Opinión

Imago Mundi y los nuevos calaveras

Cuentan las crónicas, y así lo recoge Vicente Blasco Ibáñez en su libro “En busca del Gran Kan”, que el único manual que había leído Cristóbal Colón era el escrito por el cardenal Pierre d’Ailly, protegido por el papa Luna y titulado “Imago Mundi”. El texto es un conjunto de 24 tratados basados en los conocimientos cosmográficos de antiguos pensadores de distinta procedencia y culturas, como Aristóteles, Ptolomeo. Plinio el Viejo, Agustín de Hipona, Averroes o Avicena. Este resumen enciclopédico de toda la geografía de la época era todo el bagaje intelectual de un mediocre aventurero que gracias a su ignorancia e inexperiencia pudo conseguir llegar al que sería el continente americano. Hay que reconocer sin embargo que el futuro almirante era conocedor de los viajes de Marco Polo y sobre todo de la obra de Juan de Mandeville (personaje ficticio): “El libro de las maravillas”. La historia y las leyendas se funden con el paso del tiempo en una sola versión y solo investigadores cualificados encuentran lo más parecido a la certeza de los acontecimientos.

Seducido por la locuacidad del osado argonauta, el duque de Medinaceli facilitó a Colón varios encuentros con los entonces victoriosos Reyes Católicos, eufóricos por la conquista del último bastión sarraceno en la península ibérica, el Reino de Granada. Este singular personaje consiguió de la reina lo que no había logrado de Juan II de Portugal, la financiación de su aventura en busca de una ruta que evitase rodear el continente africano para llegar a las Indias. Mientras los sabios de Lisboa veían con desprecio cómo en la propuesta de Colón se reducía con una ligereza pueril el tamaño de la Tierra, estimándola en ciento ochenta grados olvidándose de la exactitud de Euclides. De ser ciertas las medidas defendidas por Colón, el continente asiático cubriría más del cincuenta por ciento de la superficie terrestre.

Ahora, emulando al osado aventurero, un relevante grupo de presuntos reconquistadores, convocan a los nuevos argonautas calaveras a la salvación del país puesto en peligro por el traidor vende patrias que destruye la herencia sagrada de Fernando e Isabel, en su contubernio con el independentismo catalán. Para demostrar su fuerza y liderazgo no dudan en convocar a las masas a la plaza de Colón, conscientes del impacto que una movilización de esta categoría puede ejercer sobre la opinión pública y, lo más importante e ilusorio, sobre la Casa Real. Tienen como referente histórico a Benito Mussolini, que consiguió el poder el 25 de octubre de 1922 movilizando a miles de camisas negras forzando al rey Víctor Manuel III a entregarle el Gobierno.

El Viejo Milenario estaba sorprendido por la procedencia de las naves que se concentraban en el dique seco de una pétrea dársena. ¿Qué hace Inés Arrimadas sacrificando los restos del centrismo, que pudo ser y no fue, por la ineptitud de un ambicioso burgomaestre? Tampoco entiende la participación de Pablo Casado ofrendando su liderazgo en pro de la vencedora de la batalla de Madrid. El líder de la derecha española está acorralado por los casos de corrupción de su partido, por las condenas judiciales, por la debilidad de su liderazgo, por su seguimiento de la ultraderecha y por su falta de autoridad sobre los barones y marqueses de los territorios que administran. Solo una nave saldrá a flote en el embravecido mar de la plaza y será la que tripule el bisoño capitán de la ultraderecha Santiago Abascal. Ha humillado a su rival en el campo conservador, ha ganado peso y poder en las comunidades gobernadas por el PP y asume su condición de partido reaccionario y neofascista con alarde y pavoneo.

Pedro Sánchez otea un horizonte despejado; el complot derechista le hace más fuerte y le permite racionalmente dictar los indultos con la certeza de cumplir con su condición de hombre de Estado y lo consolida como presidente del Gobierno de España. Y no ha necesitado leer el “Imago Mundi”.

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