Opinión

Los canteranos ourensanos en el Congreso galaico-portugués

Es un hecho que algunos gremios, a principios del siglo XX, movidos por la necesidad de aliviar la crítica situación de sus asociados, echaron mano de lo que tenían a su alcance. Y también es una evidencia que lo que pedían era, básicamente, mejorar las condiciones, laborales y salariales. Al menos trataban de igualarlas a las que tenían obreros en otras ciudades. La protesta, entonces, estaba motivada por lo que Habermas denominaba die Lebenswelt -el mundo de la vida-. Claro que la coyuntura les ayudaba. La II Internacional había dejado su poso. No es que, de repente, existiese una gran conciencia de clase; no. Pero, los trabajadores eran conscientes de que para mejorar la situación necesitaban asociarse; incluso más allá de las fronteras. Y, en este sentido, el noroeste peninsular, por la extensa línea kilométrica existente entre Galicia y el país luso, se convertía en el espacio estratégico idóneo para llevar a la práctica el espíritu internacionalista, nacido en Londres, y, después, reforzado en París.

No es una novedad que, en este instante, tanto España como Portugal pasaban por una etapa económica crítica. Por lo tanto, indiscutiblemente, la coyuntura también contribuyó a que la propuesta realizada por las Sociedades Obreras de Santiago -sobre todo la que hacían los canteros- que planteaba la idea de coordinarse entre los gremios de ambos lados de la frontera, calase, rápidamente, en el colectivo obrero del Norte peninsular. El planteamiento no sólo revivía el ideario de la AIT, sino que también se respondía a los ideales de la II Internacional. Los grupos societarios, como el de carpinteros o canteros de Ourense, por ejemplo, ahora podrían utilizar la huelga como un auténtico instrumento de presión con garantías de éxito. Cuando menos, los patronos ya no podrían romperlas contratando temporalmente mano de obra extranjera. De ahí que la iniciativa no se hiciese esperar. Apenas iniciado el siglo XX, en 1901, delegados de los gremios de los dos países se reunían en Tuy; y, al año siguiente, lo hacían en Viana do Castelo. Ya, en 1903, volvían a congregarse en Portugal; esta vez en Braga. Al final, el litigio continuo entre patronos y obreros había animado a las Sociedades de ambos países a luchar por la emancipación. E incuestionablemente esta fue la piedra angular sobre la que se cimentó el Congreso galaico-lusitano. Al primero asistían ya 14 representantes portugueses de distintas agrupaciones como la Associaçao de clases dos Canteiros, o la Uniao dos Estucadores e Pintores, y 29 delegados de las organizaciones gallegas entre las se encontraban la Seccción de Carpinteros de Vigo, Canteros y Carpinteros de La Coruña, Ferrol, Ourense, Carballiño e incluso, la Asociación de Obreros de Celanova y su entorno. Entre unos y otros, allí estaban representados, según la Revista Política y Parlamentaria, editada en Madrid, más de 52.000 asociados. Todos coincidían en la necesidad de cambiar la fisonomía del asociacionismo obrero con el objetivo último de evitar actos insolidarios. En Viana do Castelo, un año más tarde, ya se contabilizaban 36 Sociedades gallegas y 34 portuguesas.

Lo cierto era que, en Ourense, desde la desaparición de la Sección conocida como El Cuarto Estado de la Internacional, no había existido una agrupación obrera fuerte hasta, aproximadamente, poco más de un lustro de la realización de la II Internacional. Fue, en concreto, en 1895, cuando resurgió en la ciudad de las Burgas el movimiento obrero de la mano de la Sociedad de Oficios y Profesiones Varias. En esencia, los miembros de esta asociación societaria eran obreros que trabajaban en el ramo de la construcción. Aquel colectivo no sólo se consolidó, sino que, además, después de ser capaz de rebajar la jornada laboral de 12 a 10 horas en verano, y a 9, en invierno, fue un acicate para el nacimiento de otros sindicatos en la provincia. En seguida, siguen su estela organizaciones de otros oficios como las Secciones de Canteros, Carpinteros, Pintores y Albañiles, Ebanistas, Tipógrafos o Zapateros. No todas corrieron la misma suerte. Precisamente, este último colectivo, en 1897, en la ciudad, prolongó tanto la huelga que no sólo no consiguió acceder a sus pretensiones, sino que, además, acabó con los fondos de sus cajas. Aun así, fue la excepción. A lo largo de la provincia, sobre todo en el ramo de la cantería, no dejan de aparecer en Ribadavia, O Carballiño, Celanova o Las Caldas. Este boom hizo que dentro de la Unión General de Trabajadores fuese la sección que contabilizaba con un mayor número de asociados. Incluso, en 1914, las dos ciudades que poseían el mayor número de afiliados en la Federación de Canteros y Marmolistas de España, eran, por este orden, Vigo y Ourense; muy alejadas de otras como Sevilla, Madrid o Bilbao. Más de la mitad de aquella Federación residía en Galicia.

En Ourense, en concreto, se hacían notar. El revuelo mediático que provocaron en la ciudad cuando, en primavera de ese mismo año, suspendieron las obras del Puente Nuevo sobre el Miño, puso en vilo a las instituciones. La Compañía Constructora, por problemas de sobrecoste, despidió, sin contemplación, a 17 obreros y los canteros suspendieron su actividad. El conflicto se enraizó tanto que primero tuvo que mediar el gobernador; luego el alcalde. Pretendían evitar que la Compañía rescindiese el contrato. Es incuestionable, pues, que, fue una sección fuerte, tenaz y organizada que supo aprovechar las circunstancias. Bien es verdad que, como siempre, éstas se las dio, en su marcha isócrona, el tiempo.

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