Opinión

Congojas y epigenética

Una angustiosa congoja extendía su negro manto sobre el espíritu del viejo milenario que, a pesar de ser consciente de la temporalidad de la existencia, sentía dolor por la muerte de aquellos con los que había compartido pasajes de su dilatada vida. La lista es cada vez más larga: compañeros, amigos, camaradas, alumnos, parientes y vecinos se iban diluyendo en la energía cósmica que les había dado la vida. ¡Qué corta es la presencia en el mundo terrenal! ¡Cuántos errores se cometen! Sin duda, a lo largo de la historia, grandes ideas han sido envilecidas y denigradas por el ejercicio del poder. El odio se convierte en semilla del mal y lo incomprensible se hace dueño de la voluntad. Una pandemia agresiva y letal camina por el mundo sembrando la muerte y la desolación entre los más desvalidos y mientras eso sucede, los desaprensivos luchan por alcanzar el poder utilizando para ello los procedimientos más deshonestos. ¡Todo vale, incluso enriquecerse con el dolor y la muerte del prójimo!

Afirmaba Schopenhauer: “Nuestros bienes y nuestros males proceden de un conocimiento incompleto; he ahí por qué el dolor y los lamentos son extraños al sabio porque nada puede perturbar su ataraxia”. El viejo milenario es como la mayoría de los humanos, receptivo a los acontecimientos procedentes del exterior y a los fantasmas de su interior. ¿Cómo, si no, quedar impasible ante los mensajes de odio? ¿Cómo no estremecerse ante las imágenes dantescas de los muertos de la India o de la pobreza extrema de las favelas de Río de Janeiro? ¿Cómo quedar impasible ante los cadáveres de seres humanos flotando en las aguas salobres huyendo de hambre, la guerra y la enfermedad? ¿Cómo no estar temeroso ante el futuro de los más jóvenes en un mundo amenazado por un cambio climático de consecuencias imprevisibles?

Para el filósofo alemán, la especie humana requiere ser estudiada y profundizada en sí misma; algo que hoy está al alcance de las nuevas tecnologías que controlan la individualidad anulando la razón y la voluntad. Miles de millones de móviles de última generación acompañan a los individuos poniéndole los grilletes que los hacen esclavos del consumo y anulan su capacidad crítica. Y, en su alienación, muchos de ellos aplauden a la voz de Vox, Rocío Monasterio, que con maldad ataca a los “menas” (menores extranjeros no acompañados) como si fueran alimañas a las que hay que exterminar. Lo hace a pesar de ser madre y por lo tanto conocer la necesidad de protección de los más indefensos; ¿ha pensado en sus hijos? Los “menas” son seres humanos acuciados por la miseria, la violencia, la enfermedad y el abandono. Y han puesto en peligro sus vidas buscando un mundo mejor, careciendo del amparo de una familia. Pero en este falso paraíso son presa fácil de traficantes de carne humana que los venden a pedófilos, o a redes de la prostitución y al mercado horrible y desalmado del comercio de órganos. La realidad es que cada año desaparecen en Europa miles de ellos. ¿Qué opinaría Arthur Schopenhauer de la conducta de Monasterio?; en su obra “El mundo como voluntad y representación” está la respuesta: pág. 145 (Editor Raffael Caro Raggio).

En la especie humana, cada individuo requiere ser estudiado y profundizado en sí mismo, dado que es el resultado de un largo proceso de modulación conductual, determinada fundamentalmente por la genética, por el ambiente familiar, su formación académica y su relación con el medio. Lo que denominamos como epigenética comunicativa del organismo con el medio para adaptase a él puede modificarse mejorado la integración del individuo en la sociedad y en el medio natural.

El viejo milenario comprendió que el mundo, tal como lo vemos, es un mundo real y la aceptación es el camino de la sabiduría. Entonces, ya menos acongojado, adaptó su epigenética y sonrió.

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