Opinión

En la provincia, un sonoro “pucherazo”

Foto Pacheco 1916. Ourense. Entierro de José Ramos, jefe del partido liberal.
photo_camera Foto Pacheco 1916. Ourense. Entierro de José Ramos, jefe del partido liberal.

Todo estaba dispuesto, desde arriba. Todo estaba amañado, con la connivencia, por supuesto, de las instituciones. Y, salvo excepciones, en el período de la Restauración, ni el país se conmovía con las elecciones, ni los propios grupos políticos, se tomaban en serio los procesos electorales. Menos aún, después del prematuro, aunque no imprevisible, fallecimiento de Alfonso XII. A partir de este instante, incluso, se podría decir que se “oficializa”, el “pucherazo”, con lo que algunos llaman el Pacto de El Pardo. Dos personalidades, distintas, Sagasta y Cánovas, si bien, como señalan las crónicas, igual de intensos en la oratoria, se ponen de acuerdo, para articular un sistema de turno pacífico, que evite experimentos fallidos, como el de la I República. 

En aquel escenario político crítico, el bipartidismo inglés se postulaba como la mejor alternativa. Mientras, en Inglaterra, en cien años, un solo reinado había abarcado casi todo el siglo XIX, en España se habían sucedido a lo largo del mismo período alrededor de una veintena de jefes de Estado. Urgía, por lo tanto, un sistema similar. Y éste sólo era posible articulando lo que ambos líderes denominaban, “organización”. Sólo desde el poder, se podía llevar a escena todo aquel entramado. Eso sí, cada cual tenía que representar el papel que tenía encomendado.

El guion lo establecía el encasillado en Gobernación, que equivalía casi a nombrar diputados por Real Decreto. Todo se hacía con aparente normalidad. Los ciudadanos votaban en las secciones. Los alcaldes, concejales e interventores, constituían las mesas. La Junta provincial del censo, controlaba el proceso, mediante la aprobación de la lista de electores y de interventores. Y, luego, los alcaldes, con las credenciales que le llegaban, consignaban el número de votos que se recogían en actas, de antemano amañadas. El juez de 1ª instancia, por último, proclamaba diputado electo, al encasillado. Un estudio, en 1884, de Arthur H. Hardinge para la embajada inglesa en Madrid, sobre el sistema electoral en España, incidía ya, en la importancia de la figura del alcalde.

De todas formas, el Parlamento era quien emitía la última palabra. Es en este escenario cuando la farsa alcanza su punto álgido. La Cámara, antes de constituirse, debía de resolver cualquier irregularidad presentada, en relación al acta de un diputado. Y es en ese momento, cuando se protagoniza uno de los sainetes más repetidos en los libros de historia de nuestros escolares. No sólo se genera espectáculo en el Hemiciclo, sino que también se suscita una enorme expectación en la prensa nacional. 

En 1891, en el momento de dar legitimidad al acta de diputado por el distrito de Ribadavia, se abre el telón. Se escenifica el conflicto entre el grupo liberal fusionista de Adolfo Merelles, y el partido conservador de Gabino Bugallal. Este prolífico político, en las filas de Cánovas, buen conocedor de la provincia, no en vano su padre había participado en la fundación del partido en Ourense, se presenta, como candidato, por Ribadavia. No sólo gana, sino que, socava la hegemonía que ostentaba hasta este momento Adolfo Merelles Caula. 

El resultado, no es bien digerido por el partido liberal. Y, en el período postelectoral, comienza un espectáculo que no deja indiferente a nadie. Este grupo político solicita la nulidad del acta del candidato conservador. Alega fraude. Presenta actas notariales de la existencia de votos, antes de abrir los colegios, en la urna de la Mesa de Castrelo y en Canedo, intimidación a sus electores, manipulación del censo, e irregularidades cometidas por funcionarios de la administración. Eran muchos los que habían participado en aquel enredo. Bien fuese el delegado, como en el caso de Leiro que, la víspera de las elecciones, arresta al alcalde; bien fuese el juez municipal, como en Amoeiro, que cita a interventores del candidato opositor, por orden del juez de instrucción de Ourense; bien el párroco, como en Cenlle que influía en el voto de los parroquianos “Claudino Fernández: no irá usted a votar más que a D. Gabino Bugallal, que es el que conviene y lo permitido en esta ocasión ...”, o los alcaldes en los ayuntamientos… el camino se había allanado para que Bugallal, formase parte de una Cámara de diputados mayoritariamente conservadora. El diputado liberal, Conde de Torrepando, lo deja claro en aquel inmortal discurso, en el que afirma que “el señor gobernador de la provincia de Ourense necesitó siete pucherazos para sacar diputado por Ribadavia a Gabino Bugallal, así como Dios necesitó siete días para hacer el mundo”. 

Ciertamente, aunque sus reproches nos acerquen a la realidad, no dejan de sorprendernos. Todos utilizaban las mismas artimañas; entre ellas, el pucherazo, o la tupinada, como la denominaban en Cataluña. El propio Merelles, no representa al distrito de Ribadavia en catorce ocasiones por arte de magia. Aun así, incluso, bajo el halo del fraude electoral, La Revue des Deux Mondes, en 1894, habla de una época de vita nuova para España. Ahora bien, al régimen… lo enmendará el tiempo, que es el que, realmente, a menudo, pone las cosas en su sitio; aunque, a veces, nos parece que tarda una eternidad.

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