Opinión

La hojarasca y los verdes brotes

Duda, ¿quién no ha dudado del porqué de su existencia? ¿Quién no ha profundizado en las consecuencias de sus decisiones sobre los demás? Las respuestas sinceras a estas sencillas preguntas obligan a una inmersión en los abismos de nuestras vivencias personales almacenadas en lo más profundo de nuestro cerebro. Las ambiciones, los afectos, el orgullo, los éxitos y fracasos, los instintos, las pasiones, las debilidades, el remordimiento, la enfermedad, el miedo, la inseguridad, el rechazo, la soledad, la alegría… y, sobre todo, el amor; todas ellas forman un mosaico de miles de teselas difíciles de encajar, pero que no dejan de ser hojas de una vieja encina que florece cada primavera y renueva su follaje mientras tenga vida. El viejo milenario, aprovechando su encierro voluntario y emulando al estoico Marco Aurelio, cita el verso 147 del libro VI de la Ilíada: “Como las generaciones de las hojas así son las de los hombres.”

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Hojas como la figura del abuelo, terriblemente envejecido por la cruel enfermedad que mermó sus facultades físicas pero respetando su excepcional capacidad intelectual, dependiente absoluto de los cuidados de su amada esposa y de su fiel cuñada. Su voz era un susurro difícil de comprender para los que carecían de práctica; sus nietos lo reverenciaban y sus hijos lo admiraban. De origen humilde, había alcanzado un gran prestigio como maestro y director de una academia laica e inspirada en la filosofía krausista de Giner de los Ríos y referente en Ourense de la Institución Libre de la Enseñanza. Perseguido por sus ideas liberales y por su compromiso con la II República, sufrió cárcel y la represión del régimen fascista. El viejo milenario lo recuerda como ideal de su vida profesional y de su compromiso político.

La abuela, también de origen humilde, dotada de un gran sentido del humor, generosa, trabajadora, siempre a la sombra de su marido al que cuidó con cariño y paciencia.

La madre, enérgica, autoritaria, atractiva, simpática, conversadora, responsable, luchadora, feminista, generosa y seductora.
 

El padre, ejemplar, bueno, cariñoso, enamorado profundamente de su mujer, amigo fiel, y enfermizo.
La vieja encina había perdido las hojas de varios otoños, los años borran los recuerdos y la sombra del olvido se cierne sobre las generaciones pasadas pero nuevos brotes nacen al píe del árbol talado, y desde Etiopía, la Abisinia del atlas de su infancia, llega el regalo del destino, el Warka. Un nuevo origen de una renacida Lucy en el mítico reino de Saba; dos rayos de luz que con su hermano protector alumbran nuestra vida. ¿Volveremos a visitar Addis Abeba? Hambre, miseria, violencia, belleza y muerte en la ciudad subyugada por la historia de un pasado heroico y un presente donde el caos rige la relación de sus múltiples etnias. 

La clandestinidad, la lucha por las libertades, los camaradas, la acción revolucionaria, los intelectuales, el genio de la pintura, la utopía trasformada en distopía, el Partido Socialista, las traiciones, la tolerancia, la amistad por encima de todo, las frustraciones. Las responsabilidades institucionales, la vocación profesional y mil reflexiones más. 

 ¿Por qué escribo esto? ¿Por qué abro las puertas de mi campo de cebollas emulando al más grande poeta intimista de las tierras de Breogán, el camarada Antón Tovar? Tal vez en reconocimiento a mis fieles lectores, a quienes considero amigos y con quienes comparto mis pensamientos y abstracciones.

El viejo milenario iluminó su rostro y terminó citando a Hesíodo: “El hombre que aplaza de un día para otro sus resoluciones vive siempre agobiado de males”. 
Estaba en deuda.

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