Opinión

Charles del Divino Amor

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Hace algunos días cayó casualmente entre mis manos el libreto original de una obra teatral, Charles del Divino Amor, ahora casi olvidada, sobre el místico francés Charles de Foucauld (Estrasburgo 1858 - Tamanrasset 1916). Impresionado por el hecho de toparme por casualidad con este bello texto pocos días antes de la canonización del santo francés, que tendrá lugar el domingo 15 de mayo, me sentí impulsado a escribir estas líneas sobre la citada obra, cuya acción tiene lugar en dos actos en Francia, Marruecos y Argelia entre los siglos XIX y XX.

Con una inicial y única nota a pie de página, el actor, dramaturgo y director Franco Molè (Terni, 1939-2006), enmarca la trama de su obra teatral describiendo breve pero intensamente la vida de Charles de Foucauld. El autor lo resume así: “De familia aristocrática estudió con los jesuitas. Asistió a la Academia Militar de St. Cyr con resultados, militarmente hablando, mediocres. Es oficial de los Húsares en Argelia, pero es despedido por indisciplina. Readmitido participa en la expedición contra los rebeldes de Ouledi, tras lo cual abandona definitivamente el ejército y viaja a Marruecos, cuyos resultados elaboró en el volumen Reconocimiento en Marruecos de considerable interés científico. En plena crisis mística va primero a Tierra Santa entre los trapenses, luego a Palestina al convento de las clarisas donde realiza humildes servicios, finalmente, aclarada su vocación de ermitaño, regresa a África donde pone en práctica las reglas de su propia congregación religiosa a las que todos se oponen. Vive en el desierto de Argelia y estudia la lengua, los hábitos y las costumbres de los tuaregs. Volviéndose muy popular entre las poblaciones locales, lucha ferozmente por sus derechos políticos y civiles, pero es asesinado el 1 de diciembre de 1916”.

Franco Molè, creyente pero crítico con las instituciones eclesiales, nacido en una familia bien arraigada en los principios cristianos, como la de Foucauld, había recibido un libro sobre la vida de Charles, que le había regalado su hermano mayor Nicolás. Tras su lectura, quedó impresionado por la vida de este francés, hasta entonces desconocido para él. Después de un breve tiempo de reflexión, escribe el mencionado breve resumen, a partir del cual desarrollará el drama. Ya en la primera parte de la obra emerge una de las características que han marcado la vida del místico, que ha venido a vivir su vida con la libertad propia de los hijos de Dios. Una libertad asumida, nunca impuesta, que conduce a un estilo de vida, que incluso en la búsqueda del justo derecho, nunca puede llevarse bien con la violencia. La autoridad sirve para frenar la violencia. La lucha por los derechos humanos se deja sentir ya desde los primeros diálogos que se entablan entre los primeros actores, los cuales se asombran ante la elección de Charles de Foucauld, un hombre amante de los placeres y de la vida licenciosa, de ir a vivir a un país hostil a los no musulmanes. Precisamente esta mala conducta e indisciplina había sido la causa por la que fue expulsado del ejército. Estos fueron los años oscuros de su vida, en los que ni siquiera la existencia de Dios es considerada. Charles regresa a Francia. Pero, al enterarse de la revuelta de Ouledi, quiere redimir su vida, su nombre y los años perdidos. Se une a los IV Cazadores de África, pero la visión de los cuerpos de musulmanes masacrados lo empuja a dejar el ejército definitivamente. De regreso en su ciudad natal, le pide a un sacerdote (el padre Huvelin) que lo instruya y encuentra a Dios en octubre de 1886, a los 28 años. Quiere volver a Argelia, pero se acaba embarcado en una peligrosa exploración en el Marruecos prohibido. Fueron años dedicados científicamente a profundizar en el conocimiento geográfico de Marruecos y que, sobre todo, influyeron decisivamente en su decisión de permanecer allí, entre su gente, y convertirse en uno de ellos, para comprenderlos, para defenderlos, para amarlos. Para ello “no debes decirle que eres uno de ellos, debes simplemente no decirle que no lo eres”. La visita, en principio temporal, terminará en un fiel y perpetuo enamoramiento de los tuaregs, esos majestuosos guerreros azules a los que los franceses querían someter. En la segunda parte de la obra, Molè cambia completamente de escenario. El precepto deuteronómico “amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6, 4) inaugura solemnemente una introspección de la espiritualidad de la vida de Foucauld, quizás también de la vida del autor, para quien su vocación religiosa nace en el mismo instante de su fe renovada. Charles lo deja todo, sus títulos nobiliarios familiares, su posición social y laboral y sus bienes materiales, o como se dice metafóricamente en el lenguaje religioso, “abandona el mundo”, para dedicarse totalmente al Dios recién encontrado, siendo el último entre los últimos. En ninguna congregación de la Santa Madre Iglesia, ni en el silencio contemplativo de las clarisas, ni siquiera en la rígida trapa, donde vive durante siete años, primero en Nuestra Señora de las Nieves, luego en Akbés en Siria, logra encontrar la vida deseada de pobreza, de abyección y de desapego efectivo. Siente la mayor repugnancia por todo lo que pueda alejarlo del último lugar, de ser el último entre los últimos.

Ordenado sacerdote en 1901, a la edad de 43 años, se fue al desierto argelino del Sahara, primero a Béni Abbès, luego, en 1904, se instaló definitivamente en Tamanrasset, con los tuaregs del Monte Hoggar, pobre entre los pobres. La decisión preocupaba al general francés “Leperrine”, quien no se mostró del todo tranquilo sobre su seguridad personal. Sin embargo, esta drástica y ejemplar decisión de Foucauld, su vida religiosa, entre los baluartes de un fuerte, es humillada, obstaculizada y cuestionada por todos, incluso por los propios nativos. Al contrario de lo que es habitual en el mundo árabe, los tuaregs se cubrían el rostro, mientras que las mujeres, como la joven y bella “Dassine”, que le ofrecía el jefe supremo de Hoggar, Amenokal, pero evidentemente rechazada por Charles, lo llevaban descubierto. Pero lejos de desistir en su compromiso de santidad, e impulsado también por la fe de los musulmanes, Foucauld sigue interrogándose sobre la existencia de Dios -”Dios mío, si existes, haz que yo te conozca”- y se abandona totalmente en el Dios cristiano del perdón repitiendo persistentemente su oración: “Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón”. Y así, en el oasis del desierto, emprende una vida en la cual se mantiene “solamente con el trabajo de las manos”, sin aceptar ni don ni limosna ninguna, y, como un peregrino harapiento, se priva “de todo lo que se puede privar”, en perpetuo silencio, convirtiéndose definitivamente de vizconde a hermano Charles de Jesús.

El religioso encontró así su vocación que era “bajar”, convertirse él mismo en pasarela en la que los pies de los demás pudieran pisarle los clavos para humillarlo aún más, para aniquilarlo y hacerle sentir que es el último de los hijos de Dios. “Nuestra aniquilación es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer el bien a las almas”, escribiría poco antes de morir. Para él, la palabra extranjero no existe y las armas pueden convertirse en instrumento de paz con el poder del amor. En continua oración y adoración, meditando la Sagrada Escritura, se convierte en un “morabito cristiano”, es decir, en un maestro líder religioso entre los tuaregs, en Assekrem. En el silencio orante y en la alabanza continua al creador, pero también en la proximidad y promoción de los tuaregs, aprende su idioma, llegando a traducir proverbios y poesías. Pasó trece años en el Hoggar, desde aquel lejano 1904, cuando abandonó la ermita de Béni Abbès con Paul Embarek, el esclavo liberado años antes. Una ermita siempre abierta a todos, ya sean cristianos, musulmanes, judíos, ateos, indiferentes o idólatras. En la noche del 1 de diciembre de 1916, Charles, el hermano pequeño de Jesús, creyendo recibir un mensajero, encontró frente a la puerta a un grupo de numerosos guerrilleros que lo ataron y lo maltrataron. Será un joven, amigo de Paul, Sermi Ag Tohra, quien le disparará. Charles, replegándose sobre sí mismo, lentamente, entregó su alma a Dios entre las desnudas rocas rojas. La guerra, el odio y la violencia acabaron con la vida de aquel hombre de Dios, que había sido paz y don.

Finalmente, Molè ha querido expresar y transmitir en la obra descrita la figura y el mensaje de este hombre sui generis, de este buscador de Dios, de este sacerdote ermitaño, monje sin monasterio, pequeño entre los pequeños, que trató de sonreír, amar a todos y construir la paz. Con su drama nos recuerda que la relación de Charles de Foucauld con el mundo islámico sigue representando para nosotros un desafío hacia la fraternidad universal.

Charles del Divino Amor, escrito en 1967, recibió en 1972 el premio I.D.I. St. Vincent a la mejor comedia del año. Seguramente Molè contó con el consejo de su gran amigo, el padre Valentino Davanzati, un jesuita experto en el mundo del cine y el teatro, quien siempre lo siguió en su trabajo artístico. La obra se representó por primera vez en Bolonia en 1971 en el Teatro La Ribalta bajo la dirección del autor. En aquella ocasión los intérpretes fueron el propio Franco Molè, Barbara Simon, Giselda Castrini, Angelo Guidi, Livio Galassi, Luciano Mariti, Vittoria Marra, Mauro Bosco, Rinaldo Porta y Guido Sagliocca. La obra fue publicada en 1969 por Samonà e Savelli Editrice, Roma. El actor y director de Terni es considerado uno de los exponentes del nuevo teatro perteneciente a la escuela romana. Fue director del ciclo teatral Samonà e Savelli, asistente de Luciano Codignola y Mario Missiroli en la Universidad de Urbino, redactor de la revista Teatro y fundador del teatro y compañía “Alla Railhiera”. En 1976 se casó con Martine Brochard, actriz francesa, con quien trabajó intensamente hasta su muerte.

En 2008 nació la Asociación Franco Molè, con domicilio social en Terni, que, entre sus muchas actividades, otorga, desde 2011, un premio para apoyar a las nuevas generaciones de actores y directores italianos. Se dedicó una calle a Franco Molè en la ciudad natal de Terni, inaugurada en 2021.

Artículo publicado en L’Osservatore Romano del viernes, 13 de mayo de 2022

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