Opinión

Intrusismo, sí; pero, también ciencia

Foto de 1912 sacada del nº 1313 de La Región de 1914. Laboratorio de Juan Vidal.
photo_camera Foto de 1912 sacada del nº 1313 de La Región de 1914. Laboratorio de Juan Vidal.

Quizás fuese la precariedad. Tal vez, la laxitud de la administración; o incluso, las dos a un tiempo. Pero existían. Ni la picaresca, ni los taimados pseudocientíficos, en general, eran algo nuevo, sobre todo en provincias, en el siglo XIX; y, por supuesto, tampoco en Ourense. El Centinela de Galicia, un periódico que circuló tan sólo entre 1843-1844, tuvo tiempo para contabilizar a 152 intrusos relacionados con actividades sanitarias, en tan sólo dos provincias gallegas. Los mediciñeiros o curanderos a los que aludía, ejercían la medicina sin habilitación legal y amenazaban con menguar, con sus malas prácticas, la población de los pueblos -ya de por sí mermados por las emigraciones a América-, ante la mirada impasible tanto de las autoridades como de los propios médicos. 

Con todo, el índice de intrusos comienza a remitir, desde las postrimerías de la centuria decimonónica. Desde ese período, se advierte un mayor interés corporativo. Se empieza a ser consciente del quebranto que le puede infringir a un colectivo una mala praxis, y, por lo tanto, de alguna forma, se abona el terreno para que afloren las asociaciones profesionales; entre ellas, en 1880, la Asociación médico-farmacéutica de Ourense. Bien es verdad que emergía un lustro más tarde que el Colegio Médico-farmacéutico español. Lamentablemente, aquí, todavía hubo que esperar, primero a 1887 para que se constituyese ese Colegio, y, luego, a 1914, para que se firmase el Reglamento del Colegio de Farmacéuticos de Ourense. Qué duda cabe de que el gremio, en esta ocasión, se aprovechaba de la repercusión mediática que, en ese instante, tenía Juan Vidal para constituirse en una sociedad científica y profesional, tal y como recoge su articulado. 

Ciertamente, el farmacéutico ourensano había revolucionado la farmacopea española. El producto estrella que fabricaba en el laboratorio que tenía, en la calle Luís Espada, en seguida, tuvo una gran transcendencia social. No en vano curaba la avariosis -la sífilis-. Además, contaba con la ventaja de que el compuesto arsenical no sólo era poco tóxico para el organismo, sino que también era fácil de manejar ya que se podía administrar a través de gotas. Es compresible, pues, que cuando en 1910, presenta el medicamento, en Madrid, aquella fórmula llame, desde un principio, la atención de la comunidad científica. Luego, tan pronto como trascienden los resultados de los ensayos realizados en el Hospital de San Juan de Dios y en el de Carabanchel, su venta en farmacias y droguerías no se hizo esperar. El propio Subdelegado de Farmacia del distrito de Ourense, Emiliano Meruéndano -uno de los promotores, a la postre, del Reglamento del Colegio de Farmacéuticos-, a finales de 1912, visitaba el laboratorio y daba fe de cómo no sólo se ajustaba a la ley, sino también de cómo estaba montado con arreglo a los adelantos científicos. Allí se fabricaba el compuesto X2 arsenical a gotas, un fármaco que se publicitaba en casi toda la prensa escrita estatal. La misma revista, España médica, después de tener conocimiento de los informes del Laboratorio Central de Sanidad militar, y del Instituto Nacional de Higiene de Alfonso XIII, que estaba bajo la dirección del premio nobel, Ramón y Cajal, recomendó su uso y lo declaró producto de utilidad pública. Incluso, El Mentidero, un semanario satírico, se atrevía a decir que, en aquella coyuntura de crisis, en la que ni Alba, ministro de Hacienda, ni Cortina, ministro de Comercio, eran capaces de controlar la disparatada subida de los precios, al menos, se podían curar enfermedades sociales gracias al invento de Juan Vidal. 

Ahora bien, su labor no sólo había permitido sanar afecciones de la piel, sino también poner al descubierto al continuo goteo de pseudocientíficos o de falsos profesionales que no habían dejado de aflorar en la provincia, pese al control de las Juntas de Gobierno de los Colegios. El caso denunciado en 1929, por el Colegio Odontológico de la XI región de Pontevedra-Ourense contra La Rusa, ilustra aquella florescencia. Clara Haia Dicker Zilberman, hermana de la dentista colegiada María Dicker de Dainow con consultorio en la plaza mayor de Ourense, ejercía, según los denunciantes, de odontóloga en la capital del Avia. El problema surge cuando, otros colegiados comienzan a asistir a pacientes a los que La Rusa había atendido con anterioridad. Bien por desechar males que infringían un daño considerable a la profesión, o bien por un afán de desprestigiar a la competencia, los comentarios generaron tal revuelo que Etelvino González Sieiro, un maestro jubilado, que apenas hacía unos años había emprendido una cruzada contra los vinos adulterados, lidera la denuncia que se interpone en la Subdelegación de Medicina, contra la supuesta irregularidad de la dentista. Y, a pesar de que al poco tiempo de hacerse pública la querella, se tiene conocimiento de que el titular del consultorio era el odontólogo Manuel Casanova Rodríguez, colegiado nº 20 de la XI región de Odontología de Pontevedra-Ourense, ni se cambia el dictamen emitido por la Junta de Gobierno del Colegio Odontológico, ni tampoco el de la Inspección de Sanidad. Aperciben a Manuel Casanova por escrito, y la Inspección de Sanidad le impone a La Rusa, una multa por intrusión, de 500 pts. Es, pues, evidente que este tipo de conductas erráticas no cesó. No obstante, la llegada de universitarios titulados a provincias fue un acicate para erradicar a los falsos profesionales e incluso, en ocasiones, como en el caso de J. Vidal, un aliciente para hacer ciencia.

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