optado por uno de los caminos tradicionales de la vieja política y en el peor momento posible, el de airear las divisiones internas en periodo electoral, aunque lo justifiquen con el curalotodo de los beneficios del debate interno transparente.

Los resultados del 26-J han dado la razón a Pablo Iglesias puesto que la campaña electoral diseñada por Errejón no les dio para el “sorpasso”. Pero el secretario general de Podemos debiera preguntarse hasta qué punto él es responsable de la situación, por haber desconcertado a una parte de los votantes de izquierda con alguna salida de tono memorable, uniones a destiempo -con IU- y pragmatismo de última hora -En Marea-. La estrategia amable de Iñigo Errejón ha podido fallar, pero la de Iglesias tiene un examen parcial el próximo domingo en Galicia.

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