Opinión

Otra filosofía de vida

Aprovechando uno su día libre se plantó delante de la pequeña pantalla -el tiempo de perros que amenazaba en el exterior no invitaba al paseo- e, inesperadamente, se encontró con uno de esos films clásicos que son cada día más rara avis en las televisiones públicas y privadas -salvo, eso sí, que hablemos de emisiones de madrugada-. Se trataba de “Él gran Mc Lintock' un western de los años 60 firmado por Andrew V. McLaglen, hijo de uno de los secundarios de lujo del gran John Ford -quién no le recuerda como el hermano de Maureen O´Hara en la inolvidable “Él hombre tranquilo'-, y heredero en este film de la inconfundible filosofía de vida del director de origen irlandés.

Y precisamente a eso, a filosofía de vida, quería referirme. El protagonista del film, un ranchero apegado a sus principios que son los que sostuvieron la expansión y asentamiento de los colonizadores en Norteamerica, ordena y manda sobre tirios y troyanos en un pueblo que prácticamente es suyo -según el concepto actual, un cacique -... y encima es el bueno de la película .

Item más. John Wayne, ese dueño y señor de facto del citado pueblo, no sólamente no recrimina al novio de su mujer por darle unos azotes después de una diferencia de opinión entre ambos -él considera que lo que valora como los caprichos de ella deben tener freno-, sino que lo aplaude y casi al final de la película toma ejemplo para aplicarlo también a su propia esposa -la siempre peleona Maureen O´Hara-.

Por último, como es habitual en las películas de Ford, el tabaco y el alcohol campan a sus anchas por el metraje de la película sin cargo de conciencia para sus protagonistas.

Eran otros tiempos y otra filosofía de vida, la que ha quedado almacenada en el cine clásico americano, políticamente incorrecto a los ojos actuales de algunos pero siempre recomendable; al menos, uno disfrutó.

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