Opinión

Filosofía, perdón y política

Nada, absolutamente nada, sin alegría, sin tristeza, sin dolor, sin angustia… una luz intensa llenaba el espacio interior impidiendo percibir las sensaciones exteriores; el fin es el principio de una nada llena de esperanzas que flotan perdidas en un espacio traumáticamente vacío. Los árboles bailaban al son de un inexistente sonido; mientras los pájaros bebían el elixir de una fútil eternidad. Las palabras se repetían sin que fuesen emitidas por garganta humana, impulsando un eco vacío de sonidos ensordeciendo a los consumidores con seductora pornografía en una desenfrenada fiesta de vicio y perversión. Un renacido Mene Mene Tekel Upharsin golpeaba insistentemente las paredes de la vivienda, grabando con sangre el destino de un presente inexistente, el cerebro huérfano de neuronas había sucumbido, cual Babilonia, ante el empuje de la negación del perdón. ¿Por qué me has abandonado?, grita en una dolorosa agonía el cordero sacrificado en pro de una humanidad más humana. Sacrificio estéril con el único fruto de la inocencia redimida, mientras el mitológico Raiquén devora los espíritus putrefactos de los pervertidores de la inocencia.

Un sudor frío y pegajoso empapa el cuerpo senil del Viejo Milenario, se niega a filosofar sobre su ansia de inmortalidad, porque en la profunda zona en donde tienen las raíces su florecer espiritual existe una duda corrosiva que daña la consciencia y le impide resolver las antinomias del infinito en el espacio y en el tiempo. No cree necesario pasar por la Lógica Transcendental de Kant para sentirse conturbado por las discordancias de la razón para integrarse en el Cosmos. Admira la osadía de Pedro Sánchez para decidir sobre el camino de las contradicciones legales en un dilema que afecta al futuro del Estado español. La simpleza con que el líder del PP niega la legitimidad de la sociedad civil, olvidándose de lo afirmado en Colón, a emitir su opinión sobre el Perdón es el ejemplo más palmario de quienes se atribuyen el poder otorgar al individuo la consciencia que los hace libres; probablemente sin pretenderlo abre el camino a una sociedad robotizada donde los sentimientos y las pasiones tendrían precio en la bolsa de valores.

El anciano reflexiona sobre el poder del perdón y hace un esfuerzo por desterrar la duda que le hace profundizar en el camino en busca de una visión del Universo exenta de misterios y de abstracciones metafísicas. La aceptación de que la muerte es de donde emanan todos los misterios la convierte en lo único transcendental de la vida, todo lo demás no tiene valor sino en cuanto con ella se relaciona. En un intento de volver a la realidad del ahora, cierra los ojos y siente que un halo le envuelve con un manto de etérea protección, lo que le hace coincidir con el escritor masón Benlliure y Tuero: “Si la vida se prolongase indefinidamente, no habría absurdos ni contradicciones, porque todos los valores perderían su relatividad y se convertirían en absolutos”.

El Viejo Milenario no quiere manifestarse fatalista porque siempre se ha esforzado por orientar su vida en un sentido determinado, pero ha necesitado del perdón. Cuando la condición humana determina un comportamiento se busca desaforadamente la reparación del daño causado. Nadie está en posesión de la verdad absoluta y solo el dogmatismo totalitario basado en una fe ciega puede justificar las atrocidades del pensamiento único. Si la sociedad española tuviese más afición a los libros y sobre todo a la filosofía, la libertad de pensamiento sería el soporte de la libertad de expresión. Una música celestial adormeció al anciano y este comprendió que el perdón es la esencia de la generosidad humana.

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